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Cultura

Las malas influencias del cine

Ivi May Dzib

Cuando hablamos de responsabilidad social tendemos a echarle la culpa a una fuerza desconocida que manipula nuestras mentes, muchas veces esa fuerza es absurda y pueril, ya que no somos capaces de enfrentar la realidad y decir que nuestro entorno está lo demasiado dañado como para que nuestras acciones sean producto de la descomposición social que respiramos en el cotidiano. Si un asesino toma un arma y dispara contra una multitud le echamos la culpa al videojuego, pero no a las políticas públicas que coadyuvan a que se den esas masacres; pensemos en Estados Unidos y la facilidad con la que cualquiera puede acceder a un arma de grueso calibre y balas de manera legal.

El cine es uno de los lenguajes preferidos cuando se necesita un chivo expiatorio. Cuando en 1995 Larry Clark estrenó su ópera prima Kids: vidas perdidas, la valoración que se le dio fue NC-17, lo que significa que no podía ser exhibida en todos los cines y no estaba al alcance de los menores de edad, ¿por qué? La cinta nos mostraba la vida de varios adolescentes que viven en los barrios marginales de Estados Unidos, menores de edad, niños pubertos que viven en un mundo lleno de drogas, sexo y alcohol. La película nos muestra cómo un sector de la población urbana juvenil está condenada por la marginación social a una vida sin futuro, donde la falta de interés de los padres y la necesidad de evasión de esa realidad, termina por desahuciar a estos jóvenes que tienen en el SIDA otra amenaza latente.

La película de Larry Clark estuvo fuera del alcance de la población a la que iba dirigida porque se temía que la película influenciara a los jóvenes a caer en las drogas, cuando si uno mira el trabajo de Clark es valioso, no solo como obra artística, sino que ese estilo de falso documental nos lleva de la mano a la prisión de las drogas, a los peligroso que es joven, a ver desde adentro lo que es estar abandonado por el Estado, por la familia y por todo mundo, salvo por un puñado de personas de tu misma edad y con la misma rabia donde solo queda el placer, efímero como la vida que les tocó vivir. Kids podía funcionar como un espejo y seguramente a más de uno le hubiera infundido miedo de seguir en ese círculo de autodestrucción, porque más que alentar a vivir una vida perdida, Kids alentaba a mirarse desde la vida perdida para tratar de encontrarse; pero bueno, este material fue censurado por el prejuicio.

Lo mismo sucedió con Joker, de Todd Phillips, que pasó por los mismos prejuicios. Estrenada el año pasado, todavía se seguía pensando que la película era capaz de influenciar a las almas enfermas a la anarquía, tal como lo sugiere el filme; incluso hubo quien tachó de irresponsable a los creadores, ya que con este ambiente de violencia hacer una apología del delito era incitar a la acción depredadora por parte de los “malos”, pero lo cierto es que el sistema capitalista, con su injusta manera de polarizar a una sociedad dividiéndola entre pobres y ricos, era denunciado como el causante de esta crisis donde la ira se traduce en muertes sin sentido y personas que solo quieren pisar a personas. No era el Joker, era el sistema, pero como siempre había que buscar el chivo expiatorio para lavarnos las manos.

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