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Cultura

La Máscara de la Muerte Roja

Por Fernando Muñoz Castillo

I

En estos días, en que comienza la cuarentena por el coronavirus y que todo el mundo en todo el mundo habla de lo mismo: cierre de fronteras, vuelos aéreos sólo para los habitantes del país, de no salir de la casa si tienes más de 60 años, eso fue primero; luego subió a 70 años y ahora es de 80 años para arriba, porque tienes la preferencia para viajar al otro mundo con boleto pagado de ida, pero no de vuelta.

De cómo pasar el tiempo en casa, sin aburrirte y siendo creativo, mientras se hacen compras de pánico y se vacían los almacenes, etcétera, etcétera, etcétera, conversaba con mi hermana Mucuy y me recordaba aquella cinta del príncipe que se encierra en su castillo con un grupo de invitados por el mal que está diezmando al reino, y que después de cometer todos los excesos, van muriendo hasta sólo quedar la Muerte Roja y la soledad y el vacío…

Me acordé enseguida de a qué cinta se refería: La Máscara de la Muerte Roja (1964), cinta inglesa basada en un cuento corto de Edgar Allan Poe, dirigida por Roger Corman y actuada magistralmente por el gran actor Vincent Price.

Lo que hacía que impactara más la cinta era el color que diseñó Nicholas Roeg.

Así les va a suceder a todos aquellos que creen que estos días de guardarse, son para irse de reventón. Tanto para los más jóvenes como para los adultos irresponsables, que son muchos.

Nos reímos muy divertidos y sin temor a parecer moralistas victorianos.

Después leyendo otra vez el cuento, me percaté de la moraleja de Poe en esta narración corta considerada una obra maestra: los libertinos y licenciosos perecerán por sus actos y su incredulidad, ante la muerte.

Poe la escribió en 1842, 10 años después de la epidemia de cólera en París. Se dice que esta enfermedad hizo que se tomara conciencia sobre lo breve y fugaz que es la existencia humana y la necesidad de ser verdaderamente feliz.

Muchos hablan de que la pandemia que se cierne sobre nuestras cabezas como Espada de Damocles, tendrá efecto no sólo en las economías del mundo, sino en la conciencia sobre la existencia y las verdaderas necesidades del ser humano para vivir y ser feliz.

Otra vez, el ser humano se comienza a replantear no sólo la existencia, sino si son todavía válidos los llamados valores morales y éticos, o si hay que transformar todo desde la raíz.

Veinte días en casa, y otros veinte para poder salir realmente del peligro, son muchos días y muchas noches para pensar y repensar más allá de si el “reguetón” es moral o inmoral o si la música de Pandora o Willie Colón es mejor o hay que tirarla a la basura como hace Horacio Villalobos en su programa de televisión, o si René Casados debe irse a dormir a su casa y dejar de creerse analista político porque le rediseñó la imagen a Zedillo.

En una palabra: comenzar a pensar por nosotros mismos, aunque estemos equivocados, pero con nuestros propios pensamientos producto de nuestras propias experiencias de vida.

Continuará.

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