Cultura

Ulay sin Marina

Pedro de la Hoz

Frank Uwe Laysiepen se dio a conocer en el mundo como Ulay y así terminó sus días en Liubliana, Eslovenia, esta semana a los 76 años de edad, víctima del cáncer linfático que padecía desde hace algún tiempo.

Murió sin ver coronado uno de sus últimos sueños: la exposición que el Museo Stedelijk, de Amsterdam, ha estado preparando para ser inaugurada en noviembre de este año, la cual permanecerá abierta hasta abril de 2021.

Será una especie de rendición de cuentas de una carrera artística propositiva y polémica, instalada en la más auténtica transvanguardia, pues eso fue, por sobre todas las cosas, el artista alemán tan querido en los predios holandeses.

De acuerdo con los organizadores de la exhibición, esta girará en torno a cuatro temas que amplifican la relevancia contemporánea del trabajo de Ulay: su enfoque en el rendimiento y los aspectos performativos de la fotografía; su investigación sobre la identidad de género y el cuerpo como medio expresivo; su compromiso con los problemas sociales y políticos, y su relación con Amsterdam.

Justo en Amsterdam comenzó a empinarse creativamente Ulay, luego de mudarse a esta ciudad antes de cumplir los 20 años de edad. En ese tiempo, quiso poner distancia a su origen familiar –el padre había estado comprometido con el pasado nazi. Por ello dejó Alemania –de todos modos pasó una etapa intermedia de estudios en la Kolner Werkeschulen, de Colonia, donde aprendió fotografía con Jurgen Klauke– y se afilió en los Países Bajos al movimiento Provo –provocadores–, de inspiración anarquista.

Entre los años 60 y los 70 ganó cierta notoriedad por el trabajo artístico con imágenes tomadas por una cámara Polaroid y los fuertes contenidos contraculturales de sus mensajes. Uno de los primeros reconocimientos de su talento tuvo lugar gracias a Wies Smals y Mia Visser, importantes galeristas de la escena artística de Amsterdam; en 1974 acogieron la exposición Renais sense, sumamente comentada por la crítica.

Mediante un proceso constante de experimentación, Ulay descubrió, dentro de sí, una sensibilidad sexualmente ambigua que intenta expresar a través de la fotografía. En la serie Auto Polaroid, abordó el tema de la intimidad al fotografiarse meticulosamente vestido y maquillado; el enfoque radical y la transposición fotográfica de un acto performativo despertó numerosas controversias en el público.

Algunos trabajos de la misma serie se centraron en la representación de la androginia, que para el artista significó el encuentro conflictual entre lo masculino y lo femenino. A guisa de ejemplo, vale retrotraernos a la serie S’He –yuxtaposición de pronombres que en lengua inglesa aluden a cada género–, en la que dejó manifiesta su concepción instrumental de la gráfica: “La fotografía es solo una mirada, un detalle o un fragmento del conjunto, la cámara oscurece una ventana desde la que mira el mundo”.

Así llegamos a 1977, parteaguas en la vida del artista, al iniciar una relación sentimental y creativa, al cabo radicalmente turbulenta, con la serbia Marina Abramovic. Ulay no fue más solo Ulay, sino Ulay y Abramovic. Sin ella, nada era él, al menos durante once años.

Los vimos juntos en artística en Light / Dark; Ulay y Abramovic arrodillados uno frente al otro golpeándose las caras con rudeza con creciente ferocidad; en Rest Energy, donde él apuntaba con un arco al corazón de Marina; en Incisión, en la que un Ulay desnudo corre hacia una Abramovic vestida, arrastrado por una cuerda elástica; y

en la serie performática Nightsea Crossing, la pareja sentada en sillas, contemplándose extáticos y a la vez desafiantes durante siete horas al día en la galería de turno.

Hasta que en abril de 1988, cada uno comenzó a caminar desde los extremos opuestos de la Gran Muralla China, Ulay desde el desierto de Gobi; Abramovic desde el mar Amarillo. Después de caminar más de 1,500 millas cada uno, se encontraron en el medio y, sin hablar, se despidieron.

Lo que pareció una hermosa acción visual, terminó mal. De nada valió que en 2010, durante la muestra de El artista está presente, que el Museo de Arte Moderno de Nueva York dedicó a la artista serbia, Ulay se presentara ante ella para reeditar un viejo número urdido entre ambos. Marina invitaba todos los días a que alguien del público le sostuviera la mirada por minutos; hubo filas para participar de la acción corporal. En eso llegó Ulay, como uno más, y retó a la artista.

Dio la impresión de tratarse un gesto de amor a destiempo. De la recuperación de un pavesa entre las cenizas. Negativo: él demandó a Abramovic en 2015, alegando que ella había retenido el dinero que se debía por derechos de exhibición y reproducción de las obras que habían creado juntos. Ella tuvo que desembolsar cerca de 250, 000 euros.

Sin embargo, después de eso, los dos coincidieron en una película rodada en 2017 bajo el título La historia de Marina Abramovic y Ulay, detallado documental sobre la labor conjunta. Y al conocer el deceso de éste, ella escribió en las redes sociales: “Me he enterado, con gran tristeza, que mi amigo y excompañero Ulay ha fallecido hoy. Era un artista y un ser humano excepcional, y le echaremos mucho de menos. Hoy me reconforta saber que su legado vivirá para siempre”.