Cultura

Ecos de mi tierra

Luis Carlos Coto Mederos

Ecos de mi tierra

Rubén Martínez Villena

Poeta reconocido desde su temprana juventud tuvo, sin embargo, una escasa obra, debido a que enfocó todas sus energías a la lucha revolucionaria y partidista.

Nació en Alquízar el 20 de diciembre de 1899.

A los tres años va con su padre en un tren al que sube Máximo Gómez, quien impresionado ante la mirada del pequeño le anuncia: “Tu vida tendrá luz plena de mediodía”.

Muy pronto su nombre comienza a conocerse en los círculos intelectuales vinculado al acontecer político de la Isla. No es casual, entonces, su liderazgo del grupo que suscribió la conocida Protesta de los Trece, ocasionada por la fraudulenta gestión administrativa del presidente Alfredo Zayas.

A pesar de su enfermedad y de conocer su próximo fin, organizó y dirigió la huelga general revolucionaria que derrocó a Machado el 12 de agosto de 1933.

Falleció en enero de 1934 víctima de una afección pulmonar.

Nicolás Guillén

I

Nicolás Guillén Batista (Camagüey, 10 de julio de 1902 – La Habana, 17 de julio de 1989). Periodista, poeta y político cubano, considerado por su obra como “Poeta Nacional de Cuba”.

Su poesía está considerada como la más plena expresión de las más legítimas y revolucionarias aspiraciones populares en el período histórico en que se produce. Introdujo el tema negro en la poesía en lengua española.

Nicolás Cristóbal Guillén Batista falleció en La Habana, Cuba, a los 87 años de edad, el 17 de julio de 1989, tras una larga enfermedad.

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Peñas arriba

Llora, triste, corazón,

llora tu rudo quebranto

y llora con tierno llanto

la muerte de mi ilusión.

Que no hay en la Creación

alivio a mis sinsabores,

ni hay remedio a mis ardores,

ni hay aurora a mi contento,

ni hay ocaso a mi tormento

ni piedad a mis dolores.

El castillo de ideales

que forjó mi fantasía

se vio derribado un día

a fuerza de vendavales.

Y sin consuelo a mis males,

que el consuelo no me alcanza,

fuime a esperar la bonanza,

me di a cuidar, ya más cuerdo,

las flores de mi recuerdo,

y mis flores de esperanza.

Pero ya no tengo nada;

árida, triste y oscura,

será mi vida futura

como mi vida pasada.

¡Oh, mi bien, oh dulce amada,

apoyándome en la rima,

mientras la zarza lastima

lo poco que de mí resta,

voy subiendo por la cuesta

desconfiando de la cima!

Larga cuesta del vivir,

cima escarpada y altiva

donde voy “peñas arriba”

sin fe para proseguir.

¿Cómo te podré subir

cargado con esta cruz?

Rasgue el lóbrego capuz

el sol a que te encaminas,

y mi corona de espinas

tórnese aureola de luz.

Porque mi ser necesita,

para seguir su camino,

algún cambio en el destino

bajo el que llora y se agita.

Una pasión infinita,

algo que acabe mi duelo,

y que cumpliendo mi anhelo

al abatir mi amargura

¡me deje el alma tan pura

como un pedazo de cielo…!

Si ese cambio de mi vida

por suerte se realizara,

con qué júbilo gritara

al alma desfallecida:

Emprende rauda subida,

no importa que, en tu carrera,

en la zarza que te hiera,

vayas quedando a retazos,

porque tus mismos pedazos

me servirán de bandera…

Muertas las flores se ven

de la esperanza que pierdo,

y las flores del recuerdo

se van muriendo también;

sin esas flores, mi bien,

que ha marchitado la suerte,

lo cruel de mi vida advierte

al querer que ellas revivan,

pues las ansias de que vivan

me van trayendo la muerte.

Acabe ya mi tormento,

cese mi rudo quebranto,

concluyan mi triste llanto

y mis dolores sin cuento.

Ya desmayado me siento;

ven, amor, que sin tu lumbre,

esta inmensa pesadumbre

ha de abatir mi heroísmo

y he de rodar al abismo

con la mirada en la cumbre.

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Glosa

No sé si me olvidarás,

ni si es amor este miedo:

yo sólo sé que te vas,

yo sólo sé que me quedo.

Andrés Eloy Blanco

Como la espuma sutil

en que el mar muere deshecho,

cuando roto el verde pecho

se desangra en el cantil,

no servido, sí servil,

sirvo tu orgullo no más,

y aunque la muerte me das,

ya me ganes o me pierdas,

sin saber si me recuerdas

no sé si me olvidarás.

Flor que sólo una mañana

duraste en mi huerto amado,

del sol herido y quemado

tu cuello de porcelana:

quiso en vano mi ansia vana

taparte el sol con un dedo;

hoy así a la angustia cedo

y al miedo, la frente mustia…

No sé si es odio esta angustia

ni si es amor este miedo.

¿Qué largo camino anduve

para llegar hasta ti,

y que remota te vi

cuando junto a mi te tuve!

Estrella, celaje, nube,

ave de pluma fugaz,

ahora que estoy donde estás,

te deshaces sombra helada:

ya no quiero saber nada;

yo sólo sé que te vas.

¡Adiós! En la noche inmensa

y en alas del viento blando,

veré tu barca bogando,

la vela impoluta y tensa.

Herida el alma y suspensa

te seguiré, si es que puedo;

y aunque iluso me concedo

la esperanza de alcanzarte,

ante esa vela que parte,

yo sólo sé que me quedo.