Pedro de la Hoz
El mejor regalo que pudo recibir Miguel Barnet, en vísperas de su 80 cumpleaños, es haber sido investido como Doctor Honoris Causa por la Universidad de las Artes de La Habana. No lo dijo en virtud del aval académico –son tantos y tantos los reconocimientos a su obra y persona a lo largo del tiempo–, sino por tratarse de un acto en el que predominó el ambiente renovador característico del centro de estudios donde se forman, al más alto nivel, las nuevas generaciones de músicos, pintores, escultores, bailarines, teatristas y realizadores audiovisuales.
“Fui joven y soy joven porque este es un estado de ánimo”, declaró el poeta y antropólogo nacido en la capital cubana el 28 de enero de 1940: “Y entre jóvenes talentos y los profesores que moldean al relevo, me siento esperanzado, al observar que los caminos de la creación son infinitos”.
Alguien pidió consejos. Él rehusó ofrecer recetas. Se limitó a señalar: “A los jóvenes sólo digo que nunca se sientan viejos; la juventud, por esencia, siempre es revolucionaria”.
Fue así como en derredor del poeta, en acto que distó del empaque encartonado de las investiduras al uso, las integrantes del coro de cámara femenino de la Universidad cantaron Una rosa de Francia, mientras alumnos que estudian en la unidad docente, radicada en el Conjunto Folclórico Nacional, bailaron parte del espectáculo Rumberos, del maestro Manolo Micler. Entre una y otra presentación, la experimentada cantante Beatriz Márquez, acompañada al piano por Orlando Vistel, entonó Vieja luna, de Orlando de la Rosa. Estas canciones y danzas se cuentan entre las favoritas de Barnet, así como no hay que olvidar su cercanía a la fundación de la compañía folclórica
El rector de la Universidad de las Artes, doctor Alexis Seijo, afirmó que “el claustro y los estudiantes somos honrados por Barnet al aceptar la distinción, puesto que lo tenemos como un paradigma intelectual para estos tiempos y los que están por venir”.
A Barnet lo respalda una obra vastísima en el campo de la antropología y los estudios culturales, que abarcan desde la célebre Biografía de un cimarrón (1966) hasta el estudio y promoción del legado de Fernando Ortiz (1881 -1969), el más encumbrado de los científicos sociales cubanos del siglo pasado.
Pero nunca ha dejado de ser, fundamentalmente, un poeta. En los ensayos, monografías y artículos que ha publicado, la poesía constituye el alfa y omega de la escritura.
Acerca de esa convergencia, la poetisa y ensayista Nancy Morejón, a cargo de las palabras de elogio, expresó: “Miguel Barnet es un caso único en la literatura cubana; en él se hacen visibles dos miradas, la del antropólogo, con paso explorador y oficio múltiple, que hurga en esa misteriosa cubanidad mostrada al mundo, entre otros, por Alejandro de Humboldt, Renée Méndez Capote y Fernando Ortiz, y la del poeta cuya cosmovisión se fue nutriendo del trabajo de campo y de toda una práctica resultado de sus indagaciones etnológicas, creando, a su vez, personajes emblemáticos de lo que ha sido, y es, nuestro carácter”.
En tal sentido, Barnet luego confesó: “No soy un escritor puro. No aspiro a definiciones categóricas, ni ofrezco soluciones. Lo único que deseo es mostrar el corazón que late con fuerza en el cuerpo humano desafiando el tedio y la inercia. Me interesa penetrar en la psique colectiva para que mis personajes se muestren en toda su pequeñez o su grandeza. Ambos, extremos legítimos de la especie a la que pertenezco, y que no admiten medias tintas. Pido representar un mundo al revés, rescatar un lenguaje raigal y devolver al ser humano lo más puro de su esencia. Creo que con eso, le devuelvo también un poco de la felicidad secuestrada y la autoestima perdida en los meandros de las diferencias sociales, las discriminaciones y el desprecio”.
Más adelante sentenció: “La memoria, como parte de la imaginación, ha sido la piedra de choque de mis libros. Aspiro a ser un resonador de la memoria colectiva de mi país. No creo ya en los géneros, como nunca creyó el pueblo en ellos. El pueblo que cantó en décimas, en cuartetas, en poesía, que lo supeditó todo a la eficacia del mensaje, nunca se enquistó. Pueblo que tiene mucho que contar aún”.
El homenajeado recordó lo que debe a dos mexicanos en su crecimiento en las ciencias sociales, Ricardo Pozas y Guillermo Bonfil Batalla, y a una cubana que desarrolló su carrera en el vecino país, Calixta Guiteras Holmes. Y en un aparte, refirió sentirse muy ligado a Yucatán y Campeche, lugares visitados varias veces por él y jamás olvidados.
¿Qué pasará después de los 80 años? “Trabajar y seguir siendo útil. En la Fundación Fernando Ortiz hay mucho qué hacer no sólo en la continua promoción de la obra del sabio, sino también en llamar atención sobre los aportes de los científicos que se han ido incorporando al caudal intelectual en tiempos recientes. Me propongo que todos, como una gran familia vigorosa, logremos alcanzar la dicha de llamarnos cubanos, latinoamericanos o sencillamente habitantes de este convulso planeta, que cada día pierde más su necesario equilibrio. Nos merecemos trabajar por destino de dicha mayor. Y, bueno, seguir viviendo”.