Cultura

La cultura maya brinda altos dividendos económicos

Víctor Salas

Con el producto intelectual y las obras materiales surgidas de la sensibilidad de los ancestros mayas, se ha creado una industria turística, involucrando en ella desde un taxista o un camionero hasta los dueños de la hotelería chica, mediana, grande y la que va en aumento hacia el cielo.

Las ciudades arqueológicas han servido, desde la ocupación española, de materia prima para levantar edificios cristianos, hacer caminos empedrados, elaborar ornamentación doméstica y como polvo para pegar piedras.

Aún así, su fuerza y volumen constructivo nos han permitido conocer la belleza conceptual de Kabah, Uxmal o Zayil y múltiples sitios arqueológicos más.

Quienes obtienen beneficios económicos por el uso de ese producto estético, no pagan derechos de autor, a pesar de la enorme cantidad de dinero que les genera los miles de extranjeros que vienen a conocer la cultura maya y que se hospedan en hoteles, cuyos dueños son yucatecos, mexicanos y extranjeros.

¿La hotelería local aporta alguna cantidad de dinero para la reconstrucción y mantenimiento de las ciudades mayas que les dejan buenos dividendos?

Una cosa resulta cierta hasta el día de hoy y es que las universidades norteamericanas se implican en esos sitios e invierten dinero en talacha, chapeo, desescombro, albañilería, estudio de campo y supervisión de tales trabajos.

Hoy, la situación de la aportación extranjera sigue siendo similar a la del siglo XIX, cuando John Stephens da a conocer al mundo la existencia de una cultura cuya estética general le pareció asombrosa e inexplicable. Los tres errantes, el doctor Cabot, Frederick Catherwood y el propio Stephens, se pagaron todo, desde el pasaje para llegar a nuestra tierra hasta el acompañamiento de tres indios yucatecos que utilizaron a lo largo de sus andanzas por Yucatán: Bernardo, Albino y Bernabé; también invirtieron en alimentos para sus caballos y en agua para todos, que por su escasez la tenían que comprar.

Es cierto, también el INAH y la UNAM han participado en la reconstrucción de algunas ciudades arqueológicas, pero al parecer se les gasta demasiado pronto el presupuesto. En Google, se puede ver un documental reciente, en el que unos estudiantes norteamericanos instalados en Kaxil Kiuic trabajan en el salvamento de esa ciudad. Cuando todo ese trabajo concluya, el beneficio económico es evidente que no es para esos estudiantes, sino para los que manejan la infraestructura turística en la entidad.

Lo mismo sucedió con el trabajo de John Stephens, quien en 1843 publicó unos libros sobre sus viajes a Yucatán, que movieron el tapete de muchos amantes de las culturas antiguas.

Según el testimonio del viajero decimonónico, aquí quienes conocían esos lugares ancestrales, utilizaban sus tierras para milpas, ranchos, pastoreo de animales, y las piedras de sus muros era utilizadas para albarradas, caminos y adornos en cualquier lugar. Por eso en algunas de esas ruinas, únicamente quedan los montículos de tierra.

El beneficio económico que han generado las ciudades arqueológicas debería servir de ejemplo a quienes desean derribar sus propiedades en el centro histórico y edificar, en su lugar, obras de nulo valor artístico y que a la vuelta de los años no servirán de ejemplo ni beneficio para nadie.