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Cultura

Milos Forman entre clásicos

Pedro de la Hoz

Un año después de su muerte, el checo director de cine Milos Forman continúa dictando pautas en la actualidad noticiosa: el Festival de Cannes 2019 le rendirá tributo en la sección dedicada a los Clásicos mientras los medios especializados recuerdan el aniversario 40 del estreno de la versión fílmica del drama musical Hair.

Que Cannes reconozca a Forman entre los imprescindibles, no hace más que subrayar el merecimiento de una categoría conquistada en vida por el realizador. Con solo citar una de sus películas, Amadeus, públicos muy diversos coinciden en la capacidad del creador para lanzar sus mensajes artísticos bien lejos. La biografía de Mozart en sus manos consagró ante los ojos del mundo ciertas matrices que se tienen como verdades aunque no lo sean tanto, como la enconada rivalidad entre Salieri y el genio de Salzburgo y la descalificación estética del primero. Salieri no es Mozart pero su obra para nada debe despreciarse. Mozart tampoco es el niño majadero y antojadizo que interpreta Tom Hulce.

En Cannes, del 14 al 25 de mayo en el programa especial de Clásicos restaurados, donde por cierto al mexicano Alfonso Cuarón le tocará presentar en tanda de medianoche El resplandor, de Stanley Kubrick, y habrá un ciclo de tres obras de Luis Buñuel sobre el que habremos de volver próximamente, el Forman que se verá es anterior al que obtuvo notoriedad en Occidente.

Los amores de una rubita (1965), su segunda película, pondrá al espectador de hoy ante una obra de un notable poder de sugerencia, un relato acerca del desasimiento existencial y el sesgo sentimental de una generación que se debatía entre la rigidez de los dogmas que arruinaron la experiencia socialista en las llamadas democracias populares del Este europeo y los cantos de sirena de una sociedad de consumo que también ha demostrado un enorme vaciamiento espiritual.

Forman, junto al Jiri Menzel de Trenes rigurosamente vigilados, colmaron las expectativas de los cinéfilos cubanos que admiraron sus películas en los días previos a la irrupción de los tanques del Pacto de Varsovia en la primavera praguense de 1968.

Cuando el director checo saltó a finales de esa década a la industria norteamericana, en la que dejó atrás los recursos narrativos que había experimentado con anterioridad para amoldarse a las convenciones de un cine que privilegia el taquillazo, quiso que la Paramount comprara la idea de filmar una adaptación de Hair.

La poderosa compañía no estaba preparada para eso. Una cosa era que Hair, estrenada en las tablas en 1968, fuera arropada en el Broadway neoyorquino y el West End londinense por un público que sentía las necesidades de ver reflejados los conflictos de la época en el lenguaje de la cultura rock-pop más radical, y otra que este fenómeno se masificara en la gran pantalla.

Para Forman no cabían dudas. En su imaginario, la contracultura de su país de origen y el de adopción poseía más rasgos comunes que diferenciantes. Tuvieron que pasar diez años para que la exitosa obra musical de Gerome Ragni, James Rado y Galy McDermont pasara del teatro al cine mediante el talento de Forman, quien había demostrado que se podía asumir un lenguaje de vanguardia en el cine comercial, tal como hizo en 1975 con Atrapado sin salida o Alguien vuela sobre el nido del cuco.

Por supuesto que la distancia temporal había puesto algunas aguas a temperatura ambiente. La cultura hippie estaba dejando de estar en el candelero y la sociedad norteamericana se apuraba en pasar página a la derrota en Vietnam. Las canciones de Hair transitaron de la subversión a la más plena aceptación. Muchos tararean Age of Aquarius y no saben que el tema fue popularizado por el filme.

Forman dijo muchos años después al repasar la película: “No creo que los jóvenes caracteres de Hair encarnaran la voluntad absoluta de cambiar el sistema, pero sí de sus derechos a expresarse sin límites”.

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