Si los brasileños llevaron el birimbau al jazz, los cubanos sus tambores batá y los mexicanos del sudeste de la nación sus marimbas, nadie debe extrañarse que Australia haya incorporado al género el sonido del diyeridú, instrumento autóctono de los pueblos originarios de la isla continente.
Los aficionados que a lo largo del planeta siguieron desde Melbourne mediante webcast el concierto global del 30 de abril por el Día Internacional del Jazz fueron testigos de la fabulosa conjunción de sonidos y sentimientos que se produjo en el mismo inicio de la velada efectuada en el Centro de Arte de la urbe australiana, cuando dos de los más respetados músicos de esa nación, James Morrison y William Barton atacaron un tema a dúo entre la trompeta y el diyeridú (o didgeridoo, según la grafía anglosajona).
Barton, mestizo, aprendió a ejecutar el diyeridú desde la cuna, por herencia familiar. Vio cómo en las intrincadas comunidades de los wannyis y lardiles de Queensland, sus abuelos y tíos seleccionaban entre los troncos de eucaliptos horadados por las termitas aquellos con las proporciones idóneas, entre metro y medio y dos metros, para hacerlos suyos. Y dominó la técnica de insuflar aire y modular tonos en la cavidad hueca de los troncos pulidos.
El nombre del instrumento se ha impuesto, pero no es el que utilizan los pobladores originarios de Australia septentrional, en sus lenguas ancestrales. Le llaman yirdaki o yiraka; algunas comunidades relativamente más aisladas y con variantes dialectales específicas lo denominan indistintamente ngaribi y kurmur. Lo de diyeridú proviene de los colonos británicos que arribaron en el cruce de los siglos XIX y XX, a cuyos oídos les pareció pertinente codificar el instrumento a partir de transcribir arbitrariamente uno de sus efectos sonoros.
El diyeridú forma parte de una práctica cultural limitada a los sobrevivientes de la invasión por parte de la que fue una de las hegemonías imperiales más poderosas de la historia moderna hasta que Estados Unidos la desplazó. Por suerte, el instrumento no se ha extinguido y sigue siendo imprescindible en usos rituales, aunque también, como era de esperar a consecuencia de la voracidad de las industrias del ocio y el espectáculo, ocupe un primer plano en representaciones comerciales para viajeros atraídos por el folclor turístico.
Respetuoso de su linaje, Barton emprendió una operación diferente. ¿Por qué no poner cara a cara las virtudes del singular aerófono con las de la música occidental? Se aplicó en el estudio de teoría, lectura, armonía, contrapunto y fuga; a los 15 años formaba parte del conjunto musical de una compañía de danzas folclóricas y a los 17, en 1998, consiguió una plaza de artista en residencia en la Sinfónica de Queensland, por primera vez concedida a un ejecutante de diyeridú.
Barton llevó a extremos nunca antes escuchados de virtuosismo las cualidades melódicas y tímbricas del diyeridú, que en sus labios también adquirió insospechadas potencialidades cercanas a la percusión. Así fue como inspiró al compositor Peter Sculthorpe, quien escribió un réquiem para orquesta, coro y diyeridú estrenado en 2004 durante el Festival de las Artes de Adelaida. Esta presentación le valió a Barton viajar para la ejecución posterior de la obra en la ciudad inglesa de Birmingham y que a partir de 2006 cerca de una decena de compositores australianos y europeos, incluyendo al propio Sculthorpe, le dedicaran partituras orquestales o de cámara expresamente concebidas para diyeridú.
El disco Kalkadungu, fruto de la compilación de parte de esas obras y cuyo nombre honra a una de las comunidades originarias del noroeste de su país, obtuvo en 2012 el Premio ARIA (equivalente al Grammy en Australia) al Mejor Álbum de Música Clásica.
De tal manera, al anunciarse que Melbourne sería la plaza central de las celebraciones por el Día Internacional del Jazz en 2019 –contó con acciones en 195 países–, Morrison, anfitrión de la cita, junto al animador principal del programa, el célebre pianista y compositor norteamericano Herbie Hancock, pensaron en William Barton no solo por haber llevado el diyeridú a un plano estelar universal, sino por su ductilidad para insertarse en las más diversas rutas musicales.
Precedido por una semana de encuentros pedagógicos y promocionales, conferencias, recitales y desfiles en ocho ciudades australianas, el concierto global consagrado por la Unesco y el Instituto Herbie Hancock al jazz como expresión de libertad y vehículo para el entendimiento humano implicó a una treintena de renombrados creadores –entre ellos el destacado percusionista mexicano Antonio Sánchez– y culminó con todos a la vez interpretando una versión de Imagine, de John Lennon. Barton también sazonó la ejecución con las profundas notas de su diyeridú.