Pedro de la Hoz
En vísperas de saber si una de sus grabaciones más logradas ha podido superar los votos necesarios para conquistar el Grammy 2020 en la categoría de Mejor Performance Orquestal, el director Leonard Slatkin recibió la noticia del nombramiento de su sucesor como titular de la Sinfónica de Detroit.
Después de dos años de búsqueda, la junta directiva de una de las organizaciones de mayor prestigio en Estados Unidos seleccionó a Jader Bignamini, italiano, quien se desempeñaba como residente de la Sinfónica La Verdi, de Milán.
Algunos medios especializados calificaron la designación como una sorpresa, por cuanto aseguran que Bignamini, de 43 años, aún no posee la suficiente experiencia en los circuitos internacionales, sobre todo en el campo del repertorio instrumental.
El joven italiano ha obtenido resonantes triunfos en la ópera –vaya, que nació en Cremona y trabaja en Milán–, pero ya se probó en Detroit y convenció al público asiduo y a la crítica local con la Cuarta sinfonía, de Gustav Mahler.
Slatkin estuvo al frente del organismo insignia de la urbe de Michigan desde 2008. En los últimos tiempos ha venido padeciendo de insuficiencia cardiaca, lo cual no ha limitado su entrega.
Hablamos de un californiano de origen ucraniano con 75 años a cuestas, nacido en el seno de una familia eminentemente musical. Su padre, el violinista Félix Slatkin, fundó el famoso Hollywood String Quartet, en el que su madre, Eleanor Aller, tocaba el cello. Su hermano Frederick también ejecuta este último instrumento.
Estudió en Bloomington, en la Universidad de Indiana, y en el Juilliard School; debutó con la Sinfónica Juvenil de Nueva York y en 1968, Walter Susskind lo nombró asistente en St. Louis, donde permaneció hasta 1977. Trabajó en Nueva Orleans y San Francisco y en 1979 regresó a St. Louis como director general, entidad que llevó a planos estelares hasta su despedida en 1996 cuando asumió en la Nacional de Washington. Las riendas de Detroit las ha compartido con la titularidad de la Sinfónica de Lyon, en Francia.
Hace algún tiempo, ya con cierto camino recorrido en los podios orquestales, reflexionó sobre la profesión: “Cuando los eventos te suceden, a menudo parecen más grandes que la vida; pero una vez que los hayas pasado, se pueden poner en la perspectiva de toda una vida de experiencia. El hecho de que tantas cosas ocurrieran al mismo tiempo fue afortunado en algunos casos, y en otros no; pero avanzas y, realmente, no miras hacia atrás, aprendes de lo que sucedió anteriormente. Debo decir que emocionalmente he estado absolutamente bien con todo; no tengo dificultades para comenzar a trabajar o reanudar el trabajo después de un descanso. Aún más interesante, fue la revelación de que necesitaba tomarme más tiempo sólo para mí. Ahora espero con ansias mi tiempo libre, tanto como espero con ansias el momento en que estoy trabajando”, comentó.
En otro momento le preguntaron qué pasos dar, no sólo en Estados Unidos sino en cualquier lugar, para mejorar el estado de la música clásica y atraer a las audiencias. He aquí su respuesta:
“Situaría por delante una palabra: educación. Escuchas sobre audiencias envejecidas, pero no estoy tan seguro, ya que veo un creciente interés en la música clásica entre los jóvenes. En mi opinión, en lugar de tratar de ser todo para todos, las instituciones artísticas deberían definir cuál es su audiencia y maximizar sus esfuerzos para llegar primero a ese grupo objetivo. Por ejemplo, hay cuatro millones de estudiantes de piano en China, ¡cuatro millones! Muchos de ellos vienen a estudiar a los Estados Unidos. La mayoría no se convierten en músicos, sino hacen otra cosa: terminan siendo médicos, abogados o físicos. Sin embargo, el punto es que han tenido esta intensa formación musical en sus orígenes, y la música sigue siendo parte de sus vidas”.
A estas horas, Slatkin debe esperar el veredicto del Grammy, a proclamarse el domingo 26 de enero. Su orquesta y él resultaron nominados por el álbum Copland: Billy the Kid & Grohg, lanzado en marzo del año pasado por el sello Naxos. El título cita al autor: el norteamericano Aaron Copland
Los críticos coincidieron en que un Copland por Slatkn siempre es de primer nivel, como el caso del disco que nos ocupa. Ya había grabado Billy the Kid completo en St. Louis para EMI, pero ese disco difícilmente esté disponible, por lo que la suite del nuevo registro da una idea del trato de Slatjkin con el autor estadounidense.
Hay quienes prefieren la partitura compuesta para el ballet de cabo a rabo; son unos diez minutos más de música, con un rango de narrativa más convincente y menos de esa sensación de postal estadounidense que podría estar empezando a sonar un poco antigua, a la larga salvada por la pericia de Slatkin en el manejo de la masa orquestal. Por demás, está Grohg, del joven Copland, una obra menos difundida aunque no con valores disminuidos
Lo que sí queda fuera de toda duda es que con esta grabación Slatkin deja un testimonio de su empatía con los músicos de Detroit. En su despedida –ha sido honrado con el puesto de Director Laureado– puede blasonar de haber cumplido.