Joed Amílcar Peña Alcocer*
III
La historiografía yucateca es amplia, a pesar de eso es difícil encontrarla reunida fuera de nuestro Estado y usualmente es poco conocida. Esto no ha evitado que tenga logros interesantes, propuestas llamativas y representantes visibles.
Algunos hablan de la “circularidad” de la escritura local de la historia, del eterno retorno al mismo punto; otros niegan que exista una historiografía, ven un conjunto de repeticiones, ¿es esto así? No, por lo menos no como una generalidad. Sin ningún tipo de duda, existe una historiografía local, aquí cabe la posibilidad de que lo circular sean las valoraciones que hemos hecho sobre el trabajo de los historiadores.
No es propósito de este breve texto hacer un análisis meticuloso de esa historiografía, para acometer tal misión hay historiadores que poseen mayores herramientas, por lo que tan solo ofreceré unas cuantas impresiones.
Jorge Castillo Canché decía que hemos cometido el error de pasar por alto el estudio de las mudanzas y permanencias del oficio del historiador, de ahí que hayamos perdido el registro del momento en el que se incorporaron a nuestro contexto nuevas formas de hacer historia. Cometemos el error de situar cronológicamente la integración de esos modelos hasta la década de 1980 (cuando surge la especialidad en historia) obviando que desde tiempo atrás personajes como Antonio Betancourd o Ramón Berzunza integraron a sus trabajos algunos elementos del marxismo o la sociología, y otros venían practicando formas de escritura, si bien positivistas, con un método expositivo acorde a una historia con evidencias. Partiendo de esta primera idea podemos encontrar parte de la tradición de nuestra escritura local de la historia.
Resulta por lo menos curioso que sí tenemos historiadores como referentes del siglo XIX y de los últimos treinta años del siglo XX, pero no del periodo que va de la primera década del siglo XX hasta aproximadamente 1970. ¿Quiénes hacían historia en este último periodo? Traigamos a la memoria los nombres de Juan de Dios Pérez Galaz o Gabriel Ferrer de Mendiolea, que sin ser historiadores profesionales dedicaron una buena cantidad de horas al trabajo de archivo y publicaron interesantes estudios en revistas y libros entre las décadas de 1930 a 1960, tratando temas tan diversos como la historia colonial, la biografía o la Revolución; incluso uno de ellos, en colaboración con Alfredo Barrea Vásquez, ayudó a rescatar el archivo del cabildo meridano. En ese mismo periodo, Antonio Canto López laboraba en el Museo Histórico y Arqueológico de Yucatán, publicó interesantes artículos en la prensa y elaboró algunos libros de texto.
La fundación de la Escuela de Ciencias Antropológicas, su transformación en Facultad y el surgimiento de la especialidad en historia son un hito académico del sureste mexicano. Gracias a ella, a sus profesores y las primeras generaciones de estudiantes, se construyó una solida red que permitió el intercambio de experiencias con investigadores de las principales Universidades de México y la región Caribe.
Existen varios testimonios fotográficos sobre la presencia de Edmundo O´Gorman, Leopoldo Zea, Roberto Fernández Retamar o María Cristina García Bernal, referentes de la historiografía mexicana, del pensamiento latinoamericano y de la academia internacional. En ese contexto surge el Centro de Estudios del Caribe y la Cátedra Nuestra América, dos espacios académicos que buscaron integrar la historia yucateca a la discusión latinoamericana y el Caribe. Sus resultados se tradujeron en libros y folletos, tristemente ambos proyectos fueron abandonados y en parte se perdió discutir a Yucatán en un contexto más amplio. Este periodo se distinguió por la lectura constante de producción académica caribeña, cubana en especial. Los trabajos de Delfín Quezada sobre la sociedad maya, la pesca y la navegación, la publicación de separatas de conferencias magistrales o la obra de Carlos Bojórquez sobre la presencia de Martí en Yucatán son claros ejemplos de este periodo.
Para desarrollar una historiografía se requieren espacios de publicación, algo que nunca ha sido fácil de obtener en Yucatán. El Boletín de la Escuela de Ciencias Antropológicas sirvió como primer gran escaparate de la producción académica de las ciencias sociales y humanidades en la región, textos breves a manera de avances y reportes de investigación que perfilaron importantes temas. Ahí encontramos algunos trabajos de Pedro Bracamonte sobre las haciendas o de Robert Patch sobre los conflictos sociales indígenas, primeras muestras de los libros que vendrían. Su difusión fue amplia, incluso la revista Nexos publicó un texto sobre el quinto aniversario del Boletín. Al día de hoy la revista Temas Antropológicos es la publicación oficial de la Facultad en formato impreso y digital en acceso abierto, así se adoptaron los lineamientos que rigen la publicación académica actual y la práctica responsable de la comunicación de la ciencia. Otras instituciones abonan el campo, como el Centro Peninsular en Humanidades y Ciencias Sociales de la UNAM con la revista Península, que desde hace unos años ayuda a descubrir los nuevos rumbos de la investigación regional.
Si hablamos de libros, tenemos las ediciones de la UADY, en las ultimas dos décadas se le sumaron los publicados por el Ciesas, el Cephcis, la Casa de la Historia de la Educación, recientemente los de editorial Dante y en algún momento los de la Universidad de Oriente.
Otro medio de publicación es la prensa diaria, tenemos la tradición que proviene del siglo XIX, pero la más cercana a los historiadores actuales es la iniciada por el suplemento cultural Unicornio bajo la dirección de Hernán Menéndez, periodista con espíritu de acucioso historiador. Cada entrega del suplemento dominical era una elocuente muestra de la literatura y academia contemporáneas, en ellos podemos encontrar textos de Terry Rugley, Allen Wells, Gilbert Joseph, Franco Savarino, Piedad Peniche, Ben Fallaw, Jorge Castillo Canché, Jorge Victoria Ojeda, Faulo Sánchez Novelo o Jorge Canto, por mencionar a algunos. A falta de revistas especializadas en la divulgación de la historia, el Unicornio se convirtió en el vehículo de los historiadores locales y extranjeros para compartir sus investigaciones con un público más amplio, a través de él Hernán Menéndez editó y reunió a un importante contingente de académicos.
Hasta aquí podemos percibir los esfuerzos institucionales que impactaron en la maduración del ejercicio de la historia, algunos de ellos perduran en la práctica, se transformaron y otros, como la creación de un centro de estudios especializado en temas del Caribe y de una cátedra que gozó de importante prestigio en la región, no tuvieron la continuidad esperada.
En momentos e intensidades diferentes las figuras de Alfredo Barrera Vásquez, Salvador Rodríguez Losa o Fidelio Quintal congregaron a los y las jóvenes de la Escuela (posterior Facultad) de Antropología que asumieron dar continuidad a la construcción de nuestra historiografía. De ahí vienen los estudiosos del pasado yucateco, en sus vertientes colonial y de los siglos XIX-XX, que forman a las nuevas generaciones de historiadores.
Continuará.
* Integrante del Colectivo Disyuntivas.