Iván de la Nuez
Ni dragones entrenados para la guerra, ni naves estratosféricas lanzadas a conquistar otras galaxias, ni marcianos invadiendo la tierra, ni individuos clonados hasta el infinito, ni un astronauta atrapado en Marte…
Lo que hoy puede definir la ciencia ficción no son las tramas de anticipación o las distopías que imaginan un presente conquistado por el mañana. Tampoco el traspaso de nuestras vidas a la realidad virtual o la inteligencia artificial. Lo que hoy marca las historias más inverosímiles es el perdido arte de leer en papel, una detective que apunta sus hallazgos en una libreta de notas, alguien que se rige por un plano para llegar a otro vecindario, lobos solitarios que hurgan en la biblioteca para alcanzar la verdad perdida de un misterio.
Da igual si se trata de la última entrega de True Detective o de City on a Hill, series que nos regresan tan solo un par de décadas atrás, cuando la intuición era más poderosa que una base de datos y la evidencia no podía probarse con una prueba de ADN.
La ambientación de estas series, o de películas que se remontan en el tiempo, reflejan un mundo perdido que a mucha gente le resulta más extraño de lo que en su momento pudieron serlo las aventuras futuristas imaginadas por Julio Verne, Karel Capek o Isaac Asimov.
El trabajo de reconstrucción del pasado de Stephen King en su novela 22/11/63 es mucho más arduo, sin duda, que la preconstrucción del mañana previsto por Wiliam Gibson en Neuromante.
Es más fácil imaginar espías leyendo la mente que a una persona cualquiera contrariada porque no le ha llegado el periódico diario hasta su puerta.
Esto, al menos, entre los nacidos digitales. Jóvenes para los cuales seguir la secuencia de una velada descrita por Mary Shelley puede resultar desconcertante. Sobre todo si nos atenemos a esa estadística demoledora que nos dice que nuestra capacidad de concentración en un tema no pasa de los nueve minutos seguidos.
Comprar un café en grano, molerlo, colarlo servirlo y tomarlo es, ahora mismo, un reto para nuestro cerebro mucho más complicado que un viaje a la luna o, para ponerlo más cerca, que disponer de una taza salida con urgencia de una cápsula anunciada, eso sí, por George Clooney.
“Nespresso. What else?”.