Cultura

Pedro de la Hoz

A los integrantes del Ballet Nacional de Cuba no se les borra tan fácilmente el ánimo. Al mal tiempo, mejor cara, dijeron cuando la temporada conmemorativa del sesquicentenario del estreno absoluto de Coppelia tuvo que ser suspendida debido a las medidas de enfrentamiento a la pandemia de Covid-19 adoptadas por las autoridades de la isla.

Habían trabajado con ahínco para que el emblemático título de la danza clásica revisitara el escenario del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso a finales de marzo pasado. Mas no por ello dejaron de compartir la celebración con su público. Los domingos en la noche, desde hace muchos años, la danza cuenta con un espacio privilegiado en uno de los canales educativos de la Televisión Cubana El distintivo de la telemisora no se restringe a objetivos didácticos –la franja dedicada a tales menesteres ocupa las horas del día–; al caer la noche despliega una programación de interés general, en la cual entretenimiento y cultura se complementan.

En ese esquema encaja La danza eterna, guiado y dirigido por Ahmed Piñeiro, joven pero experimentado crítico que conjuga erudición con capacidad comunicativa, entendimiento y pasión. El abrió la pantalla doméstica para que desde el confinamiento hogareño llegara a los aficionados una función de Coppelia, dedicada a celebrar el señalado aniversario.

El ballet en tres actos, con coreografía original de Arthur Saint-Léon y música de Léo Delibes, tuvo su estreno el 25 de mayo de 1870, en el teatro Opera de París, por la bailarina principal Giuseppina Bozzachi. El libreto de Saint-Léon y Charles Nuitter se basa en el relato El hombre de arena, de E. T. A. Hoffmann publicado en 1815. Parte del argumento de este ballet, donde se entrelazan la danza clásica, danzas de carácter y la pantomima, se refiere al misterioso Doctor Coppelius, quien crea en secreto muñecas de tamaño real que danzan. Franz, un hombre del pueblo, se enamora de una de ellas y rechaza a Swanilda, su amor verdadero.

Al introducir la velada, en nombre de los artistas danzarios cubanos, Piñeiro honró la memoria de Alicia Alonso a partir de la relación que la eximia bailarina tuvo desde muy temprana edad con la obra.

Para ello recordó cómo en la década del 30 del pasado siglo, el maestro Amadeo Roldán, compositor insignia de la vanguardia antillana, dirigió la orquesta para la puesta de Coppelia, en el teatro Auditorium (Calzada y D, en el Vedado habanero), con la adolescente Alicia en el papel de Swanilda.

Desde la fundación del BNC en 1948, Coppelia formó parte de su repertorio activo y siempre ha estado presente en la programación de los Festivales Internacionales de Ballet de La Habana. Con dirección de Alicia e Igor Youskévitch, León Fokín fue el encargado de ejecutar el primer montaje para el BNC sobre la versión de Marius Petipa, que era la dominante.

Al decir de medios especializados, Alicia mantuvo los elementos originales de la obra y aplicó con mucho rigor los conceptos de su estilo, al cuidar su coherencia y enriquecer la coreografía con abundante virtuosismo técnico. Con gran éxito de público y crítica se presenta, en 1957, la versión de la Alonso en el teatro griego de Los Angeles. Una década más tarde, la excelsa creadora realizó una revisión de la coreografía con vista a una nueva producción para el BNC.

Por haber sido protagonista de la evolución del título y su infatigable consagración al estudio de la danza clásica, para su versión definitiva Alicia registró a fondo los avatares coppelianos. En los 14 años transcurridos entre su estreno en París y la producción del ballet de Petipa para San Petersburgo, Coppelia, en los términos de Saint-Léon, se presentó en Bruselas, en el Teatro Bolshoi de Moscú y en Londres. Antes de finales del siglo XIX, se ejecutó además en Nueva York, Milán, Copenhague, Múnich y una vez más en San Petersburgo. La segunda versión, en 1894, fue la de Petipa, con puesta en escena del italiano Enrico Cecchetti, que trabajaba en la ciudad rusa.

En la gala televisual, los amantes de la danza disfrutamos una muy calibrada grabación de la función ofrecida en 2012 por el BNC en la programación del XXIII Festival Internacional de Ballet de La Habana. Fantasía y comedia adecuadamente equilibradas en la fluida puesta en escena concebida según las pautas de la maestra Alicia.

En los papeles protagónicos sobresalieron los entonces primeros bailarines Viengsay Valdés, Osiel Gounod y Félix Rodríguez, junto a solistas y el cuerpo de baile de la compañía. Osiel y, sobre todo Viengsay demostraron cómo no basta con ser virtuosos para impactar al público, sino pesa también y mucho la ductilidad histriónica en el arte de la danza.

A pocas horas de la gala, Viengsay, sucesora de Alicia al frente del BNC, emitió un mensaje a sus compañeros, válido para los colegas de otras partes del mundo, en especial de América Latina: “La danza motiva a una audiencia ávida de apreciar belleza, sincronización y virtuosismo. Nuestros bailarines profesionales, a pesar del choque emocional que suscita frenar su entrenamiento diario y ver sus próximas proyecciones detenidas, sienten la importancia de seguir ejercitándose. Esperanza se respira en el ambiente. Los deseos de volver a la normalidad y tener un contacto más cercano con el prójimo representan una visión ideal, pero más aún la esperanza de que no quede rastro de la pandemia”.

De igual modo precisó: “Nosotros los bailarines en nuestras casas no disponemos del suelo, el espacio, la altura, la magia de transformarnos. Pero sí podemos movernos, engrasar articulaciones, fortalecer músculos, afilar voluntades. Crecer con cada hora que dediquemos a nuestro cuerpo, desde la correcta alimentación hasta el mantenimiento físico. Sólo a la espera del momento añorado. El momento de ser libres, desenvolver las alas, salir al aire puro, respirar la vuelta. Entonces estaremos ahí preparados”.