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Pedro de la Hoz

Los yucatecos amantes de los instrumentos de cuerdas pulsadas no deben perderle pie ni pisada ni oído al cubano Pancho Amat, presente en el Festival artístico que tiene lugar en Mérida al amparo de la Cumbre de los Premios Nobel de la Paz.

Anunciado en el cartel del concierto que pondrá fin a la cita el domingo al anochecer en el Remate de Paseo de Montejo, junto a su compatriota Amaury Pérez y los mexicanos Alejandro Filio, María Teresa Gómez, Gina Osorno y el grupo Yahal Kab, don Pancho comparecerá este viernes 20, a las once de la mañana en el Centro Cultural Olimpo para compartir sus experiencias, secretos y sonidos en una sesión titulada Mis caminos del tres cubano.

La guitarra tres, o simplemente el tres, es un aporte cubano, aunque en otros territorios insulares del Caribe se haya hablado de un origen común compartido. Entre los músicos de cualquier parte del mundo se le llama, con propiedad, tres cubano (tres pares de cuerdas dobles). No caben dudas acerca de la progenitura de la guitarra española y en cierta medida de la bandola y el laúd.

Si bien no se puede atribuir la invención a una persona y un lugar específico, sin lugar a dudas el tránsito de la guitarra al tres aconteció hacia la medianía del siglo XIX en la región oriental de la isla, en el contexto del desarrollo de las especies protosoneras de la zona: el nengón y el changüí. La cristalización del instrumento tuvo mucho que ver, años después, con otro tránsito, el experimentado por el son del campo a la ciudad. Desde entonces la ejecución del tres se asocia indefectiblemente los denominados guajeos y tumbaos, motivos melódicos que ornamentan el patrón rítmico del género.

Grandes treseros ha habido en Cuba, cada cual con su estilo. Pero donde ha llegado Pancho Amat no lo ha hecho ninguno. Con él la ejecución del tres no sólo ha alcanzado un grado insospechado de virtuosismo, sino también de una plena libertad y apertura hacia universos sonoros nunca antes explorados por los intérpretes del instrumento. Todo ello sin perder ni un ápice de cubanía, ni de dejar de responder, en la mayoría de los casos, a los rasgos identitarios del complejo del son. Debido a esa cualidad es que a Pancho, con absoluta legitimidad, se le compara con los más creativos exponentes del jazz latino.

Tirando del tren de los recuerdos, Pancho afirma que siempre tuvo la ilusión de ser músico en Güira de Melena, poblado de ambiente rural cercano a la capital cubana, donde nació en 1950. Sus padres le regalaban juguetes que tenían que ver con la música, hasta que puso en sus manos un tres.

La carrera profesional despegó en 1971 cuando un grupo de jóvenes, entre los que se encontraba, viajó al Chile de la Unidad Popular. Del tres al charango, del son y el punto guajiro a cuecas, huaynos y zambas. De la Nueva Trova cubana en estado de despegue a la Nueva Canción Latinoamericana. Pancho fue puntal del grupo Manguaré, que asimiló y compartió faenas con Quilapayún y Víctor Jara.

Como tenía que ser, Manguaré nutrió cada vez más su repertorio de música cubana por el costado de una rejuvenecida tradición. Y Pancho con su tres contribuyó a que ese territorio recuperado emergiera con mayor distinción. Y que el tres acrecentara su jerarquía

Al explicar este proceso, afirma: “Cuando el son nació, el tres era protagonista, el único instrumento que daba sonido era el tres, todo lo demás era percusión. Pero cuando comenzó a trabajar con otros instrumentos con mayores posibilidades como el contrabajo, la guitarra, las trompetas y el piano se fue acorralando el tres. Además fue quedando en manos de treseros que eran iletrados Entonces para qué tener un hombre que no me puede leer una partitura en un instrumento paupérrimo, si tengo un instrumento completo como el piano, con un hombre que además es arreglista y lee partituras. Se dio el caso que la gente no contrataba a los treseros y ellos se dieron cuenta que no había espacio para ellos. Claro, existieron grandes treseros, como Isaac Oviedo, El Niño Rivera, Arsenio Rodriguez, Luis Lija en Puerto Rico; Neneíto, de Marianao, y Chito Latamblé. En mi tiempo al tres le venía bien un nuevo impulso”.

Por modestia no lo dice, pero para Pancho el tres es mucho más que un instrumento. El es de los que diferencia al músico que sólo hace música, del que sabe qué hacer con la música. Pancho se cuenta entre estos últimos.

Al salir de Manguaré, colaboró con la orquesta de Adalberto Alvarez durante unos cuantos años, hasta que con el nuevo siglo encabezó su propio proyecto, El Cabildo del Son, sin que por ello dejara de acudir al llamado de destacados músicos cubanos y de otros países que deseaban ficharlo para sesiones de estudio, espectáculos y giras internacionales. De ahí que su nombre figure junto a Joaquín Sabina y María del Mar Bonet, Silvio Rodríguez y Frank Fernández, Oscar D’ León y Papo Lucca, Cesaria Evora y Dave Valentin, John Parsons y Andy Montañez; lo mismo un piquete que una sinfónica. Lo que se dice, un músico todoterreno y absolutamente convincente. Los yucatecos podrán comprobarlo.

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