Cultura

Los ángeles de Lupe Pintor, de Alberto Salcedo Ramos

Joaquín Tamayo

La crónica es la expresión literaria más acorde con la respiración de esta época. Nadie como ella para exponer, retratar y examinar casi en vivo el comportamiento humano. A la par de la novela, su popularidad crece entre los lectores de América Latina y el periodista colombiano Alberto Salcedo Ramos (1963) ha sido en gran medida responsable del aliento renovador con el cual ha descollado este género narrativo.

Como en sus anteriores entregas, Salcedo Ramos revela en su prosa las cualidades obligadas de un cronista: absoluta disposición para el asombro, observación penetrante y una memoria vigorosa. Los ángeles de Lupe Pintor, publicado por Almadía, confirma esta idea: se trata de un libro con fondo periodístico, pero de forma abierta y descaradamente poética.

El escritor Manuel Calero me contagió ese entusiasmo hace unos meses, cuando me obsequió un ejemplar. “No tiene desperdicio, de veras”, insistió. Nunca he dudado de las recomendaciones del sensible lector que hay en Calero. La obra de Salcedo Ramos no fue la excepción. Los protagonistas y sus historias son tan extravagantes, que por eso esta selección de asuntos parece fantástica, acaso concebida por una imaginación en pleno desbordamiento, en rebelión contra los estrechos cauces de la realidad ordinaria. Sin embargo, este puñado de crónicas no es fruto de una alucinante inventiva, sino de la vida diaria.

Los ángeles de Lupe Pintor invitan a un vuelo a las profundidades del ser humano, a los confines secretos de hombres y mujeres, a los forcejeos entre almas cuya vehemencia no les ha bastado para sortear con buena fortuna los escollos de sus propios destinos.

Las crónicas se basan en acontecimientos experimentados en cuerpos siempre calientes, hirviendo de culpa, de remordimientos, de ira vengativa, de dolor febril, de oscura impotencia y, también, de sorprendentes inflexiones de amor. Un denominador común recorre el ámbito de los relatos: el fracaso, la derrota, la pérdida de algo. Construidos a partir de entrevistas en su gran mayoría, los textos reunidos en este volumen reflejan un mundo en ruinas el cual debe ser reorganizado; la meta implícita es que guerreros y valquirias encuentren la redención aunque esta jamás se cumpla. De cualquier modo, ellos seguirán en el intento. A fin de lograr el verismo en cada uno de los episodios, Salcedo Ramos demuestra que sigue siendo esencial para el reportero asistir al sitio de los sucesos, interactuar con la gente y adentrarse en sus conflictos, siempre con el objeto de convertirse en testigo directo de la materia que después habrá de contar. Así, estos relatos no nacen de la estadística de escritorio; surgen del parto natural de la calle. O, como el mismo periodista suele decir: “Creo más en los zapatos sucios del reportero, que en su capacidad para hacer metáforas”.

La crónica que da título al libro es la demoledora semblanza sobre un peleador atormentado por haber dado muerte en el cuadrilátero a un colega suyo. ¿Hasta qué punto el triunfador pierde más que el derrotado? ¿Cuánto pesa un muerto?...“Lupe” Pintor lo sabe, señala Salcedo Ramos. El boxeador mexicano padece la desgarradora tragedia de muchos vencedores. El ángel del remordimiento lo persigue, lo noquea día a día, llevándolo incluso contra las cuerdas de los vicios.

“El árbitro que expulsó a Pelé” es la biografía de un energúmeno, de un juez prepotente y gracioso al mismo tiempo, que no escamoteaba a la hora de agarrarse a trompadas con los futbolistas. Hay en él, no obstante, un dejo de desesperanza, una voluntad de recomponer la imagen que hizo suya. Detrás de sus frases pintorescas, el árbitro quisiera arrepentirse y reescribir su pasado. Demasiado tarde.

“Viaje por el Macondo real” relata una estampa agridulce, un inquietante encuentro entre dos bandos: por una parte, los turistas fanatizados con la obra de Gabriel García Márquez y que viajan hasta Aracataca, el pueblo inspirador de Cien años de soledad, solo para establecer contacto y conocer de cerca los escenarios significativos de la novela clásica del Nobel de 1982. Por otro lado, están los vecinos del lugar que buscan darles gusto a las ilusiones y fantasías de esos turistas aún a costa de armar, paralelamente, el argumento de otra novela. La literatura convertida en curios a través de la delirante fabulación de los paisanos del novelista, guías turísticos de la imaginación, y a quienes Salcedo Ramos reporteó y recreó para hacerlos parte de una estirpe que, como los Buendía, “ya no tendrá otra oportunidad sobre la faz de la tierra”. Son crónicas oscuras para un mundo que quiere ser luminoso y que solo pueden escribir aquellos que investigan como reporteros, pero viven en trance como poetas. Salcedo Ramos es un ejemplo.