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Cultura

Agostinho Neto, poeta

Pedro de la Hoz

El 10 de septiembre de 1979 recibimos la noticia del fallecimiento del presidente angolano Agostinho Neto en un hospital de Moscú. Para buena parte de los cubanos, el acontecimiento luctuoso generó interrogantes sobre la base del compromiso de miles de compatriotas voluntarios internacionalistas con la defensa de la soberanía de la nación africana, en la cual, indudablemente, Neto constituía un símbolo de la vanguardia.

Angola era un territorio en disputa. Antigua colonia portuguesa, al declarar su independencia en 1975, el indiscutible liderazgo del Movimiento Popular para la Liberación de Angola (MPLA) se hallaba doblemente amenazada desde el norte por fuerzas hostiles prohijadas por el régimen congoleño de Mobutu –el asesino de Patricio Lumumba–, y desde el sur, peor aún, por los racistas sudafricanos y sus acólitos locales. Detrás, no faltaba más, el inveterado apoyo de los halcones de Washington y la voracidad de las transnacionales. Un primer intento de subvertir el proceso independentista había sido frustrado con la ayuda de los voluntarios cubanos, pero en 1979 la inestabilidad política seguía latente. Sólo diez años después, con la derrota de la invasión sudafricana, se selló el acuerdo de paz y el destino de la nación angolana, bajo la continuidad de las ideas de su fundador Agostinho Neto.

A Neto lo vi una sola vez, durante su visita a Cuba en 1977 cuando junto a Fidel Castro asistió a la inauguración de un nuevo hospital en la ciudad de Cienfuegos. Ya se le veía minado por la enfermedad. En medio de la batahola habitual en las coberturas periodísticas de las actividades de Jefes de Estado, sólo alcancé a decirle una palabra: “Poeta”. Volvió su mirada hacia mí y sonrió. Los colegas me cayeron en pandilla, mira que hablar de poesía con tantas cosas importantes que sucedían. Días después, admitieron que no me faltaba la razón: la editorial Arte y Literatura publicaba la edición cubana, ampliada del poemario Sagrada esperanza. Los críticos, poetas y aficionados a la poesía de mi generación, coincidieron en apreciar en el político angolano a un escritor de marca mayor, y ese es el que evocaré en las líneas que siguen, tomando como pretexto el cuadragésimo aniversario de su muerte, y convencido cada vez más de que tenemos una deuda pendiente con el conocimiento y disfrute de las culturas africanas.

El poeta Neto creció en medio de una promoción de jóvenes intelectuales procedentes de las colonias africanas que en la metrópoli portuguesa, a finales de los años 40 del siglo anterior, hallaron en la escritura una vía para dar a conocer una identidad propia, entre quienes se encontraban su compatriota Mario Pinto de Andrade y los guineanos Amílcar y Vasco Cabral, todos ellos vinculados a los movimientos independentistas. Neto había llegado a Portugal para estudiar Medicina y mantenía contactos epistolares con Viriato da Cruz, figura clave en la modelación de una poética en la que, por supuesto, las ansias libertarias ocupaban un lugar temático prominente, pero no el único. Había espacio para la introspección lírica de carácter personal y para que fluyera a plenitud la subjetividad del creador literario.

De modo que la poesía de Neto escapa de los esquemas del panfleto y la literatura políticamente instrumental. De una parte habla de la necesidad de luchar, de soñar, de conquistar la independencia, de hacer posible una nueva Angola descolonizada; de otra se mira a sí mismo como un ser que se debate entre soledades y esperanzas, entre su condición étnica particular y su condición humana general.

Eso explica que cohabiten en un mismo cuerpo literario un poema como La voz de la sangre –“palpitan en mí / los sonidos de la batucada / y de los ritmos melancólicos del blues / del negro desarrapado de Harlem / del que baila en Chicago / del sirviente negro del Sur / del negro de Africa / los negros de todo el mundo. / Junto mi voz / a vuestro magnífico canto / mi pobre voz / mis humildes ritmos…” –con un texto de tan fina textura y revelador lirismo como Vendedora de piñas, en el cual declara “me gustan tus ojos / cuando así me tocas / y me vuelvo tímido y suplicante / como quien expía crímenes / y sufre por haber sufrido”.

La primera publicación de Neto data de 1951, versos que vieron la luz en la revista Mensagem que los jóvenes escritores de las colonias imprimían en Lisboa. Cuatro poemas (1957) y Con los ojos secos (1963) antecedieron a Sagrada esperanza (1974), sin dudas el libro consagratorio.

La temprana conjugación de tareas políticas e intelectuales influyó en que durante uno de los frecuentes confinamientos a que fue sometido por la temible policía política del régimen portugués de Oliveira Salazar a fines de los años 50, un grupo de destacadas voces europeas firmaran una declaración exigiendo respeto hacia la vida del poeta y su inmediata liberación. Entre los suscriptores del documento estaban los franceses Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir y Louis Aragon.

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