Cultura

Serotonina

Jorge Cortés Ancona

La novela más reciente de Michel Houellebecq, Serotonina, apunta al centro de las desgastadas condiciones de vida por las que atraviesan los humanos de hoy. Aunque el escenario sea Francia se habla de una situación universal llena de pesimismo.

A través del relato en primera persona de su protagonista Florence-Claude Labrouste, ingeniero agrónomo de clase media alta, la novela destila frustración, depresión –por ello el consumo de pastillas que contienen serotonina– y sobre todo fracaso en todos los órdenes de la vida, con independencia de que se tenga una condición económica solvente, como la de algún personaje femenino gracias a los artificiales cambios de valor de la propiedad inmobiliaria.

Casi todos los personajes de la novela han fracasado, sean profesionistas liberales, aristócratas, clasemedieros de provincia o artistas. Fracaso en las relaciones de pareja, en el plano laboral –con independencia de que sean de gobierno, privados o de autoempleo– y en las relaciones con los semejantes, sin tener mucho de qué hablar con los demás. El protagonista, hijo de padres suicidas, tendrá presente de diversos modos la posibilidad de quitarse la vida.

Como siempre ocurre en las novelas de Houellebecq, cada párrafo tiene una densidad de ideas, trátese del relato mismo de las acciones o de descripciones, opiniones, muchas veces aforísticas (“El objetivo de la administración es reducir al máximo tus posibilidades de vida, cuando no consigue pura y simplemente destruirla; desde el punto de vista administrativo un buen administrado es un administrado muerto”), o pinceladas de humor ácido (“¿Qué motivo podía tener una niña de diez años para llamar a la puerta de un cuarentón misántropo y siniestro y alemán por añadidura? ¿Era para que le leyese poemas de Schiller?”), o provocaciones (su frase de que Holanda no es un país sino una empresa; el hecho de que la palabra feminicida le haga pensar en insecticida o raticida).

No es un escritor al que pueda considerarse de izquierda, sino al contrario, pero es certero es presentar problemas que se viven a causa de la economía, de cómo sectores que alguna vez tuvieron condiciones de vida boyantes ahora se encuentran luchando contra la pobreza. Y nosotros tendemos a pensar en las cuestiones de asimetría colonialista que padecemos, pero él está hablando de Francia, de una parte sustancial del corazón de Europa.

A diferencia de nuestro México, considera en términos equitativos a las poblaciones que se encuentran más allá de París, por lo cual se perciben los problemas económicos de ganaderos y agricultores que suspiran por el proteccionismo económico al sufrir las políticas de apertura de su gobierno, bajo las consignas de la Unión Europea. Aun cuando trabajan muchas horas desde las cinco de la mañana, estos productores operan con pérdidas al grado de orillar a algunos al suicidio.

Esto explica también la solidaridad de los pobladores de la región respecto a quienes fueron víctimas en una protesta contra el gobierno francés, sobre todo su admiración por el noble devenido por propia voluntad en ganadero que se inmoló como parte del conjunto de injusticias de vida que padecía.

Con sutileza se habla del pasado francés, de cómo cuando la genética lo requiere ante el peligro de decadencia se ha recurrido a las lavanderas. Ahora las opciones más allá de la descendencia son más distantes: mujeres moldavas, si no es que camerunesas o malgaches, o incluso laosianas. No importa que vengan de regiones lejanas, de ahí la internacionalización de las relaciones sexuales, sin distingos nacionales o raciales.

A lo largo de la novela, como en otras de Houellebecq, hay mucho sexo, descrito de manera directa y frecuente, sin que pueda interpretarse como procaz y en cambio como una manera de evasión, como una forma desesperada de comunicación que a veces es una razón de vivir poco razonable, casi inasible por efímera.

Aunque es una novela y no un ensayo ni una crónica, es estimulante la variedad de temas que van apareciendo, lo mismo la idiosincrasia japonesa, Monsanto y los transgénicos, las armas de fuego, Francisco Franco y el turismo de lugares con encanto, comentarios sobre la interpretación del mundo desde la literatura (Thomas Mann, Proust e incluso la dura crítica de paso a Goethe o la burla sobre Blanchot), un paseo por bebidas alcohólicas, alimentos (de mar, quesos, etc.), la hotelería, el papel que la producción agrícola y ganadera de países latinoamericanos como Argentina y Brasil juegan en la economía europea, casi como provocadores de dumping (término que no utiliza el narrador, pero al que parece aludir), etcétera.

Si habría que presentar un espejo límpido de nuestro tiempo, esta novela sería una candidata ideal. La leímos con tristeza tratando de adentrarnos en su profundidad tan pantanosa.

Michel Houellebecq: Serotonina, Anagrama, México, 2019, 282 páginas.