Los gobernantes de Miami son dignos émulos de Trump, Pompeo, Bolton, Rubio y compañía y en sus misas espirituales invocan el alma en pena de Luis Posada Carriles, autor en 1976 de la voladura en pleno vuelo de un avión de Cubana de Aviación y planificador del frustrado atentado de 2000 contra Fidel Castro en el paraninfo de la Universidad de Panamá.
No exagero. Los comisionados del municipio que le da nombre al condado ubicado al sur de la Florida, encabezado por el alcalde Francis Suárez, han tenido la peregrina idea de sugerir al Congreso de los Estados Unidos que prohíban a los gobiernos locales y estatales la contratación de artistas cubanos “que hagan negocios con Cuba”. Negocios debe entenderse como ser representados por agencias radicadas en la Isla o tributar a estas, o simplemente hagan viajes de ida y vuelta a la mayor de las Antillas y residan en esta. Si quieren contratos, tendrán que renunciar y abjurar de su país de origen, o mejor aún, denostar del gobierno de La Habana, desear su derrocamiento y abrir las puertas de sus casas a la injerencia gringa.
Suárez declaró que si la resolución que empujará en el Congreso “no lograba del todo su objetivo” –el hombre sabe que difícilmente le sigan la rima al pie de la letra todos los gobernadores y alcaldes de los municipios y estados de la Unión– “quiero lanzar un mensaje claro sobre mi postura como servidor público de mi comunidad”.
Esta última afirmación también debe ser acotada. La comunidad de Suárez no es, ni por asomo, la de todos los residentes en el extremo meridional del estado. Ni la de todos los ciudadanos de su municipalidad. Ni tan siquiera la de los cubanos y sus descendientes. Él es servidor público de los que alimentan el odio y ejercen la intolerancia, los que aplauden la puesta en vigor del título III de la ley Helms Burton, la cancelación del arribo de cruceros a la Isla y la interrupción de intercambios académicos.
Dicho sea y no de paso, quien esto escribe no pudo asistir al Congreso de la Asociación de Estudios Latinoamericanos, que sesionó en Boston en mayo pasado. Los organizadores habían aprobado previamente mi ponencia acerca de la lucha desde la cultura contra la discriminación racial en la Cuba de hoy, comunicación en la que me acompañarían dos reconocidos expertos sobre el tema, Rolando Rensoli y Rolando Zulueta, y el productor audiovisual José Luis Lobato. Los cuatro viajamos a México –el consulado de EE. UU. en La Habana no presta servicios dicen que para proteger a sus funcionarios de unos misteriosos “ataques sónicos”– y nos sometimos a un prolijo interrogatorio en la sede diplomática estadounidense en el Distrito Federal. Final de la historia: nunca nos dieron el visado. Ni a nosotros ni a otros 70 académicos cubanos.
La insólita solicitud de Suárez y los comisionados fue formulada apenas unos días después de que la orquesta Los Van Van, fundada por Juan Formell, ofreciera un concierto a sala llena en la ciudad, que terminó con la gente bailando a todo tren. Bailaron los que se marcharon de Cuba por cumplir el sueño americano, o por ganar más dinero, o por no estar de acuerdo con las ideas socialistas, o por reunirse con sus familias, o por amor, o por lo que sea. Nadie les preguntó por qué bailaban con una orquesta que dentro y fuera de Cuba convoca multitudes. La retórica de la resolución del alcalde no puede ser más retorcida al suscribir que “pese a los muchos cambios en Cuba, el gobierno cubano no ha mostrado mejoras hacia el respeto por los derechos humanos”, y “bajo el pretexto de un intercambio cultural, Cuba permite que los artistas que apoyan predominantemente al régimen cubano y que presuntamente defienden a un régimen que durante décadas ha violado los derechos humanos y estimulado a terroristas lleven a cabo actividades sustanciales”, se presenten en EE. UU.
Al conocer de la arremetida de los comisionados, un cubanoamericano recordó que la ciudad de Miami, de la cual Francis Suárez es alcalde, y antes fue Regalado, es un pedacito del condado Miami Dade, que tiene 13 ciudades. “Si por ejemplo –comentó– los cubanos actuaran en Aventura, Hollywood o Fort Lauderdale, donde también hay muchos cubanos y latinos, ninguna de esas leyes municipales tendrían efecto. Así como en Miami casi todos tienen auto, los artistas solo deben buscar un productor que no tenga que ver con ese municipio. Y podrán actuar quizás a solo 20 o 30 metros, con otra policía y otras leyes que ni Francis Suárez ni esos personajes puedan determinar”.
No le falta razón al embajador de Cuba en Washington, José R. Cabañas, cuando acotó sobre el tema: “Estados Unidos tiene 35 000 ciudades y pueblos reconocidos. Las autoridades de Miami han decidido que sus ciudadanos visiten otros 34 999 lugares para disfrutar legalmente de la música cubana. Y lo han decidido bajo el nombre de la ‘libertad de expresión’, probablemente una nueva definición del término”.
Solo en la cuerda de Suárez se movió el alcalde de Hialeah, Carlos Hernández, quien orientó cancelar la participación de tres artistas cubanos en el concierto por el 4 de julio (Día de la Independencia). Es el culpable de que Señorita Dayana, El Micha y Jacob Forever –nada menos que tres reguetoneros de escasa entidad artística– no estén en el concierto. Por cierto, el congresista Mario Díaz-Balart salió por Univisión “sorprendido” por la anunciada presencia de Jacob Forever y lo tildó de “vocero del régimen” de La Habana.
Con frecuencia en el ambiente miamero los inventores de la industria “anticastrista” –ahora sería industria “antidiazcanelista”– sacan a relucir sus medallas. En varias ocasiones un minúsculo grupo de inveterados activistas ha sacado una aplanadora (cilindro) a las calles para trituras discos, da igual de Pablo Milanés que del colombiano Juanes o de Pitbull, porque para ellos la (in)cultura se mueve en una sola dirección: la de la intolerancia.
No se olvide tampoco cómo en 1988 cierto individuo, expedicionario de la fracasada invasión de Bahía de Cochinos, quemó un cuadro del pintor Manuel Mendive, expuesto en el Museo de Arte Cubano de Miami. Léase el “argumento” con el cual trató de justificar su acción: “Al quemar públicamente el cuadro Pavo Real, se estaba quemando al marxismo asociado con todos los pintores marxistas cubanos y se estaba repudiando la exhibición y venta de productos de cariz marxista en nuestra ciudad”. Que conste, esto no lo dijo Goebbels, sino un residente en Miami a fines del siglo XX.