Pedro de la Hoz
Mientras el Metropolitan Opera House, de Nueva Cork, acogía el maratón lírico de la soprano rusa Anna Netrebko, y la Filarmónica de Viena perfilaba la gala de Año Nuevo conducida por el letón Andris Nelsons, los músicos de la Opera de París, en la última tarde de 2019, ejecutaban sus instrumentos al aire libre.
En la capital francesa no se comentaban las sucesivas veladas que en el veneciano Teatro de la Fenice mezclaban arias de Puccini y partes del Réquiem de Verdi con melifluas partituras de Nino Rota para el cine, ni la atrevida aproximación al teatro musical a lo Broadway, de la Filarmónica de Berlín, al mando del ruso Kiril Petrenko; los oídos parisinos estaban enfocados en la música que brotaba airosa y desafiante desde la escalinata de la sede operística de la Bastilla.
Al fondo de la escena se leían dos pancartas escritas con trazos llamativos: “Opera de París en huelga”, “La cultura está en peligro”. Los músicos, en ropa informal y arropados para resistir las bajas temperaturas invernales, imprimieron un sesgo de bravura a las interpretaciones de un fragmento de La condenación de Fausto, de Héctor Berlioz; y la Danza de los caballeros, de la suite coreográfica Romeo y Julieta, de Serguei Prokófiev, en tanto reservaron para el final una vibrante versión sinfónica de La Marsellesa.
Días antes, en vísperas de Navidad, en el pórtico del Palacio Garnier, sede de los espectáculos danzarios de la Opera de París, el cuerpo de baile de la prestigiosa institución había ofrecido, de manera gratuita y para todo el que quisiera ver, pasajes de El Lago de los Cisnes, ejecutados con garbo, a contrapelo de la dureza del mármol del insólito escenario.
Ambas demostraciones, la de los músicos y los bailarines, enviaban al gobierno de Emmanuel Macron un claro e inequívoco mensaje: la Opera de París, en huelga desde el 5 de diciembre, se pronunciaba contra la reforma del régimen de pensiones promovida por el Ejecutivo francés, el cual, como se sabe, ha desatado una de las más sostenidas y enconadas olas de protestas que se recuerde en ese país en lo que va de siglo XXI.
En la edición del viernes, Les Echos, publicación que sin manifestarlo abiertamente desaprueba la huelga, puso el acento en los efectos económicos del paro para la prestigiosa institución cultural. La eliminación de las producciones coreográficas Le Parc y Raymonda, y de las funciones de la ópera El príncipe Igor, desde el 5 de diciembre hasta la fecha dejó pérdidas de 12.3 millones de euros, equivalente al 17 % de los ingresos anuales por emisión de boletos. En comparación, la huelga de 2007 contra una primera reforma de los regímenes especiales provocó la cancelación de 17 espectáculos y pérdidas por 3.2 millones de euros. Cada actuación de ballet cancelada representa una pérdida promedio de alrededor de 150,000 euros; cada ópera, de 250,000 a 350,000 euros, y en el caso de El príncipe Igor, que estrenaba producción, 358,000 euros. “Empleamos mucha energía para encontrar más de 17 millones de patrocinios por año, de los cuales más de 12 ya se han convertido en humo”, lamentó un comunicado de la Opera de París a inicios de año.
Los huelguistas piensan de otra manera. Los bailarines, que de acuerdo con un régimen especial de jubilación de añejísimas raíces pueden jubilarse a los 42 años de edad, defienden esa conquista al igual que la cuantía ascendente al promedio de los salarios de las tres últimas temporadas. Los artistas del coro se jubilan a los 50 años, y los músicos de la orquesta a los 60. La medida de Macron exigiría trabajar hasta los 62.
Por demás, es harto conocido que la vitalidad de los bailarines merma a partir de la cuarta década de vida; los intérpretes longevos son la excepción y no la regla
Francia posee, en la actualidad, un esquema de 42 regímenes especiales de pensiones, uno de los cuales es el de los empleados de la Opera de París. El gobierno intentó contener a la gente de la Opera, al comunicar que la reforma sólo se aplicaría a los bailarines contratados después del 1 de enero de 2022. Los huelguistas consideraron insuficiente el paliativo. Afiliados mayoritariamente a la Confederación General del Trabajo (CGT), los huelguistas rechazaron el paquete completo de Macron, que califican, en lo que concierne a la entidad artística, como “una amenaza para la cultura y nuestra institución pluricentenaria”. En términos tajantes, la CGT declaró que suprimir el régimen especial es “una amenaza para la historia de la danza clásica francesa, tirándola al basurero tras trescientos cincuenta años de historia”.
El director general de la Opera, Stephane Lissner, cruza los dedos para que las negociaciones entre el Ministerio de Cultura y los huelguistas desbrocen el camino para que la cartelera cobre vida a partir del 11 de enero. La Bastilla anuncia, desde ese día hasta el 12 de febrero, una temporada de El Barbero de Sevilla, de Rossini, en tanto ha puesto a la venta, entradas para las funciones de Giselle, programadas del 31 de enero en adelante, en el Palacio Garnier. La solución no está a la vista. De momento, Macron no quiere dar su brazo a torcer.