Es lo de nunca acabar. Confrontar a Paul McCartney y John Lennon, apostar por uno contra otro, y viceversa, culpar a éste o aquél por la ruptura que se produjo hace cincuenta años. Existe un costado sectario en el alma humana que nos compele a tomar partido a partir de la exclusión. He sido testigo de unas cuantas discusiones bizantinas: o estás al lado de Vargas Llosa –en lo estrictamente literario, por supuesto– o de García Márquez; quién vale más, Mozart o Beethoven; si te gusta Silvio Rodríguez no te puede gustar Pablo Milanés; la trova yucateca o el son jarocho; Jorge Negrete o Pedro Infante. Los mismos Beatles puesto a competir en una misma balanza con Los Rolling Stones.
No se trata de borrar hechos puntuales, sino de comprender la historia. El cincuentenario de que trascendiera al público el final de Los Beatles ha promovido en mundo y medio la reanimación de diversas versiones acerca de las razones que llevaron a la desintegración de uno de los fenómenos más creativos e influyentes de la música popular en el siglo XX.
A Paul todavía le reprochan haber anunciado el desenlace el 10 de abril de 1970, como si fuera el único responsable de la situación. Pocos hablan del papel de un tipo de prensa siempre a la caza de emociones fuertes. Paul había convocado a los periodistas para informar acerca del inminente lanzamiento de su primer disco en solitario. Entonces le preguntaron si estaba en planes un nuevo álbum del cuarteto. Respuesta lacónica: “No”. Una más: ¿Sigue funcionando el tándem Lennon-McCartney? “No”. Apenas unas horas después el Daily Mirror desplegaba a toda página el cintillo: “Paul está dejando a Los Beatles”. El resto es puro chisme: la visita de Lennon a McCartney con un ejemplar del diario en mano y el reproche respondido: “Hice lo mismo que Yoko y tú han hecho”. De nada valió el desesperado comunicado de Derek Taylor, relacionista público de Apple: “La primavera está aquí y habrá un concierto en Leeds y otro en Chelsea. Ringo, John, George y Paul están vivos, sanos y llenos de esperanza. El mundo sigue girando y nosotros también y tú también. Cuando se detenga el giro, ese será el momento de preocuparse. No antes. Hasta entonces, Los Beatles están vivos y el beat continúa…”. No hubo más conciertos.
Los estudiosos del fenómeno Beatles focalizan en septiembre de 1969 el principio del fin y ponen el ojo en John. De una parte, éste se había presentado en el Toronto Rock and Roll Revival alterando con The Doors; de otra, la grabación de Abbey Road había terminado el 25 de agosto y pese a que todos estaban conscientes de que puestos de acuerdo a duras penas pudieron concluir un álbum excepcional, flotaba en el aire un clima de tensiones. John dijo que se marchaba y ante el estupor generalizado tiró a broma “el divorcio”.
George Martin, productor del disco, vuelto a llamar para tales menesteres, confesó tres décadas después en una entrevista: “Yo no estaba presente el día que John habló de seguir por su cuenta. Cuando Ringo me informó, no me sorprendió. Creo que él era el único en pensar que nada había cambiado. Yo tenía bien claro que aquello no podía dilatarse, y no porque hubiera aparecido Yoko en la vida de John, ni porque los manejadores comerciales del momento favorecieran a unos en detrimento de otros. No opino que todo se salió de control, sino por el contrario, todo era demasiado bueno como para seguir insistiendo. Ya habían hecho historia y no valía la pena echarla a perder”.
Cuando Martin se refirió a los manejadores comerciales, seguramente pensaba en Allen Klein, a quien le atribuyen una cercanía a Lennon que no la tuvo con McCartney. Otra especulación innecesaria. Lo cierto fue que Klein confiaba en obtener un nuevo contrato para el cuarteto con Capitol Records y se empeñó en que el disenso de la reunión de septiembre no se publicitara.
Más que detenernos en imaginar tablas de salvación que nunca navegaron, Los Beatles, como expresó Martin, hasta donde llegaron habían hecho historia. No necesitaban más.
Concuerdo con la valoración del músico argentino Fernando Blanco: “Los Beatles son producto de su tiempo, pero también del pasado y del futuro. Más allá de haber sido un prodigio musical, su gran mérito es haber convertido el rock and roll en algo universal. Son varios los estilos que usaron y algunos a los que le dieron o ayudaron a dar el puntapié inicial como el heavy metal, el rock sinfónico o la psicodelia. Gracias a su apertura mental, a su talento compositivo y a sus grandes interpretaciones es que han permanecido en el tiempo y se han convertido en la música clásica de nuestros días.
En vísperas del cincuentenario del final del cuarteto, el crítico musical cubano Guille Vilar prefirió mirar hacia adelante: “Estamos en el año que conmemora la salida al mercado del disco Let it be junto al reconocido documental homónimo que presenta a Los Beatles en el proceso de grabación de las canciones allí interpretadas, además del concierto que realizaron en la azotea del edificio londinense de la Apple. Obviamente, dicha celebración ha sido pospuesta para fechas tan distantes como octubre del año en curso, pero los proyectos ya están en marcha y debemos celebrarlos”.
Ojalá que esos eventos hagan posible rebasar de una vez por todas con la falsa dicotomía entre lo que aportó Lennon y lo que sumó McCartney a Los Beatles. Si en los ocho años de existencia del grupo sus talentos articularon una propuesta fecunda, las trayectorias individuales posteriores confirmaron que aquello no fue casual. No digamos más John o Paul, sino John y Paul… y George y Ringo y todos los que gozamos sus músicas.