Pedro de la Hoz
Ralph Rugoff entendió que la frase recogida por el parlamentario británico Sir Austen Chamberlain durante su estancia en la China de los años 30 de la pasada centuria era un anatema válido en la época actual. Para Chamberlain, y por supuesto Rugoff, escuchar que alguien nos desee “que vivas en tiempos interesantes”, equivale a ser condenado a ser testigo de tiempos de crisis, traumas y desórdenes.
Bajo ese lema como paraguas, Rugoff se dio a la tarea de curar la 58 Bienal de Venecia, que arranca este sábado 11 de mayo y se prolongará hasta el 24 de noviembre.
Al presentar su proyecto, el curador expresó: “En momentos en que la difusión digital de noticias falsas y hechos alternativos está corroyendo el discurso político y la confianza sobre la que se basa, es necesario hacer una pausa siempre que sea posible para reevaluar nuestros términos de referencia”.
Más adelante afirmó: “Que vivas en tiempos interesantes tomará en serio el potencial del arte para investigar cosas de las que aún no estamos conscientes, cosas que podrían estar prohibidas, en corrientes subterráneas o inaccesibles por varias razones. Se destacarán las obras de arte que exploran la interconexión entre diferentes fenómenos, obras similares a la idea sostenida por Leonardo da Vinci y Vladimir Ilich Lenin de que todo está conectado con lo demás”.
Prometedoras palabras. Habrá que ver cómo se verifican en la práctica. A lo largo de su historia, cada curador ha impuesto su impronta en uno de los eventos de mayor prestigio –y también más cuestionado– en el campo de las artes visuales.
La ciudad de los canales organizó su primera Bienal de Arte en 1895. Más bien se trataba de un bazar para la promoción de las artes decorativas. Al término de la Primera Guerra Mundial comenzaron a asomarse los lenguajes de las nacientes vanguardias, aspecto que se reforzó en los años 50. La figura del curador principal se hizo mucho más visible en las décadas siguientes, cuando se definieron núcleos temáticos que rivalizaron y hasta sobrepasaron la relevancia de las muestras nacionales. El curador es nombrado por el presidente de la organización –jurídicamente una fundación desde fines de la pasada centuria en que dejó de ser un ente público–, responsable no solo de la muestra de artes plásticas, sino también de los festivales de cine, danza, teatro y música y la muestra de arquitectura.
El presidente Paolo Baratta, economista y veterano político, encomendó a Rugoff hacerse cargo de la 58 Bienal de Arte, en medio de controversias sobre la creciente presencia de patrocinios por parte de transnacionales, el constante forcejeo entre nuevas propuestas estéticas y viejos intereses comerciales, y la tendencia a la frivolidad en las acciones promocionales, que han hecho que alguien diga que en la Bienal, más importante que ver, es ser visto. A esto se añade el desborde turístico de la ciudad.
Rugoff, un neoyorquino de 62 años, no llegó ayer. Estudió Semiótica en la Universidad Brown, dirigió el Instituto Wattis de Arte Contemporáneo de San Francisco y más tarde la galería Hayward, en Londres. Tuvo a su cuidado la Bienal de Lyon y marcó la diferencia en ese evento por su rigor conceptual.
Cuando le preguntaron cómo materializaría su propuesta en Venecia, respondió: “Cada colaborador ha producido cuerpos de trabajo que articulan distintos modos de pensar y relacionarse con una amplia gama de preocupaciones. No solo hacen piezas artísticas individuales, sino que realizan proyectos en diversas formas, trabajando regularmente a través de los filtros de varias subjetividades. Me pareció que esta Bienal necesitaría una aproximación ligeramente diferente: no tendremos una sombrilla narrativa o temática. Articularemos un tema profundo que trae coherencia a una exposición; algo que generalmente se ve como el distintivo autoral de un curador, pero, en este caso, creo que imponer una narrativa cohesiva solo oscurecería nuestro objetivo: subrayar el carácter heterogéneo de los trabajos de los artistas y su pensamiento asociado”.
El equipo curatorial seleccionó 79 artistas, todos vivos y activos, cada uno con dos obras repartidos entre los Giardini y el Arsenal, espacios emblemáticos de la muestra. Vienen de todos los continentes, pero ya hay quienes se preguntan por qué es tan nutrida la representación norteamericana.
Se mantiene el posicionamiento de los pabellones nacionales, 91 según la organización. Cuatro países participarán por vez primera en la Bienal: Ghana, Madagascar, Malasia y Pakistán. La República Dominicana expone por primera vez en la Bienal con su propio pabellón nacional. Cada país debe financiar su propio envío, no así los de la selección principal. A Rugoff le parece pertinente la existencia de pabellones nacionales: “No deja de ser una seña de identidad de la Bienal de Venecia. Muchas bienales plantean desde su comisariado posiciones muy utópicas en las que las fronteras no importan y donde se dan cita artistas de todos los rincones del mundo. Hablo de utopía porque no reflejan el mundo real. De Venecia me gusta que se mantenga ese equilibrio entre lo nacional y lo internacional”.
Además se prevé una abultada agenda colateral, de la que solo 21 eventos cuentan con el respaldo curatorial oficial. De la Bienal, obviamente, tendrá que hablarse mucho más a medida que transcurra.