Cultura

La Grisi en la pátina de los recuerdos

Pedro de la Hoz

Con la danza sucede lo mismo que con la interpretación musical. Quién asegura que éste o aquél fue el mejor pianista de su tiempo, o el violinista mejor dotado o la voz perfecta, cuando los aludidos ejecutantes vivieron épocas anteriores a los registros de audio y video. Hay que dar fe entonces a los testimonios de sus contemporáneos y confiar en la exactitud de los juicios emitidos.

Así nos llega, envuelta en aires míticos, la figura de Carlotta Grisi en el bicentenario de su nacimiento el 28 de junio de 1819 en Vizinada, de la antigua Istria italiana, hoy día perteneciente a Croacia.

Decir Grisi es sinónimo de cumbre interpretativa del ballet romántico. Ella y sus compañeras Marie Taglioni, Fanny Cerrito y Lucile Grahn, que se juntaron el 12 de julio de 1845 para estrenar el famoso Grand pas de quatre, de Jules Perrot, en el Teatro de Su Majestad, en Londres, por sugerencia del director de la institución Benjamin Lumley, quien encargó la música a Cesare Pugni, un oficioso y para nada relevante compositor italiano.

Perrot destacó las individualidades de las bailarinas y a la Grisi le concedió la segunda variación, cuidando que la Taglioni, la de más edad y trayectoria, cerrara la puesta en escena. Casi cien años después, Anton Dolin recicló la pieza en Nueva York, con Nathalie Krassovska como Grahn; Mia Slavenska, Grisi; Alexandra Danilova, Cerrito; y Alicia Markova, Taglioni.

De entonces acá, el Grand pas de quatre ha estado en el repertorio de la vías de las compañías de danza clásica más consistentes del mundo, incluyendo, por supuesto, al Ballet Nacional de Cuba.

Fiel a su talento, Alicia Alonso, conocedora y a la vez intérprete más de una vez de la versión de Dolin, quiso recrear la coreografía y para ello limpió pasos y gestos y fijó su atención en el original de Perrot, sobre la base del estudio de los grabados de la época, puesto que, como hemos dicho, la leyenda no poseía asideros factuales.

Que la versión de Alicia estaba bien encaminada se comprobó en 1970 cuando las llamadas Cuatro Joyas de la agrupación insular, Mirta Plá, Josefina Méndez, Loipa Araújo y Aurora Bosch, conquistaron la Estrella de Oro en el Gran Prix de la Ville de París. La Araújo asumió el papel de la Grisi, y la crítica destacó de manera particular la empatía entre su interpretación y el discurso musical, algo que parece haber sido una de las fortalezas de la diva italiana, de acuerdo con Theophile Gautier.

A este último, ocho años mayor que la bailarina, se debe en buena medida la construcción del mito Grisi. Dramaturgo, poeta, crítico y viajero infatigable, autor del inefable folletín Mademoiselle de Maupin y de la novela de aventuras El capitán Fracasse, dedicó una etapa de su vida a escribir libretos y argumentos de ballet.

Elevó a la Grisi, que seguramente poseía un probado talento formado en el cuerpo de baile de La Scala de Milán, a la categoría de máximo exponente de la danza clásica de la época, para disgusto de Perrot, que la había descubierto, cultivado y amado.

Cuando Gaultier se involucró en la recreación de Giselle, revisitada por Perrot para la muchacha y la Opera de París, escribió que se hallaba ante “la perfecta mezcla de alegría e ingenuidad” exigido por el papel. Tan grande fue la fascinación que sintió Gaultier por la Grisi, que concibió un ballet a su medida, La Peri, y convenció a Jean Corelli para que lo coreografiara.

En 1849 la Opera de París rescindió el contrato con la Grisi. Antes de marchar a San Petersburgo, Perrot, en gesto elegante, le ofreció un papel protagónico en la capital gala a manera de despedida, La hija de las hadas. En 1853 Gautier intentó en vano reincorporarla a la Opera de París.

Fue a parar a Varsovia, donde cosechó éxitos. Sin embargo, de repente, tal vez por instigación del príncipe Léon Radziwill con quien tenía una hija, decidió abandonar el baile y se retiró a Villa Saint-Jean, en Ginebra. Durante su retiro en las cercanías de la ciudad suiza, ella renovó su amistad con Gautier: ambos intercambian cartas largas y el autor la visita una vez al año. La casa de Grisi estuvo abierta a decenas de admiradores de Gautier, mientras el autor también aprovecha estos viajes para hacerse sentir en el mundillo cultural ginebrino.

Para Gautier, la Grisi era lo máximo y se convirtió en el mayor fiador de su arte.