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Cultura

La Muralla de La Habana

La Habana 500

Texto y fotos: Enriquito Núñez RodríguezEspecial para POR ESTO!

Apenas un siglo después de su fundación por Pánfilo de Narváez, la villa de San Cristóbal de La Habana comenzaba a perfilarse como la ciudad con más importancia entre las posesiones españolas en el Nuevo Mundo. Su estratégica ubicación geográfica entre el golfo de México y el océano Atlántico, las características de su profunda y protegida bahía, le confirieron una relevancia notable en el comercio entre América y España. El rápido crecimiento económico de La Habana estuvo signado por la concentración de los productos provenientes del vasto territorio existente entre las villas de Trinidad y Sancti Spíritus hasta el occidente de la Isla, el que aunque no había sido explotado intensivamente aún, poseía la riqueza forestal que alimentó de madera los astilleros del puerto de Carenas, en el que se comenzó la construcción de grandes buques. La ganadería fue otra de las actividades económicas importantes, y su explotación abasteció el consumo de la ciudad, las flotas y de las avanzadas españolas en las posesiones de Norteamérica. De la misma manera, el cultivo del tabaco se convirtió en una actividad fundamental, sobre todo en tierras de Vuelta Abajo, donde más se producía esta apreciada hoja. De manera que, para esta época, la bahía de La Habana se había convertido en el punto de embarque y recepción de la mayoría del comercio que entraba o salía de la Isla. Esto significó que la ciudad se poblara a ritmo acelerado, y no pasaría mucho tiempo hasta que la corona española decidiera trasladar el gobierno colonial de la isla de Cuba, su Capitanía General, desde Santiago de Cuba a La Habana.

Entre 1537 y 1541 se organiza el Sistema de Flotas y Armadas para la protección del llamado Comercio de Indias, y La Habana fue elegida como el lugar de reunión de los convoyes de barcos mercantes. Es precisamente entonces cuando La Habana se convirtió en la capital oficial de la Isla, y por esa razón, en uno de los blancos más deseados de corsarios y piratas que buscaban saquear las riquezas que la corona almacenaba en la villa. Es así que en 1555 el pirata francés Jacques de Sores atacó y arrasó la ciudad, que fue solo reconstruida y transformada una década más tarde. Esto aceleró los proyectos para la fortificación de la ciudad, para convertirla en una plaza bien protegida, tal vez inexpugnable. La ciudad era realmente vulnerable, por lo que ya en 1603 existía un proyecto para crear una muralla y evitar el acceso de enemigos por la parte de tierra. Se comenzó entonces a considerar la edificación masiva de obras de ingeniería militar para defender la ciudad. El primer intento por proteger el perímetro terrestre de la villa fue una alta empalizada de macizos troncos; sin embargo, la idea es desechada rápidamente, pues sería fácilmente penetrable con el uso del fuego. Se pensó entonces en construir un foso de estilo medieval inundado con agua, pero esto también fue desechado por los problemas de insalubridad que ello conllevaría a la ciudad.

Mientras tanto, aproximadamente en el término de un siglo, a partir de 1667, fueron levantadas las fortalezas de La Fuerza, La Punta, El Morro, los torreones de Cojímar, La Chorrera y San Lázaro. La última en construirse, tras la toma de La Habana por los ingleses, fue la fortaleza de San Carlos de La Cabaña, la más grande fortaleza militar española en América.

La Muralla de La Habana formó parte de este sistema de fortificaciones. Su construcción comenzó el 3 de febrero del año 1674, siendo capitán general don Francisco Orejón y Gastón, cuando se colocó la primera piedra de la muralla de esta ciudad, que fue terminada totalmente en 1797. El proyecto se debió al ingeniero militar Cristóbal de Roda, y la obra formaba un arco desde el barrio de Campeche hasta La Punta. Cuando estuvo concluida, su extensión era de unos 4,892 metros, tenía como promedio 1.40 metros de espesor y 8 de altura, y contaba con una dotación de 3,400 hombres y un armamento de 180 piezas de artillería. Al principio contaba con solo dos puertas: La Puerta de La Muralla (después llamada Puerta de Tierra) y la Puerta de La Punta. Después se abrieron otras, algunas siendo reemplazadas, como la de Tenaza que fue reemplazada por la del Arsenal. En total llegó a poseer unas nueve puertas, entre ellas la de Monserrate, la de Luz, la de San José y la de Jesús María. La parte de la ciudad que quedaba dentro del amurallamiento se llamaba Intramuros, y era el asiento preferido de los peninsulares, mientras el resto, la ciudad extramuros, era habitado preferentemente por los criollos, llamados naturales del país.

Con el paso de los años esta construcción llevó consigo una innecesaria división de la villa, pues mientras se desarrollaban más actividades y asentamientos en el exterior, la muralla terminó por ser un estorbo inoperante. Por otra parte, La Habana nunca sufrió un ataque pirata por tierra. El único ataque de esta naturaleza ocurrió cuando los ingleses tomaron la ciudad desde el mar, entrando por la colina conocida como La Cabaña, razón por la cual en ese lugar se construyó la última y más poderosa fortaleza. Al término de las obras de construcción del Castillo de los Tres Reyes del Morro, el ingeniero militar italiano Antonelli, que dirigió las obras, aseguró que no obstante ser El Morro una excelente defensa, quien lograra apoderarse de las alturas de La Cabaña tomaría la ciudad, y así ocurrió en 1762. El crecimiento de la población, el desarrollo del comercio y las nuevas concepciones militares terminaron por anular la función protectora de la muralla, y ya en 1863 se comenzaba su demolición, que concluyó finalmente a principios de siglo XX.

Algunos fragmentos de la antigua Muralla de La Habana se conservaron con un propósito didáctico y monumental, entre ellos una porción de más de 100 metros de largo entre la antigua Puerta de La Tenaza y la actual Estación Terminal de Trenes. Las ruinas del cuerpo de guardia de la Puerta Nueva y parte de El Arsenal es otro remanente de la muralla, y allí se pueden observar restos de las bóvedas en las que se almacenaba pólvora y otro material bélico. Por último, frente al antiguo Palacio Presidencial, hoy Museo de la Revolución, se halla el único de los baluartes conservados, un puesto de vigía de la muralla en el que aún se puede observar el antiguo escudo de la villa de La Habana. Este último fragmento de la Muralla de La Habana fue utilizado como improvisada tribuna por el joven Fidel Castro durante una protesta que lidereó contra los desmanes del gobierno republicano de Ramón Grau San Martín.

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