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Cultura

Natalia Gonchárova en la vanguardia

Pedro de la Hoz

En el verano londinense Natalia Gonchárova (1881-1962) es novedad. La retrospectiva de la obra de esta artista rusa en la galería Tate Modern, la más completa que se conozca en Inglaterra, está obligando a los seguidores de las vanguardias del siglo XX a replantear sus referencias. Una buena parte de los movimientos innovadores que revolucionaron la expresión visual en los últimos cien años, tuvieron en esa mujer a una audaz precursora.

Debe hacerse justicia con Gonchárova, pues a veces se subordina su jerarquía a la del esposo Mijaíl Lariónov, también pintor. Si bien es cierto que este sustentó teóricamente las búsquedas emprendidas por ambos en la segunda década del siglo pasado, la producción de Gonchárova, a la vista de muchos, adquiere un calado mayúsculo.

Lariónov y Gonchárova se proclamaron rayonistas o propulsores del rayonismo. Dado a precisiones y disquisiciones, Lariónov habló de la observación de los rayos solares, de cómo las inflexiones y reflexiones luminosas se entrecruzan entre sí, de plasmar la percepción de los rayos que emanan del objeto, y de la propagación rápida y simultánea de la luz en un cuadro. Llegó a decir: “El problema de esta pintura es organizar los tonos en un cierto orden que no debe ser violado”.

Ella prefirió hablar menos y hacer más, aún cuando escandalizara a contemporáneos en una Rusia que se debatía entre el fermento revolucionario y el más rancio conservadurismo. No contaba con veinte años de edad cuando la muchacha que había dejado atrás la aldea natal en la región central de Tula para instalarse en Moscú exhibió el cuadro La diosa de la fertilidad. La anticipación de la estética cubista molestó tanto como la figura femenina desnuda. La policía zarista terminó por incautar la pieza.

Años más tarde –continuaba todavía residiendo en Rusia– vetaron una obra titulada El evangelista, al ser calificada blasfema e irrespetuosa hacia la cúpula eclesiástica.

Entre 1910 y 1921 estuvo en el centro de la movida futurista en su país, como integrante de los grupos Sota de Diamantes y La Cola del Burro y aliándose a Vassily Kandinsky, Kazemir Malevich y Vladimir Tatlin.

En 1913 realizó en Moscú su primera muestra personal que devino confirmación de su posición de avanzada. Tanto como su obra llamó la atención por desfilar ella misma con la cara pintada por las céntricas calles de Moscú.

No bastándole la pintura y la gráfica, Gonchárova también incursionó en la escritura junto a Velimir Jlébnikov y Alexei Kruchenykh, cultivó la denominada poesía zaum, a base de sonidos sin palabras.

Hubo un momento en que Lariónov y Gonchárova criticaron a los colegas que contraponían las rupturas futuristas a la tradición rusa, negando esta última. Esto hizo que los esposos volvieran sobre sus pasos para valorar cómo era posible ser de vanguardia, y más aún, de ultravanguardia, sin tener que renunciar a la herencia cultural recibida. Como siempre Lariónov se encargó de dar la alarma por escrito, mientras Gonchárova puso en práctica la idea. Fue así como se inspiró en los íconos religiosos y la artesanía textil de su tierra.

Entre 1912 y 1913 pintó Las vidas de San Floro y San Lauro, muchísimo antes de que el comic, con el pop art, hiciera su entrada respetable en la institución Arte. Goncharova retrata a estos dos mártires bizantinos en varias escenas: por un lado está la milagrería; por el otro, el suplicio. El tríptico Cristo Salvador rinde homenaje al gran artista ruso del siglo XIV, Andrei Rublev, de quien, por cierto, existe una formidable película realizada por Andrei Tarkovski. Con Gonchárova arribamos a una orilla no muy transitada del modernismo ruso.

Sergei Diaghilev fundó los Ballets Rusos en 1909. Su compañía de danza cautivó a las audiencias de toda Europa con sus innovadoras actuaciones. En 1913, Gonchárova aceptó la invitación de Diaghilev para concebir la escenografía y el vestuario de El gallo de oro. Fue un cambio de vida. Siete años después fijaría su hogar en Francia y no se desprendería nunca más de su labor para la escena.

Stravinsky consideró que ella le traía suerte para el estreno de sus partituras coreográficas. Diaghlev dijo de esa vertiente creativas: “Los diseños de Goncharova son simplemente fabulosos Son extremadamente poéticos y muy interesantes en términos de color”.

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