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Cultura

Dámaso Murúa en Las Redes Rotas

Joaquín Tamayo

“Lo inolvidable abunda en Las Redes Rotas”, explicó Juan de la Cabada acerca de este libro de viajes, de este relato testimonial y de singularísima especie, como pocos se han escrito en México. Obra de Dámaso Murúa, se publicó en 1978 en la legendaria Costa Amic, pero pasó inadvertida al igual que sucede con muchos libros y autores nacionales, los cuales son editados lejos del centro y sin importantes padrinazgos de por medio. En apariencia no trascendió su momento, tampoco su entorno. No hubo reflectores ni cámaras ni micrófonos para esta pieza redactada en la soledad de la provincia y en la lucidez de las convicciones, y cuya vigencia hoy sorprende por la calidad de su denuncia, por el peso de la delación que hace, y por la elegancia de su estilo en el difícil género de la crónica narrativa, de la crónica con ambición de novela. A saber: Las redes rotas, libro clásico, antología de la idiosincrasia pesquera, debería ser revisado por quienes ahora estudian ese sector.

Dámaso Murúa Beltrán nació en Escuinapa de Hidalgo, Sinaloa, en 1933, y murió apenas en marzo pasado. Hizo suyos el cuento, la reseña, la semblanza y el reportaje, aunque para vivir el día a día desempeñó diversos oficios y ocupaciones. Una de éstas fue la burocracia.

De su azarosa y larga temporada en el gobierno, precisamente, extrajo los materiales que luego alimentarían, en buena medida, tanto sus ficciones como el periodismo literario que ejerció sin alharaca ni autopublicidad.

En retrospectiva, es justo decir que antes que otra cosa Murúa resultó un eficaz retratista, un maestro en la construcción de personajes, un artesano en la orfebrería de temperamentos y voces que suelen combustionar a sus creaturas. Dámaso Murúa pensaba que, al margen de la historia por contar, la esencia estaba en cómo actuaban los protagonistas de sus relatos. A ello obedece el hecho de que imprimiera detalladas descripciones y contextos familiares, sociales y culturales de cada una de las personalidades que iban y venían por los caminos de su prosa, donde entreveraba el dato duro y la estadística fría, junto con el tono lírico, metafórico y a la vez directo de sus palabras. Esta condición de nunca someter ni sacrificar el contenido en aras del lucimiento de la forma está presente en el resto de su acervo bibliográfico: Tiempo regiomontano, Amor en el Yanqui Stadium, En Brasil crece un almendro, La ronda, Colachi y El Güilo Mentiras, su obra más celebrada y famosa, entre otras.

Próximo a las estéticas recreaciones de José Alvarado y a la agudeza crítica de Salvador Novo, Dámaso Murúa también preservó en sus escritos un factor indispensable: la amenidad. Las Redes Rotas refleja ese sentimiento. Es una vigorosa muestra de su preocupación por que el lector se la pase bien a través de sus páginas, pues pese al suplicio que el libro narra y del cual son objeto miles de familias en México, lo mismo antes que ahora, el escritor jamás se pone en el papel del juez implacable y tampoco victimiza a sus personajes.

En este libro el mundo no es como anhelaba Murúa, sino como tenía que ser. No hay bandos de virtuosos y de gamberros. Unos y otros se alternan en sus mezquinas acciones y así lo proyecta el reportero, el cronista natural, frente a las oscuras trastadas que rompen más fuerte que las olas de los litorales de nuestro país. El buen escritor por la honestidad empieza. Consideremos entonces el siguiente párrafo de valiente matiz confesional:

“(…) rendimos un informe terrible de más de 50 hojas, en contra de “La sinaloense” (una cooperativa pesquera). Entre las peores cosas que yo he hecho en mi vida, está ese informe. Lo sensacional, para mi bilis, fue que los de “La Sinaloense”, a los diez días de entregada nuestra rimbombante biblia, ya la tenían en copia fotostática en su poder. Ya la habían comentado todos y nos mentaron la madre y demás cosas, justicieramente. Creo que a partir de ese error yo fui mejor persona, mejor hombre a los ojos de los cooperativistas. Me volví humilde. Además, vi más claro ese humano mundo pescador”.

En efecto, el título del libro no es simple tributo alegórico: las redes rotas aluden a las correspondencias secretas que hay en los ámbitos de la corrupción y en las que, tarde o temprano, la gente termina involucrada. Nadie gana, todo se pierde por la codicia de estos y aquellos.

Ingenuamente, el burócrata (en este caso Murúa) llegó a creer que su labor de inspección serviría para limpiar las corruptelas entre los cooperativistas. Ignoraba que el gobierno era el primero en conservar sus intereses a partir de mochadas y componendas con los propios líderes de los pescadores.

Las Redes Rotas es la compilación de una serie de textos desarrollados con respecto a los viajes que el autor realizó por los mares, golfos, bahías y costas del país, a fin de tomar el pulso a la situación de la pesca y del gremio de los pescadores. Sin embargo, en las aguas de Sinaloa, Sonora, Nayarit, Veracruz y Campeche el escritor alcanza no la profundidad del mar, sino de sus hombres y mujeres.

“Pancho Picalagua” entraña uno de esos momentos inolvidables a los que se refería Juan de la Cabada. Figura de la picaresca, Picalagua es un cínico, controlador, con aires de cacique. Juan García Medeles, el director musical, sufrió la salvaje embestida de Picalagua cuando se negó a tocar “El Sinaleonse” para él. El cooperativista le rompió las costillas; pudo ser peor: a un comisionista de camarones venido de San Diego, California, le metió seis balazos nomás para asustarlo. Picalagua cumplió su cometido: el hombre sólo quedó calvo.

El trabajo artesanal de Murúa fue imbricar posteriormente todos esos relatos en un solo fresco, en una crónica sazonada con la sal de los océanos y los espejismos de sus arenas. La ternura y la bestialidad, el machismo y la existencia promiscua, el castigo y el dolor configuran la atmósfera del libro. No obstante, el escurridizo pez de la corrupción nunca podrá ser atrapado en las redes rotas de la identidad mexicana.

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