Cultura

La cultura en un enfoque realista

Jorge Cortés Ancona

Varios choferes de autobuses esperaban su cambio de turno, sentados a la sombra en sillas de plástico. No puede decirse que estuvieran conversando, sino solo lanzándose insultos unos a otros, en especial a uno al que le gritaron “¡perro!” y se acercó a devolver las injurias entre las carcajadas de todos. Ante la andanada verbal, cargada de burdas expresiones sexuales y homófobas, dos señoras que también se resguardaban de la sombra prefirieron moverse a la banqueta, aunque quedaran a pleno sol.

Luego de buen rato, durante el cual solo se seguía escuchando la retahíla de insultos, llegó el ansiado autobús. Una vez adentro, el chofer de relevo iba apurando groseramente a la gente para que ascendiera y se acomodara. En algún momento cambió el tono: “Hola, mi amor, adelante. Esta unidad no arranca hasta que no estés sentadita”. La señora llamada “mi amor” sonrió nerviosamente, pagó y se dirigió hacia algún asiento de la parte posterior. Ese chofer ha de ser el “Mil Amores”, porque era la cuarta vez que lo escuchaba yo expresarse de manera similar con otras tantas pasajeras, sin que ninguna le reclamara algo.

Nada de conversación, insultos a gritos, expresiones homofóbicas, acoso verbal, maltrato a los usuarios. Es un asunto más que centenario, ya que en la prensa de otros tiempos, yucatecos se quejaban de los “ternos” proferidos por los cocheros sin respeto a mujeres ni a menores de edad. Aunque la palabra “terno” ya no se emplea en el sentido de “palabrota” –pues ahora solo se refiere a una elegante prenda tradicional–, el hecho sigue vigente.

Ni qué decir de los policías, sobre todo los municipales, quienes, plenamente convencidos, siguen afirmando que un vehículo es más importante que un peatón y que este tiene la obligación de mirarlos primero a ellos –a los policías– y luego a los semáforos, sin importar que sea un anciano, una persona con discapacidad, un turista o una persona proveniente del medio rural.

Pero seguimos mirándonos el ombligo a través de las artes y escondiendo la nariz en cotos perfumados de cultura. En el discurso políticamente correcto, se proclama el respeto a los derechos humanos en general, que se tenga conciencia del importante papel social de las mujeres y que se les trate con dignidad, que persista el llamado clima de paz de los yucatecos. Igualmente, que el turismo siga llegando para gozar de las bondades de la población yucateca.

Esos sueños no serán realizables mientras se siga teniendo como referente de cambio a un sector limitado de la sociedad, justamente el sector mejor ubicado en educación y economía. Una gran masa queda fuera de toda comprensión de las luchas sociales de las mujeres –como el pasado lunes 9 de marzo, cuando muchas ignoraban que se había convocado a un paro femenino– y de los defensores de la paz y de la dignidad humana. Todo lo que se dice al respecto queda fuera de su ámbito de vida.

El problema empieza desde las propias instancias educativas y culturales. En el mismísimo Día Internacional de la Mujer escuchamos, en el evento frente al Palacio Municipal, que el declamador recitara “las mujeres que se pintan”, que, claro, es la justificación de la jarana del mismo nombre, a la vez que representativa de una misoginia que ya no tiene razón de ser en estos tiempos. Si no queda más remedio que recitarla por su relación con la pieza musical, al menos que se aclare antes y después la falta de pertinencia de su contenido.

Peor todavía son los chistes “regionales” también misóginos, aparentemente atenuados con el revire de la mujer al hombre haciendo constar que su pobre virilidad reside en la flaccidez de su pene. Sin embargo, las carcajadas de hombres y mujeres por igual son el porrazo que pone en entredicho el alcance de las marchas y demás acciones efectuadas en estos días en nuestro Estado y nuestro país.

Un cambio social, educativo y cultural se lograría al dirigirse de manera efectiva hacia los conductores de autobuses, policías y participantes activos y pasivos de espectáculos. De otra manera, el problema humano seguirá creciendo libremente, con un potencial cada vez más nefasto.