Cultura

Ajiaco y otras fusiones

Tuvo a bien don Fernando Ortiz tomar en préstamo un término de la cocina cubana para definir los múltiples y complejos caminos que llevaron a la formación de una cultura cubana con perfiles propios. “Cuba es un ajiaco –escribió el polígrafo–. La imagen del ajiaco criollo nos simboliza bien la formación del pueblo cubano. Sigamos la metáfora. Ante todo, una cazuela abierta. Esa es Cuba, la isla, la olla puesta al fuego de los trópicos… Cazuela singular la de nuestra tierra, como la de nuestro ajiaco, que ha de ser de barro y muy abierta. Luego, fuego de llama ardiente, y fuego de ascua y lento, para dividir en dos la cocedura… Y ahí van las sustancias de los más diversos géneros y procedencia”.

En un memorable poema titulado Son 16, Nicolás Guillén dio en la diana con una realidad cubana tan grande como un templo:

“Estamos juntos/ desde muy lejos,/ jóvenes, viejos,/ negros y blancos,/ todo mezclado;/ uno mandando y otro mandado,/ todo mezclado/ San Berenito y otro mandado,/ todo mezclado;/ negros y blancos/ desde muy lejos,/ todo mezclado;/ Santa María y uno mandado,/ todo mezclado;/ todo mezclado, Santa María,/ San Berenito, todo mezclado,/ todo mezclado, San Berenito,/ San Berenito, Santa María,/ Santa María, San Berenito/ ¡todo mezclado!”.

Esta esencia mestiza de la cultura cubana no sólo se recorta sobre una perspectiva histórica, sino cobra sentido de futuridad. Ahora mismo se hacen perceptibles nuevos intercambios, mezclas, préstamos y asimilaciones, que lejos de representar pérdidas y erosiones de instancias anteriormente acrisoladas, constituyen ganancias netas, estadios sorprendentes de renovada identidad.

La música es el espejo más visible de estos crecimientos. Si en el siglo pasado los sonidos fundamentales de la isla acomodaron a sus moldes diversas afluencias provenientes de otras partes del mundo, en estos tiempos de globalización la apertura extraordinaria hacia lo que sucede en diversos confines del planeta nutren el tronco vivo de la música cubana.

Tanto aquella como estas apropiaciones han sido asimiladas de manera desprejuiciada y festiva. Las orquestas de baile que a fines del siglo XIX y principios del XX interpretaban danzones, solían incluir en sus piezas romanzas operáticas o fragmentos de partituras clásicas, rematadas al final por la cadencia de un sabroso montuno.

Cuando el formato de las jazz band se entronizó en la isla, llegó el charleston, el foxtrot, el one step y el swing, mas no por ello sufrieron la rumba y el son; por el contrario, los ritmos foráneos se acriollaron en la línea de instrumentos de viento y el frenesí del drums.

A mediados de los años sesenta, una de las más famosas jazz band de la época, la Orquesta Cubana de Música Moderna, tuvo la osadía de preludiar el rumboso pregón Ay, Mama Inés, que había hecho las delicias de los locales cubanos de París y Nueva York, con los primeros acordes del Concierto No. 1 para piano y orquesta, del ruso Piotr I. Chaikovski.

Nadie se extrañó del repertorio del más notable guitarrista cubano de todos los tiempos, Leo Brouwer, cuando hilvanó una ruta desde Johann Sebastián Bach a The Beatles, como tampoco hubo brusquedad en el alarde sonero del original grupo vocal Sampling al armonizar el tema de Así hablaba Zaratustra, del poswagneriano Richard Strauss.

Entre España y Cuba se habla de idas y vueltas en la música. Años antes, la rumba cubana se adueñó de uno de los palos del flamenco. A estas alturas, los aires del flamenco encajan en las nuevas rumbas que se amalgaman en los solares y la escena insulares.

Hasta el mismísimo rock se cubanizó, por obra y gracia de grupos como Síntesis y Mezcla, que en la segunda mitad de la pasada centuria, liderados por el cubano Carlos Alfonso y el norteamericano Pablo Menéndez, respectivamente, absorbieron los cánticos religiosos yorubas, el estrépito de las congas callejeras y el gozoso vaivén de los sones más calientes con pasmosa naturalidad.

El ajiaco prosigue su hervidura. Todo va mezclado. Las nuevas generaciones de músicos llevan esa marca en sus ejercicios creadores.

Edesio Alejandro, un adelantado compositor de música electroacústica y bandas sonoras de películas, ha venido luchando por impregnar con viejas tonadas y el espíritu de la tradición la metálica realidad del techno y la house. La prematuramente fallecida Lucía Huergo, formada en el abierto rigor del grupo Síntesis, no escatimó los tránsitos continuos entre el pop y la rumba, el rock y la timba.

Si nos damos un salto al centro de la isla, en Santa Clara sobrevendrá la sorpresa de escuchar un pequeño conjunto de cámara –guitarra, contrabajo y tres– con las armonías del barroco enlazadas a la guajira, la contradanza y el bolero, con salpicaduras del mejor rock. Es el trío Trovarroco, que ha acompañado a Silvio Rodríguez en numerosas aventuras.

Con esto que acabo de decir pretendo desmentir, tanto las voces que hablan del agotamiento de las fuentes sonoras de la insularidad, como aquellas que se encaprichan en anteponer barreras al encuentro de esas fuentes con la vitalidad que traspasa fronteras.

Confío en que a medida que avance la tercera década del siglo XXI, se confirme la tendencia a la mezcla necesaria y la fusión alentadora que no pierde raíces.