A finales de mayo y principios de junio, esta fruta natural de América empieza por poco más de un mes a verse por las calles del centro de la ciudad; la huaya también conocida como mamón o mamoncillo (Melicoccus bijugatus) es altamente consumida por su frescura, aunque no dejamos de recordar el riesgo que significa para los pequeños por el tamaño y lo resbaladizo de su fruto. Requiere de una marcada estación seca para florecer de manera satisfactoria, de allá que el agobiante calor de esta temporada haya beneficiado su floración y abundantes frutos.
Siempre me he preguntado cómo esta fruta llega a las banquetas de nuestra ciudad en tan abundante número, pues no sé si en nuestro estado hay sembradíos de huayas a la usanza de otras frutas y lugares. Tal misterio empezó a develarse cuando escuche la siguiente frase: “Buenos días, me vende su árbol de huaya” en la colonia Bojórquez, de la que soy vecino. Un tanto sorprendido le pregunté a qué se refería y don Pedro, que así se llama el comprador, me dijo que ese árbol del que ahora soy dueño, “es un árbol probado, sabemos que sus frutos son buenos”, recalcó, “la dueña anterior me vendía sus frutos cada año”.
Don Pedro es practicante de un raro oficio, al que podríamos nombrar como “frutero”, él y sus dos hijos recorren colonias de la ciudad, donde generalmente ya tienen ubicados los árboles de su interés, y ofrecen comprar los frutos, siendo ellos los encargados de todo lo relacionado con la bajada y el empaque, ahora están comprando además mango y mamey. Su destreza para moverse en los árboles es notable, y conlleva un conocimiento de la naturaleza del árbol, como resistencia de las ramas, tiempo de maduración y calidad de los frutos. Por ejemplo, cuando le pedimos cortara algunos gajos del árbol, nos dijo que si lo hacía ahora el árbol daría muchos menos fruto el próximo año.
El árbol de huaya al que nos referimos, nos comentó que tiene más de cuarenta años, que sus frutos son abundantes como pocos, ya que alcanza hasta cuatro bajadas, y ofrece 200 pesos por bajada. Observando el proceso, notamos su experiencia, se ataba al cuerpo una soga que anclaba en una gruesa rama, a su vez las ramas por las que caminaba, si le parecían riesgosas, las amarraba con otra más gruesa de arriba a manera de soporte, cerca de cuatro horas en el árbol, le redituó unos 8 sacos de huayas, escogidas entre las más sazonas, pues el árbol no las madura todas al mismo tiempo y las que madura primero son las de más arriba. Con cuidado bajaba los gajos de huaya y los depositaba en una cubeta, que luego a través de una cuerda hacía descender al piso, donde su “secre” la vaciaba y trasladaba el producto a los sacos.
Sobre la comercialización, nos comentó que vende frutas en unos tianguis, pero que lo que baja, como en el caso de las huayas, las lleva a vender a las “mestizas del mercado” así en rama, quienes son las que las pelan y las venden al consumidor por las calles del centro. Don Pedro, es así a nuestro entender, practicante de un oficio, tal vez en auge en otros tiempos, cuando los grandes solares y fincas campeaban, pero ahora es un meridano con un trabajo poco común, que vive literalmente de andar de rama en rama.