Por Fernando Muñoz Castillo
Cuando realicé el libro biográfico de Sara García (1998), entrevisté a personalidades del arte escénico, como periodistas, directores de cine y amigos personales. Reproduzco nueve conversaciones con motivo de su 40 aniversario luctuoso.
Este homenaje adquiere más realce, porque todas las personas reunidas aquí, han fallecido en diferentes momentos. Oírlas de nuevo, es un verdadero privilegio.
Enrique Rosado (periodista yucateco): “Me acuerdo que cuando estaban haciendo No matarás (donde estuvo muy bien, haciendo de una señora de dudosa reputación), me comentó una de las personas que trabajó con ella, que cuando empezaron a preparar la película se pensó en que, fuera Sara quien hiciera el papel, pero que Chano Urueta dijo que no, porque el público estaba acostumbrado a ver a Sara de madrecita, sin la dentadura, con el cabello blanco, en fin. Toda esa parafernalia de su caracterización de anciana.
Esto lo supo ella, así que se puso su dentadura postiza, se arregló con un vestido como que ‘muy escandaloso’, se fue a las oficinas de la productora y pidió hablar con Urueta.
Ya frente a él le dijo: ¡Ahora me dices tú, si no puedo servir para hacer a una madre mayor de la que he hecho siempre!
Sara me enseñó abuelitas como la de Regalos de Reyes, pero al ver a la abuela de Los 3 García, dices: ‘aquí está la versatilidad’. Y esto se debe tal vez, a que la concepción de los personajes de Sara fue muy afortunada, y de que ella lo supo aprovechar mostrándonos varias facetas de lo puede ser una abuelita”.
Héctor Gómez (actor): “En la telenovela con Sara, estaban Gloria Marín, Magda Donato, Dalia Iñiguez, Jacqueline Andere y Eduardo Fajardo. La dirigieron Francisco Jambrina y Rafael Banquells, y se llamó: Un rostro en el pasado.
Grabábamos sábados y domingos, los sábados tres capítulos y los domingos dos. Recuerdo que un sábado llego Sara frenética. Todos estaban muy puntuales empezando a acomodar los pedestales de la luz de las lámparas, los reflectores, etcétera.
En ese tiempo se ensayaba en frío con algún decorado. Así que, entra al estudio de grabación y se acerca a la cabina y dice: ‘Oye Labra, ¿cómo se apellida ese pendejo?’
Los técnicos al oír a Sara hicieron un silencio impresionante. Ella volvió a preguntar: ‘Sí, ¿cómo se llama este cabrón?’
Cuando dijo esto, sólo se oyó el trancazo de una lámpara sobre el suelo. Los pobres técnicos estaban aterrados de oír hablar así a la abuelita del cine nacional.
Se asoma Labra: ‘¿Qué pasa Sarita?’
‘Sí, ¿cómo se llama esta telenovela?’, preguntó.
‘Un rostro en el pasado’, obtuvo por respuesta
‘Será el rostro de Fajardo, ya que es el único pendejo que se ve en pantalla, y no quiero decir más, me voy a desayunar’, finalizó.
Acto seguido, nos invitó a todos los actores a desayunar, no al restaurante El Cisne, que era el de Televicentro, sino a un restaurante en la Avenida Chapultepec que era espléndido y carísimo. Así que el mito que tenía de coda, se queda en eso: mito.
El numerito de Sara, sirvió para que todos, todos, nos viéramos más en pantalla.
Recuerdo que me decía: ‘¡Niño, ven acá, siéntate aquí!’ Y comenzaba a ponerme el papel. Yo la admiraba, pero no me gustaban los tonos que quería que yo empleara para mi personaje. Entré en conflicto.
Fue Francisco Jambrina el que me dijo: ‘No hombre, no le hagas caso, tú dile que sí y luego hazlo como se te pegue la gana’.
Tiempo después, me di cuenta de por qué me gustaba trabajar con Sara. Era una presencia sabia, te retribuía el mensaje que le estabas mandando en escena, lo hacía con ese oficio que era el resultado de todo un cúmulo de experiencias”.
Miguel Zacarías (director de cine): “Conocí a Sara en las Vizcaínas donde trabajó como profesora. Recuerdo que yo había ido a tomar unas escenas de mi película Sobre las olas. Tenía mucho talento, recuerdo que le dije: ‘El día que tenga que hacer una película de una profesora le llamo a usted’.
Yo nunca hice más de una película con cada actor o cada actriz, lo que me interesaba a mí era hacer estrellas para el cine mexicano, porque un cine sin estrellas fracasa. Sin embargo, con Sara hice varias películas. Hizo conmigo más comedias que dramas. Ella contribuyó mucho al éxito de Pedro Infante, a hacerlo estrella, a que el público lo quisiera.
Era muy regañona con los nuevos actores cuando se equivocaban, se ponía furiosa que no estudiaran sus líneas, porque su frase favorita era: ‘No hay actor malo cuando se sabe su papel’, y esto se los repetía constantemente.
Tenía buen humor y sabía decir sus buenas.
A la que compadecí fue a su pobre hermana Rosario, la tenía como una esclava”.