Manuel Tejada Loría
Notas al margen
Fundido en la poltrona, pienso en aquel meme magistral que circuló apenas unos días antes. En la imagen, un niño pregunta al panadero:
–Señor ¿qué cuesta la Rosca de Reyes?
–350 pesos –responde aquél.
–… me da un cocotazo, por favor.
Año con año, las ventas de la tradicional rosca de reyes van superando a las de juguetes. Al menos eso pareció en esta ocasión, cuando miles de vendedores de roscas inundaron las calles de esta ciudad. Abundó, como siempre, la venta de roscas en comercios establecidos. Incluso desde diciembre ya las estaban vendiendo. Pero también, en el comercio informal, fue notorio el aumento de personas que por su cuenta se instalaron en las aceras de cruceros y avenidas ofreciendo roscas de reyes caseras.
Evité hasta donde pude este ritual característico de reunirse a cortar el pan. Siento que ese halo de consumismo mercantil ya minó demasiado estas celebraciones íntimas, privadas. Hoy, hasta las mismas roscas de reyes que se venden, incluyen regalos, como aquel comercio donde sus panes tenían muñecos de oro que podían ser canjeados por mercancía.
Otras roscas de reyes venían con los niños de diferentes colores, y de acuerdo al color, se asignaba un nuevo rol para la fiesta del Día de la Candelaria el 2 de febrero. Es decir, la misma rosca organizaba el posterior convivio. La rosca y el azar, por supuesto. Si te tocó azul, llevas los refrescos; si rojo, los tamales; si rosa, la botana; y así, todo es un sinfín de celebraciones, perpetuando ese maratón Guadalupe-Reyes que muchos quisieran sea eterno, sobre todo los empresarios.
Siento, entonces, que ya existe mucho de ese halo mercantil en estos rituales íntimos, de vida familiar o de amistad. No sólo la receta “tradicional” para hacer el pan se ha relegado (ese pan con sabor a naranja o anís es cosa de un pasado prehistórico), dando paso a panes de roscas llenas de chocolate, cajeta, crema, queso y toda clase de aderezos dulces que, por supuesto, elevan los precios a cantidades exorbitantes. Una familia de cuatro personas no podrá sufragar la compra de una rosca que ronde sobre los 150 pesos. Pero bueno, aún así, la venta este año fue de una locura inaudita. Consumimos por consumir, esta es una realidad palpable que nos deja la primera década del siglo 21.
En el fondo, me queda la tristeza de que por los mismos precios altos, no todos tienen la oportunidad de comer un pedazo de pan. Así no se puede disfrutar ninguna rebanada. Ningún jolgorio cuenta, si todavía hay alguien con hambre en algún rincón de este lugar ¿estaría tranquilo comiendo su rebanada de pan sabiendo esto? Resulta absurdo este adormecimiento al que nos vemos sometidos por la dinámica social que, de manera imperativa, nos dice qué hacer, qué celebrar y qué comer un 6 de enero.
Tan absurdo como empeñarse en romper records mundiales de Guinness. “La Rosca de Reyes lineal más grande del mundo”. Tantos kilos de harina, tantos de fruta, tantos de azúcar, otros más de fruta seca. Deberían medir los records por la cantidad de personas que se benefician por tal o cual acción. En el caso del pan de rosca lineal, por ejemplo, medir cuántas personas pudieron comer, y no por los metros lineales. Pero ahí están, ufanándose de este tipo de prácticas que arrasan con el significado de una celebración o un ritual íntimo o familiar. Hay otros “records” del cual las autoridades deberían estar más atentos: el índice de suicidios cada vez más alto en Yucatán; la violencia contra la mujer y los niños; el alcoholismo. Pero sobre eso no hay nada, sólo un silencio impuesto.
Se enroscan en su propia realidad de redes sociales, selfies, y mensajes estériles de un mundo hecho de roscas de tacos al pastor. Sí, roscas de reyes hechas con tacos al pastor… ¡aunque usted, no lo crea!