Cultura

El soneto: musicalidad y persistencia

José Díaz Cervera

I

En Sicilia, hace poco menos de setecientos años, nació una forma poética que ha sido capaz de subsistir en lenguas muy diversas, sin perder sus cualidades expresivas y con una sorprendente capacidad para proyectar, dentro de una temperatura musical, las diversas formas de la subjetividad que se han gestionado en el tiempo y en el espacio de la modernidad y la posmodernidad.

En efecto. Llevado a tierras españolas por Juan Boscán, diplomático y poeta de Cataluña que conoció esa forma poética a través del veneciano Andrea Navagero, el soneto ha vivido una feliz adaptación a la poesía en lengua castellana desde más o menos 1530, y se ha enriquecido con la voz de los poetas hispanoamericanos.

En su forma clásica, el soneto tiene una estructura que se constituye por versos endecasílabos ordenados en cuatro estrofas, donde las dos primeras se organizan en cuartetos y las dos últimas en tercetos.

Como quiera, el soneto es una forma cuya estética ancla en la proporcionalidad y en la simetría con las que se distribuyen sus tónicas al interior de cada verso endecasilábico, las cuales tienen dos modelos fundamentales: la tónica en sexta sílaba (exactamente en la mitad métrica del verso) o tónicas en cuarta y octava sílabas. Estos modelos se complementan con tónicas secundarias que dan al endecasílabo una cadencia peculiar que sigue siendo altamente seductora para los lectores y que se constituye como un reto expresivo para los poetas.

Durante el siglo XX y lo que va del XXI, el soneto ha visto una actualización interesante de sus contenidos. Poetas como Rafael Alberti o Miguel Hernández, en España, o como López Velarde, Octavio Paz y Rubén Bonifaz Nuño, en México, nos han obsequiado trabajos de muy alto nivel técnico y de una calidad expresiva notable.

Creo, sin embargo, que la mejor manera de probar la vigencia del soneto en la poesía de nuestros tiempos, la podemos encontrar en alguno de los sonetos más recientes del español Antonio Gamoneda, de cuyo trabajo ofrecemos un testimonio para cerrar esta nota.

Yo, sin ojos, te miro transparente.

En la música estás, de ella has nacido;

de este grito de luz, de este sonido

a mundo amado luminosamente.

Y yo escucho después —agua creciente—

a la música en ti: todo el latido,

todo el pulso del aire convertido

a tu belleza, a tu perfil viviente.

Tumba y madre recíproca, del canto

orientas a tus venas la agonía

y tus ojos asumen su potencia.

Oh, prisión de la luz, después de tanto,

ya veo en el silencio: la armonía

es tu cuerpo, tu amada consistencia.