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Cultura

Dos modos de incomunicación

Por Jorge Cortés Ancona

Se escucha a menudo decir que la violencia comienza en casa y en muchos sentidos los conflictos tienen un origen doméstico o rutinario. Es demasiado común escuchar el modo en que tantas parejas se tratan entre sí, con expresiones ofensivas pronunciadas en voz alta o entre risas de burla, que los rebajan ante sí mismos y ante otras personas.

Si alguno de los dos cónyuges comete algún pequeño error o descuido, el otro le contestará: “¡Eres más estúpido!” o “¡De veras que eres pendeja!”, expresiones que se repetirán a lo largo del día con cualquier pretexto. Llamarse uno de ellos al otro como “hijueputa” o decirle ella “poco hombre” o “maricón”, o salpicarla él de epítetos insultantes a ella a lo largo del día son también prácticas diarias de esa violencia verbal en el seno doméstico que con facilidad se elevan a grados aun más agresivos.

Uno observa que cuando se hacen críticas mutuas no hay sutilezas ni delicadezas: las quejas se expresan impulsivamente sin considerar que se está hiriendo a la otra persona y a la vez prendiendo mechas que pueden concluir en tragedias. Algo similar ocurre a nivel vecinal, con problemas generados por cuestiones de poca importancia, que podrían resolverse con el diálogo y la buena voluntad, pero que se agrandan a niveles de violencia, también con desagradables consecuencias.

Los asuntos pueden ser celos infundados, miradas mal interpretadas, saludos no correspondidos, ruidos, pequeñas invasiones de espacios que se consideran privados, actos y conductas de las mascotas y otros similares. Peor aún es cuando una discusión de niños al jugar, algo de fácil resolución y pronto olvido, deriva en un conflicto mayor entre los adultos, prolongándose a veces en un largo transcurso de años.

Aunque parezcan hechos triviales, intrascendentes, ese conjunto de expresiones verbales familiares o vecinales rutinarias se acumulan hasta dar lugar a actos de violencia entre parejas y vecinos o a atentados contra la propia vida. Como prevención contra males mayores, habría que empezar por cambiar el trato entre unos y otros, tratando de ser propositivos y respetuosos en las expresiones.

Otro factor de peso en buena parte de la violencia que se infringe a otras personas o a sí mismos se vincula con la falta de comunicación. Esa carencia de interlocutores da lugar a búsquedas a menudo infructuosas, con serias consecuencias de desánimo.

Un hecho palpable es el que ocurre en las cantinas populares con relación a la función que cumplen las ficheras o meseras-ficheras respecto a sus clientes, que pagan ante todo para conversar con ellas. No se trata de que ofrezcan servicios sexuales, algo que pocas de ellas hacen, sino de brindarse como pacientes escuchas, doctoras-corazón o paño de lágrimas de los varones que pagan el elevado precio de sus “copas de dama”. Es indiferente que sean guapas o no, que sean yucatecas o de otras regiones, o que sean jóvenes o maduras. Se valora más que nada su actitud amistosa.

Como la mayoría de ellas vive en la inestabilidad laboral, varían constantemente de bares, pero sus clientes las siguen fielmente así tengan que atravesar la ciudad de un extremo a otro o alejarse riesgosamente de los paraderos de sus autobuses foráneos. Muchos de ellos son casados o tienen pareja y a menudo llevan amistad de largo tiempo con las ficheras, pero no se han acostado con ellas porque su interés está ante todo en poder sostener una conversación, así sea con alcohol de por medio. Su infidelidad no es sexual, sino de confianza y comunicación. Incluso, no son nada raros los casos en que por razones laborales o de salud el cliente beba sólo refrescos o agua mientras la fichera consuma ficha tras ficha sus bebidas, compartiendo su tiempo y sus oídos.

Es de notar que esto ocurra en bares y cantinas, donde se supone que podría ser fácil encontrar interlocutores bajo una idea de camaradería anónima y transitoria, pero aunque en esos sitios se habla y se grita mucho las expresiones tienden a ser puramente procaces o retadoras. Las verdaderas conversaciones son escasas.

Ese hecho de que haya tantos hombres que pagan por conversar, por ser escuchados, por no estar solos en un lugar público, es algo a lo que debe prestarse más atención, porque es indicador de una necesidad que no se cumple en otros ámbitos sociales, como la familia, el trabajo y los grupos de amigos.

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