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Cultura

Nicolás, forma y fondo

Pedro de la Hoz

“Nicolás Guillén es cubano en el fondo y en la forma. Es el primer poeta nuestro que descubre un ritmo, extrae una observación, crea una forma. Se aparta, por igual, de Francia y de España. No es ni Darío ni Chocano, ni Juan Ramón Jiménez. Es Guillén”.

Estas palabras fueron escritas por Alberto Lamar Schweyer en 1931. No es ocioso, por más de una razón, traer a cuento esta cita. En primer lugar, porque devela una esencia; el juicio condensa el relieve de una originalidad tempranamente conquistada. Luego está el valor de una anticipación visionaria; Guillén era entonces un poeta emergente, apenas había irrumpido en el panorama literario cubano y contaba únicamente con los Motivos de son y Sóngoro Consongo, plataforma de lanzamiento de lo que serían logros mayores.

No menos importante resulta el talante del emisor. Lamar Schweyer se hallaba ya en las antípodas de Guillén. Este definitivamente orientado hacia el combate por la justicia social; aquel despeñado hacia posiciones reaccionarias. Y tenía que reconocer, en acto de honestidad intelectual, la singularidad y la jerarquía de un poeta que en lo adelante confirmaría tales alcances al punto que en el siglo XX no solo se haría notar como una de las más elevadas voces líricas de su país, sino también de Iberoamérica.

Nacido en 1902 en Camagüey, villa cubana que describió como “suave comarca de pastores y sombreros”, murió en La Habana el 16 de julio de 1989, es decir, justo hace 30 años. Recuerdo el impacto de la noticia, la llamada del director del diario en el que yo trabajaba para que temprano en la mañana del día siguiente acudiera a la base del monumento a José Martí en la Plaza de la Revolución, donde era velado, para que obtuviera declaraciones de colegas y amigos, y el mar de pueblo que acompañó el cortejo fúnebre.

Esa, sin embargo, no es la imagen que deseo conservar del poeta. Prefiero verlo vivo en los jardines de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, organización que fundó en 1961 y presidió por cinco lustros, Un Guillén al que era mucho más apropiado llamar Nicolás por el carácter abierto y cordial, la risa estruendosa, la agudeza verbal, el sentido del humor y la criollez en cada uno de sus actos. En aquel jardín gustaba dar de comer a las palomas y dicen que alguna vez a una cría de gallos de raza.

Había intuido algo que dijo con meridiana certeza Nancy Morejón –“la dimensión fundamental y prioritaria de Guillén se cumple desde el momento en que transpone el acervo cultural, que proporciona nuestro componente africano, dándole su justo lugar”–, y ya me sabía de memoria varios de sus poemas –pasé de los Motivos de son, de peculiares acentos rítmicos, a los de El son entero– cuando lo tuve frente a mí por vez primera. En el preuniversitario donde estudiaba, uno de mis condiscípulos, Bladimir Zamora –sí, como él decía, con B de bravo– se las arregló para convocar un taller literario e invitar a los mejores escritores de la Isla para compartir sus vivencias con nosotros.

De aquel encuentro quedó en mí la convicción de que si alguien aspiraba a ser poeta debía tomar a Guillén como paradigma, no para imitarlo, sino para vivir la poesía como él la vivía, desde la intimidad hasta la vastedad cósmica, con la vocación de servicio y entrega a flor de piel. También aprendí que un poeta de su magnitud necesitaba lectores fieles, y ese es mi caso. Fidelidad hacia él y hacia todo poeta y poema que respire autenticidad, y no artificio.

Nicolás fue y es auténtico por los cuatro costados. En los sones inmensos y las elegías. En los versos de amor y de combate. En la estampa afilada y la glosa oportuna. En su cubanía y universalidad.

Vamos a estar con Nicolás por estos días como siempre hemos estado, celebrando su vigencia tutelar y palabra de orden en una conmemoración de la que nos haremos eco en una próxima entrega.

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