Cultura

Un lunes distinto…

José Díaz Cervera

Son las once de la mañana de un lunes diferente.

No. No me subiré al carro del feminismo. Me parecería una falta de respeto, una especie de error histórico, una insensatez.

Prefiero asumir la porción de responsabilidad que me corresponde como parte actuante de este estado de cosas; prefiero, también, asumirme como una víctima de la sociedad patriarcal y del machismo.

Crecí escuchando radionovelas, y “Corona de lágrimas” me hizo creer que la abnegación (que es efectivamente autonegación) era el máximo valor al que podía aspirar una mujer; ¿qué hace un niño de ocho años cuando escucha en un diálogo entre Jorge Negrete y Pedro Infante decir a éste: “…ni hablar, ¡mientras sean viejas están amoladas…!” ?; ¿cómo no volverse macho, cuando en el catecismo te enseñaron que todo el mundo se convirtió en un horrendo valle de lágrimas por la codicia de Eva?

Los hombres, también hemos sido víctimas del patriarcalismo y aunque no somos objeto de la violencia de género como tal, sí padecemos muchos de sus efectos colaterales, lo que nos impide la plenitud y el cabal desarrollo de nuestras capacidades y una mínima estabilidad psicológica a partir del ejercicio sano de nuestras emociones. La misoginia nos ha envenenado el cuerpo y el alma.

No sé hasta dónde llegará la lucha feminista. No sé si el movimiento está utilizando las estrategias correctas (en todo caso, a mí no me corresponde juzgar el asunto); lo que sí sé, es que el feminismo ha abierto los ojos de muchos hombres que, penosamente, vamos descubriendo las miserias a las que nos conduce el ejercicio de una masculinidad que no nos dignifica ni nos permite conquistar la plenitud ontológica.

Por eso no, no me subiré al carro del feminismo, como lo han querido hacer las organizaciones de política partidista que, estúpidamente, no han comprendido que el movimiento está muy por encima de esa circunstancia. En todo caso, si los varones debemos comenzar una tarea que nos ponga a la altura de nuestro tiempo, tendríamos que trabajar contra el patriarcalismo y de su expresión más atroz que es la misoginia.

Porque el machismo también hace daño a los varones, por lo que es necesario desaprender y dar la espalda a esa perspectiva del mundo que nos quita dignidad y nos vuelve oficiantes de una violencia que sólo nos revela el profundo terror que tenemos a la entrega cabal, al fracaso, a la incertidumbre, al rechazo, a la oscuridad, a lo desconocido, etc. A los hombres se nos impuso una masculinidad que no podemos cargar y que nos hace mucho daño porque nos llena de un odio y de una frustración que se canaliza hacia la mujer. Hemos creado una mitología que ha empezado a cuartearse y que pronto se derrumbará, aunque no habrá de matar ni al patriarcalismo ni a la misoginia, sino hasta que los que tengamos más de 30 años hayamos desaparecido definitivamente de la faz de la Tierra.

Son las dos de la tarde de un lunes distinto. La desaparición de las mujeres hace desaparecer –dialécticamente– al macho violento, igual que la desaparición del esclavo hace desaparecer al amo. Pero todo es, según se plantea, una simulación, un “como si…”, a partir del cual algunos podríamos comenzar a preguntarnos: ¿qué pasaría si, paralelamente a la sororidad de la mujeres, comenzamos a construir un movimiento de “fratimidad” (válgase el neologismo deudor de un latinajo) para que los varones nos ayudemos a luchar contra nuestra misoginia activa o pasiva?

Son las dos treinta de la tarde de un lunes distinto. Pienso en mis hijos y me alegra saber que ellos no padecerán su masculinidad porque no fueron educados en la misoginia. No perdamos de vista que los varones no somos solamente victimarios, sino también víctimas directas del patriarcalismo; ello, sin embargo, no quita a las mujeres el derecho a protestar ni deslegitima su enojo.