Por Alberto Híjar Serrano
“Diré con una épica sordina: la Patria es impecable y diamantina”, es la frase de López Velarde difundida por Alfredo López Casanova, autor, entre otras praxis estéticas, de Huellas de la Memoria, los zapatos grabados en las suelas de familiares buscando parientes desaparecidos. “Suave patria” resulta así, anticipo de la Patria sustentada por Luis González y González cuando reivindicó Pueblo en Vilo, la desatendida historia de una pequeña comunidad, San José de Gracia, en el Bajío, donde no pasa nada, esto es, ni la Revolución de 1910 o la Cristiada, es decir, los grandes acontecimientos donde las mujeres no pasan de ser las adelitas. Elocuente es la imagen final de la película “Enamorada” donde la arrogante María Félix, camina al lado del apuesto General Z, orgulloso de su adelita. Pueblo en vilo levantado por los vientos aparentemente ajenos pero sustentados en la retaguardia de la producción y reproducción lugareñas, artesanales mientras viene la cosecha, con el puntual cuidado del rebaño, la piara, la yunta, las gallinas, la cocina y el molino. Sin esto no hay nada.
La diamantina objetada por la Comisión de Igualdad del Congreso de la Ciudad de México, es la defendida por la Red de Mujeres con Valor y Juventudes A.C. “Pancartas y diamantina son una forma de expresión para exigir justicia”, por lo que no habría que impedir su portación en el Parlamento de Mujeres, así sea por orden del Reglamento de Seguridad. No más obediencia ciega a los mil reglamentos, normas y leyes propias del racionalismo protector de la propiedad privada y el Estado. Atinó Engels al titular su célebre proclama, con la triada iniciada por la familia patriarcal reductora de las mujeres a sirvientas sin paga regular y sin derechos laborales, como garantía de la reproducción capitalista, no sólo la del uso del vientre sino también la reproducción de usos y costumbres garantes del mando de todo por los hombres con alguna que otra colada subordinada.
“Digna rabia” es el concepto zapatista acorde con la inclusión de la liberación de las mujeres proclamada en su ley, ahí donde son destinadas aún niñas al duro trabajo campesino y a la voluntad de padres y hermanos para destinarlas a la posesión del macho que las quiere a cambio de una dote de maíz, algún animal pequeño, un dinerito. Cantó un dueto de dos maravillosas zapatistas “estaba yo pensando y no puedo comprender qué caso tan curioso es el de la mujer: trabaja como un burro y a la hora de cobrar le dan una patada y de nuevo a trabajar” para terminar repudiando al mandón borracho y comprador. Esta violencia tradicional es el derecho a golpear y maltratar, lo que sale a la luz en la escalada de asesinatos y violaciones en estos tiempos infames. Cada 25 segundos ocurre algo así en México. De modo que el violento acto público de agitación y propaganda del 16 de agosto, es la justa respuesta a la impunidad y la omisión del Estado protector del fuero de hecho policiaco, militar y paramilitar. Intocables, los militares son refugiados en los cuarteles ajenos a la intervención del aparato judicial civil. Ahí no entra ninguna averiguación aunque haya evidencia filmada, grabada y presenciada. La participación violenta y extrema de militares protectores de crímenes como el de Ayotzinapa o los de Tlatelolco, Aguas Blancas, El Charco, Atenco, Nochixtlán con la inolvidable imagen del soldado disparando, rodilla en tierra, a los lugareños en posición de francotirador en combate.
Esto tiene su historia, desde las sufragistas del siglo XIX peleando por el derecho al voto, las huelguistas incendiadas en la fábrica okupada de McCormick por defender su derecho al trabajo digno, hasta el Año Internacional de la Mujer organizado por la ONU en México, 1975. Las aceras y vestíbulos de los centros de reunión se poblaron de minifaldas y propagandistas del uso de la píldora anticonceptiva y del condón, y del derecho a prescindir del brassiere, símbolo de atadura a la moral dominante. Este orden libertario urbanizado, fue roto por Domitila Barrios de Chungara, representante del Comité de Amas de Casa de las minas bolivianas de Siglo XX. Esposa de minero, madre de siete hijos, levantó la mano y dijo: “si me permiten hablar”. Con ese título, Moema Viezzer, brasileña, recogió su testimonio y lo publicó (Siglo XXI Editores, 1977). Concluye Domitila, luego de narrar el acoso llevado hasta el asesinato y la desaparición forzada por el ejército boliviano bien apoyado por la Alianza para el Progreso y sus vigilantes y asesores de la CIA. Ella misma fue víctima apresada con su pequeña hija luego de la masacre de San Juan para impedir una asamblea donde se trataría el apoyo a la guerrilla del Che. Interrogada en medio de tortura psicológica y física constantes, sin comida ni bebida, no delató lo que sabía como dirigente de los proyectos de la Central Obrera Boliviana. Supo de sus pequeños hijos en celdas improvisadas e insalubres, pero también alguien le advirtió las protestas organizadas de los mineros, todo lo cual la hace decir al final de su testimonio: “Mi pueblo no está luchando por una conquista pequeña, por un poquito de aumento de sueldo aquí, un pequeño paliativo allá. No. Mi pueblo se está preparando para expulsar para siempre del país al capitalismo y a sus sirvientes internos y externos. Mi pueblo está luchando para llegar al socialismo. Esto lo digo y no es invento mío”.
He aquí la clave profunda perfectamente descrita por Silvia Federici en Calibán y la Bruja: la acumulación capitalista ha sido posible mediante la explotación extrema de la fuerza de trabajo femenina. El estado entero está organizado para eso. De aquí que tanto el asombroso levantamiento reciente en Suiza como en el alerta asumido por todas y todos, menos por la Santa Madre Iglesia donde no hay sacerdotisas porque las mujeres son impuras. Pero se impone la justicia del gran reclamo y ya se habla de organizar la autodefensa, la autogestión y la autonomía comunitaria.
Bien dice desde Moscú la escritora Elizabeth Gilbert autora de Eat, Pray, Love (Come, reza, ama): “Estamos entrando en un período histórico en el que la mujer asumirá el papel dirigente como nunca lo ha hecho. La mujer sale al proscenio en los planos político, social y personal, y toma el poder. Choca con la resistencia, por supuesto, pero creo que el patriarcado está muriendo, será una muerte desagradable porque los monstruos siempre se ponen feos y atroces antes de irse. Este tipo de hombre –despótico y odiador– sabe que le quedan días contados ante la ofensiva de las mujeres y las memorias. El mundo sólo saldrá ganando en esta situación”.
Vamos bien. En el Mundial de Tango de la semana pasada en Argentina, el Movimiento Femenino de Tango decidió el cambio de roles ante 744 parejas de 36 países formadas por bailarines entre los 18 y los 99 años. Leonor Cucciota de 78 años declaró nostálgica: “El tango es elegancia, romance, pasión. Cuando suena la música cerrás los ojos, te dejás conducir por tu compañero. Nunca me sentí incómoda por eso”. Sin embargo, se ensayó masivamente el baile con la conducción de las mujeres y se recordó amablemente por Soraya Rizzardini del MFT, el tango Amablemente que narra las 34 puñaladas a la infiel. La ilustración tendría que ser la canción “Mujer tu poder” de Lengualerta (2014) con la contraportada de Santiago Mazatl, de una niña sonriente con trenzas sentada en el maizal con un corazón de tierra y raíces florecido en su regazo. La lucha sigue como parte de la crisis de muerte de la globalización capitalista.