Ivi May DzibApuntes de un escribidor
No todas las noches son las mismas si caminas en el centro de la ciudad. Todo depende de la calle que tomes, si te desvías de la rutina para acortar camino, si te incomoda pasar por lugares donde sabes que te encontrarás a alguien indeseable o si tienes que ir a un lugar que no frecuentas demasiado y eso hace que tomes otro rumbo para abordar el camión que te llevará a casa, entonces la cosa puede cambiar.
Pude haber dicho que esto es una ficción, pero es tan cotidiano que es ya un lugar común, antes ocurría algunos sábados si no es que todos, ahora cualquier día, las calles son las mismas, es como una aventura, en la que tenemos que caminar sobre la calle 54, el recorrido empieza en la esquina con 59 y termina en la 54 con esquina de la 71. Podemos ver algunos borrachos que no se pueden levantar de la acera, al menos lo intentan, uno puede quedarse a observar con morbo los intentos fallidos, la impotencia de hombres que por tanto alcohol ya no pueden mantener el equilibrio, otros que logran medianamente ponerse en pie y de nuevo caen. No parece ser algo para alarmarse.
Más adelante vemos a un par de hombres que, recién salidos de un bar, están meando afuera de un cajero automático, lo podemos entender, no pueden pagar un baño, o algún problema en la vejiga que les impide llegar a casa, ya sea en autobús o en taxi. No parece ser algo para alarmarse.
Una cuadra después vemos a un hombre, igual de ebrio, de pie con los pantalones casi hasta las rodillas, uno pensaría que le están practicando sexo oral en plena calle, pero podemos ver que lo están “bolseando”; otro hombre, menos ebrio que la víctima, le está sacando la cartera y lo que haya en el pantalón, aquí es cuando uno empieza a pensar que debería de pasar por lo menos un policía en motocicleta o alguna patrulla. Ausencia de autoridad.
Lo último, una pareja pelea afuera de una cantina, algún lío conyugal, que de los insultos pasan a los pequeños golpes, al llanto y los gritos. Ni siquiera los gritos atraen a los policías municipales. Eso ha sido la calle 54, por fin llego al paradero del autobús. Son las 10:30 de la noche y el camión aún no ha llegado. En la acera de enfrente, una pelea de borrachos por un celular que cayó al piso, golpes que parecen bofetadas porque los contrincantes están tan ebrios y endebles que no pueden proponer una lucha callejera como en las películas gringas, de ahí las burlas de los transeúntes o de los que esperan que el camión llegue.
Como si se tratara del robo del siglo o un duelo entre pandilleros, siete minutos después llegan los antimotines con las sirenas prendidas: una, dos camionetas. Motociclistas de la PMM: una, dos, tres unidades. Un tercer antimotín se detiene en el lugar que debe ocupar el camión de pasaje que aún no ha llegado. El camión llega, no puede aparcar, el antimotín tarda mucho en arrancar para ceder el lugar al autobús de pasaje. Mientras tanto, esposan a los dos hombres que a estas alturas ya hasta la borrachera se les bajó. Después se van los antimotines, uno de los motociclistas, con el pecho en alto, nos mira con orgullo y arranca la unidad para seguir patrullando las calles; el deber se ha cumplido. Me pregunto cómo estará el hombre que ha sido bolseado en la calle 54 entre 65 y 67. Así son de noche algunas calles del Centro de la ciudad de Mérida, donde vivir sin ser víctima de un delito, por pequeño que sea, es una odisea.