Cultura

Más pronto cae un cojo o coja…

Conrado Roche Reyes

–Todos los hombres son infieles.

Mary se quedó pensativa. Enseguida pregunto:

–¿Tú crees que nos sean infieles?

Tocó el turno a Tere de hacer una pausa, involucrada en sus propios pensamientos.

–Prefiero no pensarlo –respondió–. Hace mucho que eliminé de mis pensamientos ese tema. Todas mis amigas están convencidas de que no existe un solo hombre que sea fiel. Es obvio que Mario no es el típico mujeriego. No me lo imagino de galán, invitando a muchachas a bailar. Es demasiado flojo, demasiado comodino. Hasta hoy, ha sido profundamente respetuoso con su familia. Si se ha echado sus canas al aire, ha sido con una discreción absoluta. Yo lo conozco mejor que nadie. Sé que es capaz de caer en juegos de mujeres como Chelo, y sentirse Brad Pitt, pero estoy segura de que no podría tener una relación con alguien así. No me lo puedo imaginar viéndose a escondidas, comprando regalitos, mandando flores. Está demasiado involucrado en sus negocios, para perder el tiempo en tonterías.

–¿No seremos un par de ingenuas? –preguntó Mary–. Yo siento y pienso lo mismo que tú. No puedo imaginarme a Jorge haciendo papelitos de Romeo adolescente. Pero ¿quién sabe? A lo mejor tienes razón, y lo mejor es fingir demencia. ¿Para qué atormentarse con especulaciones al respecto? Si nos han sido infieles, nunca lo vamos a saber. Nunca lo van a reconocer. Yo estoy convencida de que lo peor que puede hacer una mujer es acorralar al marido con celos.

–Pero yo no podría vivir sabiendo que mi esposo me engaña –dijo Tere–. Me sentiría infeliz, insegura de mí misma, incapaz de hacerlo feliz, de satisfacerlo totalmente.

–Por eso. Lo que debemos hacer es confiar en ellos, creer que nos aman y vivir felices. ¿Para qué complicarse la existencia con celos infundados? Acuérdate de Consuelo. Durante años celó a su esposo rabiosamente. Una vez que él se fue de viaje a un congreso en Cancún, ella tomo un avión y lo fue a perseguir.

–¿Y qué encontró?

–Pues lo encontró con otra chava, hospedados en la misma habitación. Les hizo un gran escándalo. Obviamente terminaron divorciándose. A él no le quedaba otro remedio. Consuelo se arrepintió, lo perdonó e intentó reconquistarlo, pero fue imposible.

–Pues yo haría lo mismo. Si yo sospechara que Mario me anda poniendo los cuernos, lo buscaba y lo mandaba al infierno.

–Estoy de acuerdo, pero como no lo sospechas, lo mejor es vivir en paz.

–Y ahora cuéntame, ¿qué es lo que te pasa con Roger? Te conozco perfectamente y sé que algo extraño te provoca ese hombre

–Mary enrojeció. Su amiga la conocía demasiado bien.

–No lo sé. Me choca que sea tan atrevido conmigo. Siempre me está mirando, sonriendo.

–Es un fresco.

–¿Entonces por qué te molesta que salga con Chelo? Si tuviera una novia, dejaría seguramente de coquetearte.

–No lo sé. Me choca que caiga en las redes de esa loca tan fácilmente...

Mario asaba carnes en el jardín.

–Qué lindo es tu marido –opinó Chelo.

–Claro que es muy lindo –intervino Mary–. Es casi imposible encontrar a un hombre que quiera tanto a su esposa.

–Es cierto –prosiguió Chelo, sin entender la indirecta. Los hombres en esta época son unos mujeriegos que lo único que quieren es… ya saben.

–Claro –dijo Mary–. Pero, eso es culpa de tantas viejas ofrecidas que los persiguen, sin importarles si son casados o son solteros.

El duelo verbal fue interrumpido por la llegada de Roger. Traía un whisky en una charolita.

–Me permití traerle un whisky a la anfitriona, ya que el otro día le encantó. ¿Alguien quiere uno igual?

–Yo no –dijo Mary.

–Yo sí –dijo Chelo melosa– si tú me lo preparas con tus propias manos

–Será un placer.

A Mary se le estaba colmando la paciencia. Le daba tanto coraje que Chelo le coqueteara a Roger, como si se tratara de su marido.

El resto de la tarde fue igual. Los hombres embobados con Chelo. Mary y Tere, furiosas y Chelo jugando su papel de dama abandonada, llena de problemas. Para rematar, Chelo se prestó “generosamente” a darle un aventón a Roger a su hotel.

En la puerta, al despedirse, Chelo depositó un “amigable” beso en la mejilla de Roger susurrándole al oído: “Te espero en la noche, no te arrepentirás… voy a estar sola…”.