Cultura

Juan Montalvo: artífice de la elegancia corrosiva

José Díaz Cervera

El siglo XIX hispanoamericano fue pródigo en reflexiones. La necesidad desarrolló el órgano: había que pensar, problematizar, plantear alternativas para una región que buscaba sus caminos.

Allí estaban los personajes: Victorino Lastarria, Domingo Faustino Sarmiento, Andrés Bello, Rubén Darío y José Martí —entre otros muchos— ejercitando una prosa espléndida, cargada de un gran sentido analítico, a través del que se buscaba desentrañar la clave de un tiempo lleno de interrogantes y de inquietudes. En ese contexto, la palabra de Juan Montalvo se alzó con luz propia.

Nacido en Ambato, Ecuador, en 1832, Montalvo fue un hombre de lucha que combatió desde la tribuna del periodismo la inmoralidad y los excesos del poder, así como el abuso que los países imperialistas hacían de las naciones emergentes de Hispanoamérica.

Su pluma era elegante y precisa, pero también virulenta. Para Montalvo, el mundo de las ideas y de los argumentos era una especie de campo de batalla en el que no había tregua alguna.

Y es que el ecuatoriano era un hombre extraordinariamente lúcido y ello le permitía comprender que todo el continente vivía bajo amenaza constante; que si bien ya se habían consumado las independencias de nuestros países, el colonialismo estaba allí, sembrando el terror de las maneras más abyectas, buscando usufructuar la apatía, el miedo y el cansancio de pueblos que se encontraban a merced de la miseria y el desconcierto. Montalvo estableció, con una gran lucidez, una especie de equivalente ontológico entre colonialismo y barbarie, en la medida en que ese colonialismo vive de la destrucción y el esquilmo indiscriminado.

Uno de sus ensayos más interesantes (no sólo por el hecho histórico que analiza, sino por la agudeza de sus apreciaciones) lo escribió en 1866, a propósito del bombardeo que barcos españoles hicieran al puerto de Valparaíso, en Chile, a finales de marzo de ese mismo año, como represalia por la supuesta negativa del gobierno chileno a suministrar combustible a una goleta española algunos meses antes. El bombardeo de 1866 destruyó las instalaciones portuarias y una buena parte de la flota mercante chilena.

Al respecto Montalvo escribió: “Esos (los españoles que bombardearon Valparaíso) son los cristianos que ayunan doscientos días al año; que se andan todo el día arándose el rostro con cruces i cruces; que se disciplinan la espalda i las piernas; que cuando se les mete en la cabeza forman un motín i se ponen a rezar el rosario en las esquinas; que quitan el habla a quien come carne en día de cuaresma (…) no hacemos lo que ellos hacen, no pensamos como ellos piensan: entonces nos deben reconquistar, nos deben destruir…”.

Admirado por Darío y por muchos de sus contemporáneos, Juan Montalvo desarrolló, desde la ética, una perspectiva crítica de su mundo y de las relaciones de poder; en sus consideraciones, sin embargo, también contaron los grupos marginales como los indígenas, las mujeres y las comunidades afroamericanas. Al hacer profesión de su catolicismo, el ecuatoriano supo distinguir entre la fe y el fanatismo religioso, oponiendo a éste el imperativo de una moral que no toleraba ninguna forma de opresión, de abuso o de despotismo. En el recuento de nuestros héroes intelectuales, Juan Montalvo debe estar en primerísima fila.