Cultura

Las ortigas nunca se convertirán en rosas

Ariel Avilés Marín

El gran dramaturgo y director de teatro Fernando Muñoz siempre ha dicho que una obra teatral va pasando por un proceso de maduración y, por ende, va cambiando paulatinamente durante las representaciones de su puesta en escena. Esto es totalmente cierto, y la reposición de la obra de Wilberth Piña, “Grítale a la Verdad que todo es Mentira”, así nos lo ha dejado en claro. Esto sucede con casi todo lo referente al arte; muchas veces he tenido la oportunidad de escuchar en vivo la Quinta Sinfonía de Beethoven, nunca he escuchado dos veces la misma interpretación, cada vez he apreciado una obra nueva. La obra de Piña, fue estrenada en diciembre de 2016, en el mismo foro, la sala “Rubén Chacón”. La escena tenía los mismos elementos: Un colchón con ropa de cama de color rojo, un par de mesitas de servicio con ceniceros y cigarros, una silla forrada de negro. Los actores eran los mismos, el propio autor y director, Wilberth Piña como Carlos; Matías era y es Alfonso Espinosa. La música de la islandesa Bjök y el fondo de piano eran los mismos. La misma trama, el mismo desenlace. Sin embargo, vimos una obra nueva.

¿Qué ha sucedido con esta puesta en escena? Es la misma obra, su esencia no ha cambiado, pero está revestida de circunstancias y actuaciones que han desarrollado nuevas facetas. En el tiempo transcurrido entre la primera y esta segunda puesta, Wilberth ha variado los movimientos escénicos, muchas cosas en la naturaleza, ya de suyo dura y difícil de la historia, han sido abordadas en formas más audaces y fuertes que en la puesta que antecedió. La madurez adquirida en este lapso por Alfonso se vio reflejada en su manera de abordar su personaje, en sus movimientos, en su gesticulación; hay en su actuación actual una energía renovada y de una fuerza arrolladora. Vimos la misma obra, pero arropada de una manera más fuerte y audaz. Estos tres años que han distado entre una y otra puesta, han redundado en una más profunda madurez en todos los sentidos. Como observa Fernando

Muñoz, la obra ha madurado en este proceso de sus representaciones.

Grítale a la Verdad que todo es Mentira, sigue teniendo esa magia que sólo el teatro es capaz de asumir. La trama es fuerte y dura, socialmente de difícil aceptación, ya que aborda, y en forma muy cruda, una relación entre dos hombres, totalmente de carácter sexual, sin compromiso alguno, y por ende, tormentosa. Entre Carlos y Matías hay empatías y antipatías. Abordan la relación desde enfoques muy diferentes. Para Carlos, ésta es una relación superficial, tan sólo de placer efímero, del momento del acto sexual y punto. Matías es un alma más sensible, de tono romántico y con una gran necesidad de afecto. Estas circunstancias individuales los acercan y alejan alternativamente. Cada uno tiene sus propias perspectivas y sus esperanzas y miradas están puestas en ángulos diferentes. Estas complejas circunstancias llevan la relación a planos muy peligrosos y complicados.

Carlos es muy duro e intolerante con Matías, pero no alcanza a calcular hasta dónde el joven es capaz de llegar. La trama de Wilberth nos va llevando paso a paso a identificarnos con los personajes e ir entendiendo y asumiendo su posición, hasta ir presintiendo que esta historia ha de tener un desenlace terrible. Ellos mismos caen en un juego peligroso, al que han entrado sin sentirlo; y esto se da al comenzar a hacerse una serie de preguntas muy comprometedoras de sus intimidades, sentimientos y otras relaciones. Han sostenido una relación puramente sexual, por un año y ocho meses; durante ese lapso, semana a semana han tenido un encuentro carnal infalible y buscado por ambos, pero no más allá. Ninguno sabe nada más del otro, ni siquiera sus apellidos y eso ha sido como una válvula de seguridad entre ellos. Al pisar otros terrenos le dan un giro a su propia historia y van cayendo en un riesgo de proporciones incalculables. Ya, a estas alturas, el espectador va inhalando el aroma trágico de la historia.

Matías aspira a que la relación con Carlos ascienda a otro nivel; es por ello que plantea el juego de las preguntas, él espera algo más serio entre los dos, y lo busca escudriñando el alma de Carlos. Pero va más allá aún. Ha investigado la vida de Carlos, ha encontrado que tiene esposa y un hijo, y busca el contacto con ellos, va pisando terrenos peligrosos del más alto riesgo; pero no llega a calcular lo que esto puede provocar. En un momento de la más tremenda tensión entre ellos, Matías hace una terrible revelación a su pareja: ha contactado a su esposa y ésta ha tenido una reacción terrible y violenta, hay una agresión a Matías y a consecuencia de esto, ella cae, se golpea la cabeza y muere; el hijo pega de gritos y Matías, para tratar de callarlo, lo sofoca hasta matarlo también. La reacción de Carlos es terrible, agrede a Matías, y en esta acción, desaparecen al fondo de la escena y se hace un obscuro. Como espectador, estás atrapado en la historia y te angustia saber qué ha sucedido entre Carlos y Matías.

La magia del teatro es maravillosa, pues esta intensa y trágica historia, que nos tiene atrapados y angustiados, se esfuma instantáneamente, como una pompa de jabón que brilla en el aire y se disuelve en el mismo en frágil y ligero giro. ¡Nada ha sido verdad! Después del obscuro, al reanudarse la acción, nos encontramos con que Carlos es un enfermo mental, recluido en un sanatorio, desde hace un año y ocho meses, y que semana a semana, sin falta, tiene una sesión de terapia con un médico psiquiatra, que trata de hacerlo entrar en razón y se dé cuenta que es un esquizofrénico que, en un ataque de ira, ha matado a su esposa e hijo. La mente de Carlos lo ha llevado a refugiar su culpa en un Matías que sólo existe en su imaginación, y que es quien ha de cargar con su terrible crimen, el cual no es capaz de enfrentar. El médico reprocha a Carlos, que han tenido un año y ocho meses de trabajo estéril y que mientras no asuma su culpa, es poco lo que se puede hacer por él. Carlos se queda meditando y llega a la triste conclusión: Las ortigas nunca se convertirán en rosas.

Un aplauso de pie para Wilberth Piña y Alfonso Espinosa, sus excelentes actuaciones han superado las de la puesta anterior. Tres años han puesto nuevos colores en la obra que merece ser presentada más veces, para que más gente tenga la oportunidad de disfrutar de buen teatro.