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Cultura

Retazos…

José Díaz Cervera

Este texto es un homenaje sencillo y sincero, un aplauso humilde para los buenos médicos y enfermeras del sector salud, comprometidos con la medicina social y pública de México (o de lo que queda de ella), lo mismo que para los trabajadores manuales y administrativos.

Desnudos… Nuestros harapos se han ido pudriendo para exhibir nuestras miserias. El asunto era sencillo y el llamado preciso: “¡Quédense en su casas, sigan las recomendaciones y observen las normas más elementales de la higiene…!”.

Pero no… –¡No pasa nada…! –fanfarroneaba alguno. –¡Nos engañan, los ingratos! –decía otro, con acento costeño. Y la historia de terror se fue volviendo cada vez más truculenta. –El coronavirus no existe… es un invento del gobierno… –afirmaba otro más, apoltronado en la playa con una cerveza en la mano y luciendo un ostentoso crucifijo de oro… –Es una enfermedad de ricos...– dijo el gobernador de Puebla.

En Querétaro, dos personas tuvieron la peregrina idea de hacer gárgaras con pinil y cloro, para protegerse del coronavirus… ahora están hospitalizadas…

En Axochiapan, Puebla, un grupo de personas amenaza con quemar un hospital si en él se atendiera algún caso de coronavirus… algo similar se reporta en Morelos…

Una mujer que maneja un taxi en Ecatepec se contagió y será cuidada por su único familiar cercano: un adolescente de 14 años…

En el colmo de nuestro sentido melodramático de la vida, el doctor López-Gatell aparece como una especie de superhéroe sexi que –como buen príncipe– despertará a Blanca Nieves (la sociedad mexicana) con un beso de amor… De la romantización del encierro oscilamos a la romantización de la epidemia y la convertimos en mini-serie televisiva con buenos, malos y héroes al uso.

Se habla de enfermeras y personal médico al que no se le permite subir al camión y aún caminar por las calles y algunos reportan casos de agresiones abiertas, tanto a nivel verbal como físico…

Esta epidemia nos desnuda en todas las formas posibles y revela los andrajos con los que caminábamos sintiéndonos muy elegantes en las postrimerías del tiempo: un sistema de salud pública sistemática y criminalmente desmantelado por los gobiernos neoliberales y la corrupción; una sociedad presa de la desinformación, el egoísmo y la mala fe de muchos, los titubeos de un gobierno con un exiguo margen de maniobra, la inmoralidad de la economía de mercado, la insensibilidad tradicional de los políticos arribistas, la doble e incluso la triple ética de los que vivirán el encierro sin angustia ni sobresaltos económicos, la incertidumbre de muchos, la inconsciencia de otros, la desesperación de los que ven en la epidemia un castigo divino, la inoperancia de todos aquellos que vieron alteradas sus vidas y ahora no saben qué hacer sin los moldes quebrados de lo rutinario, la sospechosa acometida de quienes en las redes sociales parecen operar (seguramente con estipendios de por medio) al servicio de los enemigos del gobierno remitiendo mensajes en las redes sociales todo el día (aun antes del confinamiento) en contra de López Obrador, los errores y omisiones de un presidente cuyo peor enemigo parece ser él mismo, la corrupción que no desaparece, el alarmismo, la indolencia, la insolencia… retazos de realidad para urdir un drama…

El coronavirus nos revela como una sociedad poco creativa, con una gran capacidad de crueldad, sin imaginación y con una fe de muy mala calidad. Algo se salvará, sin embargo, cuando el pueblo solidario (el más estropeado siempre por estos factores) nos enseñe que el camino de la redención no pasa por el individualismo o el interés de un pequeño grupo. Algo se está salvando en las manos diligentes de la enfermera que alivia el dolor o del médico que obsequia la esperanza.

La caridad no resolverá este problema, sólo zurcirá de mala manera los harapos con los que siempre nos vestimos. Somos –por ahora– solamente los retazos de lo que quizá nunca seremos… ¡ojalá y al final no terminemos comiéndonos unos a otros!

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