Ivi May Dzib
Apuntes de un escribidor
Una de las cosas que preocupaba a muchos sectores de la sociedad era el regreso a clases, sobre todo si este curso se iba a dar por perdido o cómo íbamos a regresar sabiendo que la cuarentena se iba a hacer más larga de lo que en un principio se tenía pensando. La SEP anunció que se iba a regresar con clases en línea, a través de transmisiones y con la entrega de cuadernillos de trabajo. Lo cierto es que nadie estaba preparado para esta pandemia y, por lo mismo, se implementaron medidas que terminan siendo más un experimento institucional que soluciones certeras, pero hay que aprender a trabajar con lo que se tiene a mano. La primera semana de clases fue una semana de locos en todos los frentes: para los padres de familia, para los alumnos y para los maestros, sin olvidar que hay maestros que además son padres o madres y alumnos o alumnas de niveles más altos.
Hay padres de familia que se quejan por la nueva modalidad en línea para no perder el curso escolar y hablan de lo agotador que es trabajar con sus hijos porque no se encuentran preparados, pero lo que más les enfurece es que mientras ellos se estresan “los maestros están sin hacer nada en su casa y gozando de su sueldo”, cuando no saben la encrucijada burocrática que le están poniendo a los maestros (para que la SEP pueda justificar los pagos que hace) adaptando contenidos y demás etcétera.
También hay maestros que sólo son capaces de ver su pequeño mundo y argumentan que ese enojo de los padres es producto de la falta de compromiso que tienen para con la educación de sus hijos; muchos de estos críticos son maestros solteros, quienes no tienen la responsabilidad de educar a nadie más para la vida y que al término de (y durante) su jornada laboral, se la viven en las redes sociales y el Netflix.
También están los alumnos que toman esto de las clases en línea a juego y se quejan de la institución, de sus maestros y de los directivos, como si las únicas víctimas fueran ellos y no tomaran en cuenta que, cuando uno se encuentra en un proceso educativo, el alumno aprende del maestro y el maestro aprende del alumno, por lo que en circunstancias como estas, ambas partes salen perdiendo.
Lo cierto es que hay docentes que se han abocado en esperar que la institución le resuelva la vida, les garantice las condiciones para que puedan ejercer y los niños aprender, “si el Estado no me resuelve, yo no muevo las manos”. Pero habría que tener claro que, antes de esta pandemia, la escuela era ya una institución con bastantes problemas y que mientras los de arriba se enfrascaban en discusiones –que si había que ser normalista o no para ejercer o heredar la plaza, o qué pasa con los maestros sin vocación, o los que abusan sexualmente de sus alumnos y son protegidos por las autoridades educativas, o que no todos los niños viven en las mismas condiciones ni en las mismas circunstancias para que presenten un mismo examen y demás etcétera–, los alumnos seguían sin desarrollar habilidades que le sirvieran para la vida.
Las matemáticas y la lengua como único eje rector de la educación ha sido uno de los grandes errores del sistema, creo que es tiempo de que encontremos nuevas formas y contenidos como maestros, padres y alumnos, pero para eso no hay que esperar permiso del Estado.