Pedro de la Hoz
Logró lo que muchos intentan y no pueden: crear un personaje que relegó a un segundo plano del imaginario popular a las criaturas de Disney y Marvel. Así sucedió en Cuba y fue asumido por todas las edades. El trovador Carlos Valera resumió un sentimiento generacional en la canción Memorias: “No tengo a Superman, tengo a Elpidio Valdés”. Silvio Rodríguez compuso la Balada de Elpidio que abre y cierra cada uno de los cartones animados; “Él no cree en nadie, / ni en esto ni en lo otro, / ni en lo de más allá. / Él no cree en nadie / a la hora de buscar la libertad”.
El padre de Elpidio, Juan Padrón, falleció en La Habana al amanecer de este martes, a los 73 años de edad. Dibujante, historietista y cineasta se consagró como una de las figuras más prominentes del cine de animación en América Latina.
Elpidio era, es y seguirá siendo un coronel con grados ganados a base de arrojo e ingenio militar en las campañas de los cubanos insurrectos contra el poder colonial español en la segunda mitad del siglo XIX, uno de los bravos combatientes participantes en la gesta organizada por José Martí y el Partido Revolucionario Cubano, a la postre mediatizada por el naciente imperio estadounidense.
Pequeño, dicharachero, con evidente acento oriental, con piel de color cubano, como le gustaba decir a Nicolás Guillén, enamorado de María Silvia, cabalgando sobre el lomo de Palmiche, tan rebelde como su jinete, Elpidio llegó al cine mucho después de que apareciera en las páginas de una revista de historias ilustradas para niños: el semanario Pionero.
Situémonos en 1970. Padrón era Padroncito, un joven nacido en las casas aledañas a una fábrica de azúcar en los campos cercanos a Matanzas, que al trasladarse a La Habana, en los años sesenta, calificó para trabajar en Mella, semanario destinado a los jóvenes, y en los estudios de dibujos de animación de la televisión y el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC). Tras cumplir el servicio militar, se empleó como historietistas en publicaciones de humor gráfico hasta que en Pionero comenzó a dibujar la serie “Kashibashi”, protagonizada por un samurái.
En uno de los episodios apareció un combatiente mambí (así llamaban a los soldados anticoloniales cubanos) al lado del guerrero japonés: “Le puse Elpidio Valdés pensando en Cecilia Valdés, la de la novela de Villaverde y la popular zarzuela, cubanísima, y lo dibujé a la primera, sin boceto. El protagonista era Kashibashi, pero el mambisito decía cosas que yo hacía dijera mucho más simpáticas que las del japonés. Entonces viré las doce páginas que tenía boceteadas y empecé toda la historia con Elpidio como protagonista”.
En 1974, el coronel mambí entró a la pantalla con el cortometraje Elpidio Valdés contra el tren militar. En seis años realizó doce películas con el personaje y el primer largometraje de animación de la cinematografía posrevolucionaria. Luego, entre 1990 y 2000 filmaría otra decena de cortos.
Alguna vez Padrón contó: “Se hizo una encuesta para comprobar si a los niños les gustaban los libros, las historietas, las películas de animación. Recuerdo que exhibíamos películas soviéticas, búlgaras, polacas, norteamericanas y cubanas. Cuando proyectábamos el Pato Donald, los chiquillos armaban un alboroto tremendo, porque les encantaba. También el ‘uhhhhh’ nos informaba que el corto búlgaro del camello se podía reportar entre los más pesados en la historia de la animación. Sin embargo, cuando les presentábamos Elpidio Valdés, los muchachos rompían a gritar, aplaudían, chiflaban. Era más que evidente que le habíamos ganado la pelea al Pato Donald y al que viniera por delante... Elpidio se convirtió en el personaje de varias generaciones, de gente a cuyos hijos también les gusta. Como su creador, es mi mayor orgullo”.
Es más, llegado el momento de coproducir en 1995 el tercer largometraje de Elpidio con una televisora española –en la saga, los mambises siempre derrotaban a los peninsulares mediante soluciones pletórica de corrosivo humor—, no faltaron los que pusieron en dudas el proyecto y pensaron que se frustraría. Nada de eso, el público español entendió las razones expuestas en el filme Más se perdió en Cuba, cuya acción transcurre durante la intervención de las tropas estadounidenses en la contienda bélica que se libraba en la isla, y se divirtió de lo lindo ante las ocurrencias del mambisito.
No todo en Padrón fue Elpidio. Una de las mejores comedias cubanas se debe a él, Vampiros en La Habana. La trama gira alrededor del Vampisol, un producto que permite solearse a los vampiros. Gánsteres y pícaros, estirados descendientes de Drácula y un trompetista cubano se ven envueltos en una desternillante aventura por la posesión y explotación de la pócima.
Padrón también habló en su día de dicha experiencia: “Pasé un mal rato y después uno bueno. El primero cuando me dijeron que Vampiros en La Habana no era lo que esperaban de mí, que no tendría conferencia de prensa ni estreno. El bueno cuando la misma película rompió récord de taquilla en el primer mes de exhibición y se vendió en todo el mundo”.
El artista sacó tiempo y deseos para trabajar con el humorista argentino Joaquín Lavado (Quino), el creador de Mafalda, en la serie Quinoscopios, realizó chistes audiovisuales titulados Filminutos, recibió homenajes en varias partes del mundo y mereció el Premio Nacional de Cine.
Ni Elpidio Valdés ni la caballería mambisa ni Pepe el trompetista descansarán en adelante, como tampoco lo hará, dondequiera que vaya, Juan Padrón.