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Pedro de la Hoz

Entre los jazzistas de las más recientes generaciones, John Coltrane se halla a la orden del día. Les seduce el modo de construir un universo sonoro poderoso y diferenciado más allá de los estándares y en tal sentido lo comparan con el inefable Miles Davis, que por esa época, la medianía del siglo pasado, rompía una y otra vez esquemas y arriesgaba lo que había conquistado, con la colaboración de Coltrane. No olvidemos que este comenzó a tocar en la formación de Davis hacia 1955 y por los días de la obra que, como veremos adelante, da pie al presente comentario, participaba en uno de los fabulosos hitos del trompetista, la grabación de Kind of Blue.

Coltrane también corrió riesgos pero en otra dirección. A Davis, por supuesto, agradeció el salto que lo catapultó como un saxofonista de primera línea. Sin embargo, se había propuesto explorar introspectivamente las posibilidades del jazz modal y es lo que explica el giro de 180 grados que experimentó al grabar hace sesenta años Giant Steps, su quinto álbum de estudio, para el cual reunió al pianista Tommy Flanagan, el baterista Art Taylor y el contrabajista Paul Chambers. Sólo en uno de los ocho temas de la producción registrada entre mayo y diciembre de 1959 para el sello Atlantic Records, Naima, sustituyó en el piano y la batería a sus compañeros de viaje, para dar entrada a Wynton Kelly y Jimmy Cobbs, respectivamente.

La pieza que titula el disco no tiene desperdicio. Es una referencia obligatoria en la historia del jazz y ha servido de pauta para que otros muchos intérpretes la incluyan en sus repertorios o la tomen como pretexto para desatar sus demonios improvisatorios.

El original presenta lo que para los entendidos resulta una de las progresiones acordales más difíciles y estremecedoras del género, lo que luego llamaron los Coltrane changes, un verdadero paso de gigante.

Por cierto, a Flanagan le fue difícil seguir en aquel momento los pasos de Coltrane. Si se escucha la pauta original se advierte a un ejecutante que le cae atrás al saxofonista, aunque en piezas como Spiral resuelve las cosas a las mil maravillas. Pero a Flanagan le quedó esa astilla clavada por dentro.

En uno de los más hermosos gestos que se recuerde en la saga jazzística de la pasada centuria, Flanagan grabó para el sello Enja en 1982 un sentido homenaje a la memoria de su amigo Coltrane, que cierra con la obra Giant Steps, con la que tituló precisamente el álbum. No sólo se desquitó sino subió la parada, pues supo concentrar lo mejor del espíritu armónico y la inventiva modal coltraniana desde el piano y junto al bajista George Mraz y el baterista Al Foster. En este álbum Flanagan incluyó también la pieza Naima, misma en que el Giant Steps de 1959 había sido suplantado por Wynton Kelly.

Coltrane perteneció a una promoción de músicos que encontraron inicialmente en el bebop una plataforma de lanzamiento de sus aspiraciones creativas. En 1947 ingresó como saxofonista en la orquesta de Cleanhead Vinson y dos años después madura como tenorista en la orquesta de Dizzy Gillespie. Entre 1952 y 1954 fue llamado por varios músicos a sesiones de estudio y esporádicas presentaciones en centros nocturnos, hasta que en septiembre de 1955 Miles Davis lo ficha para el quinteto que configuró con el pianista Red Garland, el contrabajista Paul Chambers y el baterista Philly Joe Jones. Hay que oírlo en el Round Midnight, de Miles. Pero éste no soportó las indisciplinas derivadas de la drogadicción y prescindió de Coltrane. Sólo cuando se desintoxicó en 1958, Davis lo reincorporó.

A los aficionados recomiendo escuchar cómo Giant Steps es capaz de estimular el genio de otros jazzistas, tal el caso de Chucho Valdés, quien en 2010, con The Afro Cuban Messengers, registró Chucho’s Steps, una muy sensible recreación del tema de Coltrane. Con ese disco, de puro sabor cubano, Chucho mereció el Grammy 2011 al Mejor Album de Jazz Latino.

Coltrane no deja de sorprender. El próximo 27 de septiembre saldrá al mercado un material prácticamente inédito, Blue World, grabado en 1964 en los estudios Van Gelder, de Nueva Jersey, mientras terminaba Crescent y se disponía a dar vida a otra de sus obras maestras, A Love Supreme.

La Universal, con su olfato para los negocios, resucitó unas cuantas cintas analógicas para diseñar este Blue World que Coltrane había concebido a petición del cineasta canadiense Gilles Groulx, que filmaba la cinta Le chat dans le sac. Pero sólo diez minutos de la grabación de Coltrane con su cuarteto sonaron en la banda sonora de la película.

La secuencia completa presenta tres versiones de Village Blues y las piezas Like Sonny y Traneing In. Al principio y al final, Naima, que además de ser una obra representativa del estilo Coltrane, fue una manera de expresar amor por su primera esposa.

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