Cultura

José Iván Borges Castillo*

Todos los días es Viernes Santo para los pobres, para los necesitados, todos los días están pendientes de una cruz fijados por los clavos del alcohol, de empatía, de oportunidades truncadas, de trato indigno de hombres a las mujeres.

La presencia divina de Jesús, el Cristo Dios, se presentó ante nuestros abuelos mayas con toda su divinidad cargada (según la doctrina de nuestra Santa Madre Iglesia). Es el Jajal Dios Mejen Bil, el Dios hijo, la segunda persona en la Santísima Trinidad, que había de venir al mundo y morir en la cruz para resucitar glorioso y, con esto, dar vida plena al sentido de nacer, vivir y morir. Es el Dios hecho hombre, y no el hombre hecho Dios, según las antiguas creencias prehispánicas. Es el verbo hecho carne, es el Dios Citbil, como le llaman y a la vez lo invocan los labios de los mayeros yucatecos, Citbil, “lo que se ha pronunciado”, es “la palabra viva” o en actividad, es el verbo que da sentido a lo expresado. Concepto que tiene profundidad mental, es “yo hablo, yo soy”.

La conjugación que se conoce es limitada, en su diccionario, Juan Pio Pérez deja ver algunas de estas formas con: ce, cenob, cehí, ciob, citac, cih, cihi. Es verbo que entraña, además, un profundo sentido de “ser”, “esencia”, “individualidad”. Así, ten cen es “yo soy” y tech ceh es “tú eres”.

Abonando en el tema, llega a la conclusión Antonio Medíz Bolio que Citbil, “ejercicio de la palabra, suponen la condición del ser, de existencia, de individualidad. Se recuerda el apotegma escolástico: cógito, ergo sum. Así, cit bil, significa ‘el que es’, como consecuencia de su sentido de palabra, el verbo”. Detrás de esto se deja ver el profundo estudio de los misioneros católicos en la definición de los dogmas en la lengua nativa, en este caso, la vertiente en tomar el nombre de Cristo forma y sentido en la lengua maya.

Si en lengua se aceptó, por el uso que aun ha llegado a nosotros de esas palabras, evidencia (probablemente) una aceptación o quizá un sincretismo, que mirar a un Dios sacrificado y glorificado en el mismo acto. La cruz sin Cristo muerto, no deja de representar un arma de violencia, santificada por la Iglesia y signo de contradicción entre los cristianos que se apartaran de ella.

La figura del Cristo había de compartir rasgos iconográficos con Itzamná y demás deidades del panteón precolombino. Sin embargo, aunque después de siglos de evangelización ya no se recuerde en el pueblo el nombre Itzamná, dios viejo y desplazado, o de la antigua serpiente emplumada (cuya imagen solo es encontrada en los áridos muros de las añejas ciudades), las necesidades de proveer, de ser la medicina, la sabiduría, la bendición que fecunda, y demás bienes divinos, pronto todo se fijaron en el Cristo crucificado y en su cruz.

Por eso el día de la muerte de Cristo es para los de las comunidades mayas, un día especial: de ayuno, de sacrificio, de contemplación y de recogimiento. En los días de la Semana Santa se dice que están sueltos los malos vientos, que no hay que ir tarde al monte, que se debe regresar a casa lo más pronto posible; de cuidarse en el hablar, porque esos días el kisín está suelto, y se puede aparecer a los que obran mal.

Dicen los abuelos que, sobre los cerritos, sobre los antiguos mules (montículos prehispánicos), se escucha el canto de un gallo en la noche y al mediodía del Viernes Santo. Ese día nadie debe ir al monte, ni cazador, ni mucho menos salir del pueblo para ingresar a los despoblados.

Se dice que en la lejanía, dentro del monte, se escucha el repique de una campana encantada y que al canto de un gallo, las ciudades mayas precolombinas olvidadas entre el denso monte flagelado por la sequía del Yaax Kín, vuelven a la vida por instantes.

Son lugares encantados, así lo decían los abuelos, usan la palabra misma de “encantados” refiriéndose a que la materia puede tener vida, o que sobre ella ocurran cosas inexplicables como apariciones o ruidos desconocidos.

Todo ese día debe estar en silencio, no se debe hacer el menor de los ruidos, ni tunkul debe sonar ni nada, todo el sonido debe venir de la Iglesia cuando llame a los oficios por medio del zacatán o de matracas. La televisión, la radio, la música, nada debe funcionar ese día.

Y sólo se salía para ir a la Iglesia a los oficios de ese día, más antiguamente, al célebre oficio de tinieblas. Después del Viacrucis, de las siete palabras y de todo el oficio propio de ese día, terminaba aquella función con un acto verdaderamente estremecedor: el descendimiento de la cruz. El Cristo expuesto en el calvario será bajado entre los cantos más tormentosos que imploran perdón y suplican a los cielos, dos hombres se suben a hacer el trabajo y, paulatinamente, van zafando los clavos y los besan reverentes; cuando logran desprenderlo de la cruz, tres hombres esperan con las manos extendidas con una sábana blanca para recibir el cuerpo muerto, en tanto una Virgen Dolorosa (que mira desde abajo lo que ocurre) se pone de frente y, en tres momentos, se hincarán con el cuerpo frente ella, que mira a su hijo… ¡Qué escena más conmovedora! ¡Si no fuera porque aquello es una función pedagógica de doctrina, juraríamos haber mirado correr lágrimas de los ojos de la Virgen!

Este año 2020, la terrible pandemia nos vino a quitar lo más sagrado del calendario litúrgico, como lo es el triduo pascual. Hoy es Viernes Santo y en Yucatán todos nuestros templos católicos están cerrados, y no tendremos los oficios propios, no descenderá de la cruz nuestro Señor crucificado, no rezaremos en comunidad el Rosario de Pésame, donde consolaremos a la más afligida madre dolorosa, que como tortolita se apoya entre los muros del templo; no tendremos santo entierro ni mucho vemos veremos arder la llama del fuego nuevo en la noche del Sábado Santo.

Este Viernes Santo es distinto en todos los sentidos, nos tendremos que conformar con encender una veladora al crucifijo o a la cruz verde dentro de nuestras casas y de hacer la oración señalada, mientras nuestra lengua y nuestras manos dicen y escriben las antiguas creencias de nuestros mayores.

Término citando el Chilam Balam de Chumayel, que dice: “Allí bajará sobre una nube, para dar testimonio de que verdaderamente pasó el martirio en el árbol de la cruz, hace tiempo. Allí entonces bajará en gran poder y en gran majestad, el verdadero Dios, el que creó el cielo y la tierra y todas las cosas del mundo. Ahí bajará a medir por igual lo bueno y lo malo del mundo. ¡Y humillados serán los soberbios!”.

*Unión de Escritores Comunitarios de Yucatán