Por Jorge Cortés Ancona
Fotos de Oscar Suaste
En el museo Fernando García Ponce-Macay se presenta actualmente “Recuento”, una exposición de 208 piezas integradas por los artistas visuales que efectuaron muestras individuales en el museo desde 1994.
En esta exposición –que integra pintura, grabado, dibujo, fotografía, escultura, arte objeto, textiles e instalación– puede apreciarse obra de unos noventa artistas yucatecos y piezas de diversos autores de varias partes de México, además de un buen número de latinoamericanos y españoles, así como de otras regiones del mundo.
Al recorrer la exposición recordamos muchas de las exposiciones, varias de ellas representativas de determinados momentos en la vida del Macay. También nos encontramos con algunos nombres que no reconocimos y con pintores que fallecieron en años recientes más otros que han dejado de producir obra artística.
Con obras pertenecientes al acervo del museo y otras solicitadas en préstamo a coleccionistas particulares, Rafael Pérez y Pérez, su actual director, y Silvia Madrid lograron hacer posible esta propuesta conmemorativa de un cuarto de siglo de actividades.
Establecer los criterios para la museografía seguramente fue un reto para esta exposición, una de las más extensas que se hayan generado en Yucatán, pero se resolvió felizmente. A pesar de la diversidad de técnicas, dimensiones, estilos, períodos y temas, se fueron estableciendo relaciones entre las obras y el recorrido puede hacerse con fluidez, sin cambios bruscos. También se resolvió la cuestión de los criterios cualitativos, pues las escasas obras de dudosa aceptación no hacen desmerecer el conjunto y se mantuvo el equilibrio en su integración.
Según los comentarios de los organizadores, fueron unos pocos artistas los que no pudieron ser incluidos, ya sea por razones de distancia geográfica o por desconocimiento de su residencia actual o la de sus herederos. Sin embargo, lamento que no se haya incluido al ya fallecido Rolando Arjona Amábilis, que expuso en 1994 y del cual sí era posible encontrar alguna pieza en Mérida.
Por lo demás, es necesario hacer correcciones en ciertas fichas, ya sea por nombres y apellidos (por ejemplo, escribir Arnold en vez de Arnoldo en el caso de Belkin), corregir la técnica de una pintura que en la ficha aparece como “arte-objeto” y algunas más.
Este es un proyecto concretado de memoria institucional, donde muchas de estas obras son indicios de ideas, discusiones y tomas de conciencia que se dieron en determinados momentos y en diversos casos podemos buscar el detalle anecdótico que envolvió a una pieza o a su autor o a la exposición misma en su momento.
Varias de las piezas me hicieron recordar con afecto a don Miguel Madrid Jaime, el primer director del museo, con su bonhomía, su actitud de apoyo y su voluntad conciliadora. Al ver el tríptico de Beatriz Zamora en el conjunto del expoforo, recordé que un pintor enemigo del arte abstracto (por cierto, también incluido en esta exposición con una obra) llegó un día furioso a la oficina de don Miguel para expresarle su queja por las pinturas monocromáticas de negro, características de aquella artista.
Para ese pintor se había llegado al colmo de los colmos y creía que se estaba haciendo una burla completa al público. Como respuesta, don Miguel le entregó el ejemplar de POR ESTO! que tenía desplegado sobre su escritorio para que leyera un artículo de mi autoría celebratorio de la exposición y que casualmente había sido publicado ese mismo día. Después de leerlo, el pintor le devolvió el ejemplar y, aunque quizá no necesariamente convencido, se despidió con sequedad sin continuar en su protesta.
Casos como ese fueron aflorando en mis dos recorridos, el compartido pero trabajoso de la inauguración y el relajado del mediodía sabatino. Además de la fruición contemplativa actual, una exposición de reconsideración temporal como esta también contribuye a revivir impresiones pasadas, ya sea por las obras mismas, por sus creadores y promotores o por la agradable condición de espectador de muestras anteriores.