Uno de los íconos más representativos de la temporada decembrina, el árbol de Navidad, es el elemento que suele reunir a las familias tras la cena de Nochebuena; niños y adultos esperan impacientes para poder abrir los obsequios depositados debajo de él. Tanto sus adornos como sus centellantes luces multicolores, hacen más ameno el momento de calidez humana.
Sin embargo, ¿de dónde surge esta tradición que ha ido mutando con el paso del tiempo? ¿Por qué se acostumbra adornar con luces? ¿Qué se empleaba ante la falta de electricidad en el pasado?.
El origen del árbol de Navidad era una costumbre que se practicaba en el norte de Europa, mucho antes del nacimiento de Cristo. Su objetivo era propiciar que las plantas retoñaran y emergieran victoriosas de las tinieblas.
Los antiguos germanos usaban ramas verdes en sus ritos tradicionales; además adornaban árboles de pino con objetos brillantes y velas encendidas, para que los pobladores cantaran y bailaran alrededor de ellos.
Consideraban que el mundo y los astros, colgaban de la rama del divino Yggdrasil (árbol gigantesco), al que rendían culto cada año durante el solsticio de invierno, momento en el que se gestaba la renovación de la vida.
Cuenta la leyenda, que el obispo y mártir inglés San Bonifacio (680-754), llegó como evangelizador de lo que hoy comprende Alemania; para demostrar su fe, cortó de raíz un encino sagrado en la ciudad de Geismar, el cual era empleado para rendir tributos y ofrendas. Los pobladores indignados quisieron lincharlo, pero el misionero, además de calmarlos con su elocuencia, los convenció de cambiar de deidades. Ellos lo ayudaron a plantar un pino en el mismo lugar, cómo símbolo del nacimiento del Mesías.
A partir del siglo XVIII comenzó a expandirse la tradición germana, teniendo mayor impacto en América del Norte, que en Francia o la región de Escandinavia, relativamente más cercanas. En Inglaterra se hizo popular gracias al príncipe Alberto, consorte de la reina Victoria. Originario de Alemania, mandó a instalar un enorme árbol de Navidad en el Castillo de Windsor; de ahí su adopción por el pueblo británico.
En el caso de México, la tradición llegó junto con el Imperio de Maximiliano de Habsburgo (1864-1867). Sin embargo, tras su fusilamiento, se desprestigió al adorno. Finalmente, en 1878, Miguel Negrete adornó un enorme árbol que llamó la atención de la prensa de la época; la población adoptó este elemento, el cual se enraizó durante la década de los cincuenta, gracias a la mercadotecnia con tintes estadounidenses.
Originalmente el árbol de Navidad durante el siglo XIX, era adornado por las familias con velas sobre él, o en el mejor de los casos, pequeños frascos de vidrio (conocidos como luces de hadas).
La práctica, altamente peligrosa, provocó muchos incendios domésticos. Por eso, cerca del árbol se guardaba un balde de arena o agua, ante alguna emergencia. También se colocaba una “alfombra de Navidad”, que servía para mantener las gotas de cera.
Edward H. Johnson, amigo y socio de Thomas Edison, diseñó la primera serie de luces eléctricas en 1882, al conectar de forma manual 80 bombillas rojas, blancas y azules, en un árbol ubicado en los almacenes del reconocido inventor.
Su alto costo y complejidad de instalación, provocó que no tuviera éxito. Quien le sacó provecho fue Albert Sadacca en 1920, quien propuso a sus hermanos la creación de NOMA Electric Co., dominadora del mercado de luces hasta la década de los sesenta.
osiblemente nunca se imaginaron el alcance comercial de las series luminosas, pero a más de un siglo de su creación, son imprescindibles en esta temporada. Cultura Mérida, Yucatán, viernes 25 de diciembre del 2020 (Redacción POR ES