Joaquín Tamayo
Es posible que distintos factores hayan conspirado, a través del tiempo, para que el nombre y la obra de John Gregory Dunne (1932-2003) sean hoy poco frecuentados por lectores, historiadores y cinéfilos. Su talento versátil, casi de hombre orquesta, así como su matrimonio con la célebre ensayista Joan Didion y el hecho de coincidir generacionalmente con los escritores más destacados del llamado nuevo periodismo: Tom Wolf, Hunter S. Thompson y Truman Capote, entre otros, lo colocaron en una decorosa aunque discreta segunda fila de la cual no le ha sido fácil desprenderse.
También es cierto que Dunne jamás buscó figurar como estos autores que eran siempre propensos a aparecer en los medios. Capote, Thompson y Wolf, e incluso Norman Mailer, fueron mediáticos de cepa, los primeros escritores en alcanzar ese rango que antes fue exclusivo de las estrellas de cine o de los astros del rock.
De alguna manera es triste recordar que Capote y Thompson, por ejemplo, acabaron siendo caricaturas de sí mismo. Se hicieron famosos por participar en cuanta polémica televisiva les salió al paso y paulatinamente abandonaron su producción editorial, la cual les había otorgado un sitio en la literatura y el periodismo.
No obstante, la creatividad y disciplina de Dunne habrían merecido a estas alturas un mayor reconocimiento, pues la calidad de su trabajo permeó en cada una de las tareas desempeñadas en el ámbito intelectual y artístico: periodista, narrador, ensayista, crítico literario, guionista de cine y de televisión fueron algunas de sus ocupaciones cotidianas. Esta vocación se remonta a su niñez.
En esa época, John Gregory Dunne se dedicó con devoción a la escritura porque se dio cuenta de que ahí, en sus cuadernos, no tartamudeaba y podía comunicarse con total naturalidad y certeza. Solo en la palabra escrita sus inseguridades desaparecían. Simultáneamente, se despertó en él un instinto investigativo y por ello fue de los primeros reporteros en borrar las aduanas entre periodismo y literatura. En realidad, se convirtió en pionero del nuevo periodismo mientras trabajaba en la revista Time. Sus reportajes sobre el consumo creciente de la marihuana durante el verano del amor y la vida en las comunidades hippies le dieron lustre como un escritor de temas poco tratados hasta esa época.
La vida con Joan Didion, además, le abrió una perspectiva en el campo del cine. Pánico en Needle Park, primera película protagonizada por Al Pacino, fue coescrita por el matrimonio; más adelante, Dunne adaptó Ha nacido una estrella, novela de su esposa. Ninguno de los dos sospechó siquiera el éxito de esa cinta que en la actualidad es ya un clásico. Pero tal vez el trabajo más perdurable de Dunne no surgió del cine, tampoco de la literatura de ficción, sino del nuevo periodismo. Un libro basta para confirmar ese acontecimiento: El estudio: un año en el infierno de la FOX.
Reportaje novelado lleno de una plasticidad propia del guion cinematográfico, esta pieza fue una de las primeras –junto con Los ejército de la noche y A sangre fría– en llevar hasta sus últimas consecuencias el periodismo narrativo.
La estructura de ese libro resultó parte del estilo literario de Dunne: para empezar, la historia es conducida a través de un narrador omnisciente que solo se vuelve narrador en primera persona cuando no le queda más remedio; es decir, cuando solo él puede dar testimonio de lo que ahí sucede.
Por otra parte, El estudio es un texto abundante de información, podrido de datos, todos muy bien distribuidos, estratégicamente ubicados, con el propósito de nunca entorpecer la lectura: memorándums, cartas, recortes periodísticos y estados financieros bien editados no detienen el ritmo de la prosa y, por el contrario, dibujan un paisaje objetivo sobre el ambiente que se vivía en la FOX al mediar los años sesenta del siglo pasado.
Sin embargo, lo más relevante no se encuentra en la frialdad de los documentos, sino en la inmersión a la que Dunne, el reportero, se sometió durante un año de convivencia diaria con la población de esa empresa, desde los altos ejecutivos, pasando por los actores, actrices, directores y productores de alta jerarquía, hasta los técnicos y empleados de planta. Los retratos de personalidades como Darryl y Richard Zanuck, los accionistas mayoritarios de FOX, o estrellas del calibre de Charlton Heston, proyectan el alto sentido de exigencia que condujo a esta compañía a recuperarse cuando estaba al filo de la quiebra. Cuenta Dunne que tras los fracasos de películas costosas (Cleopatra, por poner una muestra), Darryl Zanuck rediseñó un plan de trabajo, redujo el personal y canceló proyectos que no garantizaban la rentabilidad en taquilla. Apostaron por producciones que no requirieran de grandes locaciones o de traslados onerosos. Una vez lejos del abismo de la ruina, la FOX se preparó para consumar obras que le devolvieran su antiguo prestigio.
Ese es el periodo cubierto por Dunne, quien nos orienta, mediante 170 páginas, por los caprichosos laberintos de un corporativo en el que las envidias, las puñaladas traperas y la soberbia se mezclan con los argumentos de las cintas que están por rodar.
Las disputas y las batallas sin cuartel por el control de determinadas películas parecen formar parte de una condición inherente a la hora de pertenecer a esos estudios de cine. El Dr. Doolitle, El estrangulador de Boston, Risas y lágrimas y El planeta de los simios son algunas de las obras a las que Dunne tuvo acceso en aquel entonces, todas ellas exitosísimas.
El reportero también asistió a las juntas directivas, visitó los estudios, habló con guionistas, fotógrafos, asistentes, divos y divas. De allá extrajo el poderoso relato cuyo clímax llega en el momento en que Dunne nos invita a la lectura de un guion y a los acuerdos y desacuerdos preliminares en torno a una cinta. Al final, El estudio: un año en el infierno de la FOX es un libro que dice mucho más sobre cine que cualquier documental o película sobre el tema. Los entresijos, las bajezas y las bondades de la gente exponen ante el lector un mundo trepidante y amargo, divertido y triste, sofocante como el infierno, donde lo fundamental es la ostentación del poder. Una vez que el libro salió publicado, FOX despidió a Dunne. Por supuesto, lo recontrató posteriormente cuando los ejecutivos advirtieron que El estudio había entrado a la liga de los best sellers. No se equivocaron: hoy, es un clásico.