Pedro de la Hoz
Me prometí volver a Nicolás Guillén, con motivo de las jornadas que enlazan el 117 aniversario de su nacimiento (10 de julio de 1902) y el trigésimo de su deceso (16 de julio de 1989), y cumplo con dar noticias de fervores, confirmaciones y urgencias.
A la capital cubana llegaron intelectuales y amigos de diversas partes –dar la mano y escuchar al ensayista jamaicano Keith Ellis; al profesor y narrador Enrique Sacerio Gari, catedrático en Pennsylvania; al historiador uruguayo Oscar Montaño, y al activista político valenciano David Rodríguez, moviliza la sensibilidad y ensancha el conocimiento–, convocados por la Fundación Nicolás Guillén, y entre todos, contando con las ilustres cubanas Nancy Morejón y Denia García Ronda, el camagüeyano doctor Luis Álvarez Álvarez y el escritor Abel Prieto, quien honrosamente asume el legado del inolvidable Armando Hart al frente de la Sociedad Cultural José Martí, abordaron el ser y el deber ser de la imagen guilleniana en los tiempos que corren.
Porque si es cierto que estamos, como en memorable ocasión dijera el escritor Miguel Barnet, ante quien desde la poesía fue “el más cubano, el más caribeño y el más universal vocero de las inquietudes y sueños de nuestro pueblo y de todos los pueblos del continente” a lo largo del siglo XX, mucho debe hacerse aún para que esa energía siga fertilizando los trabajos y los días de quienes avanzamos, ya sea en las islas o en tierra firme, por la actual centuria plagada de riesgos y peligros.
Mientras Álvarez exponía la pertinencia de resaltar mediante sobrados argumentos la vigencia del pensamiento cultural guilleniano más allá de su poesía, y Ellis vindicaba una obra que por esencia se opone al neoliberalismo, Abel Prieto planteó la necesidad de propiciar vasos comunicantes entre el legado de Guillén y las nuevas generaciones.
Si para estas últimas, seducidas por el lenguaje audiovisual y los contenidos digitales, la legitimación de las prácticas culturales pasa todo lo que transite por esos canales, habría que hallar el modo de que la obra y el ejemplo de Guillén encuentre cauces naturales en películas de ficción y documentales, y se propague mediante la creación de nichos de interés en el ciberespacio.
No es solo por Guillén, puntualizó Prieto, sino por los valores culturales invisibilizados por las oleadas de tonterías, trivialidades y mensajes enajenantes que desde los centros mediáticos hegemónicos pretenden moldear a los seres humanos como criaturas sin memoria y orientadas únicamente al consumo.
En el caso de Guillén, una buena manera de seguirle dando vida está en la música, en todas las músicas. Por el poderío rítmico de sus versos el poeta facilitó e inspiró a renombrados compositores. Cómo dejar de evocar la extraordinaria partitura escrita por el mexicano Silvestre Revueltas en 1938, Sensemayá. El notable músico escuchó al cubano recitar el texto Sensemayá (canto para matar una culebra), incluido en el poemario West Indies Ltd. (1934) y la cadencia onomatopéyica recurrente en su construcción –mayombe-bombe-mayombe– desató su imaginación fructificada en un poema sinfónico que, de acuerdo con la crítica, es uno de los puntos más altos en su producción musical, al lograr una partitura rítmicamente compleja y llena de texturas ásperas y directas.
Cómo olvidar la traducción al lenguaje sonero, por parte del cubano Eliseo Grenet, de los poemas del iniciático cuaderno Motivos de son, que en sus versiones corales habitan los repertorios de numerosas agrupaciones vocales de la región.
En la canción la poesía se renueva. Pablo Milanés puso a orbitar un hermoso poema de amor, De que callada manera, y halló consonancias jubilosas en Tengo. La primera de esas canciones le ha dado la vuelta al mundo y debe seguir su ruta en lo adelante por su factura impecable.
Cuántas veces se ha cantado y se cantará La muralla, desde los chilenos del grupo Quilapayún a la entrañable interpretación de los españoles Ana Belén y Víctor Manuel. El registro detallado del sitio digital hispano Cancioneros contiene 67 entradas de obras que han incorporado poemas del bardo cubano.
Desde las artes visuales también se le rinde homenaje. Tal vez lo menos afortunado ha sido el emplazamiento de una escultura de Enrique Angulo en la Alameda de Paula, frente a la bahía de La Habana; algo falla en la plasmación del rostro e inquieta en la postura. La mulatez de Guillén sale perdiendo.
Sin embargo, la reunión de obras de diversas técnicas y formatos en la galería Villa Manuela, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, bajo el título de un poema emblemático, Iba yo por un camino, sintetizó el alma inspiradora del autor de La paloma de vuelo popular, mediante una muy bien pensada curaduría de Lesbia Vent Dumois.
Las impresionantes colografías de Belkis Ayón sobre la religiosidad popular, los grabados de Eduardo Roca Salazar (Choco) rebosantes de una visceral condición mestiza, la elocuencia de la línea de Rubén Rodríguez que tributa a los ancestros, y la pequeña grande escultura del maestro Manuel Mendive, entre otras obras, hablan de un Nicolás Guillén que se escapa de la muerte, que se instala en la vida, que nos convida a la apropiación permanente.