Cultura

Por Luis Carlos Coto Mederos

Angel Gaztelu Gorriti

I

Sacerdote y poeta, una de las figuras principales del grupo literario Orígenes que marcó el desarrollo de la poesía en Cuba desde mediados de los años 40.

Nace en Puente la Reina (Navarra, España), el 19 de abril de 1914. En 1927, con trece años de edad, emigró con su familia a Cuba y se hizo cubano, no sólo al adoptar la ciudadanía, sino por su sensibilidad.

En sus labores como párroco pudo hacer brillar esa “romanidad cubanizada” que le elogió Cintio Vitier. Gaztelu fue un pionero del arte moderno aplicado a la liturgia. Al reedificar el templo de Bauta, encargó a Lozano que diseñara el presbiterio. Los murales fueron pintados por Portocarrero y Mariano, quien también dejó dos vitrales: uno dedicado a la Virgen de Fátima y otro a San José. Bauta se convertiría en la parroquia del Grupo Orígenes: allí se reunirían sus miembros en banquetes memorables; allí Gaztelu presidió la boda de Eliseo Diego con Bella García Marruz en julio de 1948, también allí se leyó por primera vez el “Primer discurso” de “En la calzada de Jesús del Monte”. En “Días de ceremonial”, Lezama dejó una página excepcional sobre estos encuentros.

El eminente crítico y poeta Cintio Vitier, compañero generacional de Gaztelu, ha señalado que en la poesía de éste “hay una fina captación de lo cubano como interior y como paisaje […] que no constituye nunca una obsesión ni un objeto de búsqueda, sino como un leal instrumento, en humilde sitio mantenida, de gloria diáfana y venturoso cántico”.

A los 89 años de edad, Angel Gaztelu Gorriti falleció en EE.UU.

726

Glosa

Deja a la abeja golosa

que libe en la dulce flor

y goza del ruiseñor

la fina y ardiente glosa.

Glosa pensada en la rosa

que es lo mismo aroma y miel,

a mis sueños de laurel

fugada sombra de aromas

de este jardín de palomas

que enmura en fuego un clavel.

Dulce música de estío,

coros de aromadas flautas

llenan de armónicas pautas

árbol, rosa, espacio y río.

Cigarras en desvarío

con persistencia ardorosa,

cantan la enjundia gloriosa

del sol. En lo verde ardor…

Y en su dulce gozo en flor

deja a la abeja golosa.

Brisas rubias hacen vuelos

de sus violines sonoros

y los espacios con soros,

música en triunfo de cielos:

–Ay, que altos son los consuelos–.

Dadme manzanas de olor,

delicia para el sabor

y fortaleza en el viaje

y deje al alma el paisaje

que libe en la dulce flor.

Flor que será en mi jardín

mi perenne amanecida,

que con su esencia sentida

envuelva todo el confín.

Otra dulzura sin fin

nos enarbole el amor:

canto enmielado de flor,

profesor de los suspiros,

que lleve a amar los retiros

y goza del ruiseñor.

Que la vida fluya así,

como el caudal de la fuente,

que entre las flores fluyente

copia sombras de rubí.

O que vuele el colibrí,

–alta envidia de la rosa–,

en matización gloriosa,

relámpago de colores

que pinta en los resplandores

la fina y ardiente glosa.

Baña el jardín surtidor

con su chorro musical

clara escala de cristal

que se eleva en esplendor

y cae en gracia de flor.

Así esta ansia luminosa,

que, en vertical flecha airosa,

–lanza en conquista del cielo–,

se queda por tanto anhelo

glosa pensada en la rosa.

Cánticos claros perfilen

en lo verde ruiseñores,

y que pañuelos de flores

los céfiros febles hilen.

Que cardelinas afilen

en luminoso tropel

sus picos en el clavel,

que en gracia de la belleza

veré en fina sutileza

que es lo mismo aroma o miel.

Sueñe coronas la frente

o guirnaldas de azahar

para mejor oficiar

de tanta beldad presente.

Entonces diga esplendente

el pájaro su rondel

y la fuente en su bisel

con todas sus gracias sumas

teja música de espumas

a mis sueños de laurel.

Flauta aprisa, aprisa olvido,

suéñame, arómame aprisa,

de espaldas a la sonrisa

vuelto en sedas tu sonido

resbálame sin sentido,

mientras en vilo me tomas

sobre puentes de palomas

en anhelos de otra altura,

viendo pasar su figura,

fugada sombra de aromas.

Rosas y sombras de rosas

guarden estos pensamientos:

y digan plumados vientos

vanos sueños de las cosas

con sus palabras airosas.

Trasciendan sus suaves gomas

las terebínticas lomas;

mientras prenden su incensario

las flores, fuego plenario,

de este jardín de palomas.

Claro y ardiente jardín,

aromado de colmenas

con guirnaldas de azucenas

y glorietas de jazmín

borden al alma un cojín

a olvido y música fiel.

Siempre en vigilia un lebrel

hará la guarda segura

de esta lírica clausura

que enmura en fuego un clavel.