Cultura

Luis Carlos Coto Mederos

Orígenes del soneto

Su origen hay que buscarlo en el sur de Italia, quizás ahí esté la referencia más antigua de este tipo de composición poética, sin embargo, no es hasta 1240 cuando poetas de la Italia central como Guinizzelli o Calvalcanti lo hacen famoso.

Poco después, Dante Alighieri dedicó alucinantes sonetos a su amada Beatrice Portinari, los cuales fueron recogidos en su obra “Vita Nuova”.

No obstante, fue Francisco Petrarca quien consiguió llevar este estilo a varias zonas del continente, dentro de ellas a España. Su famoso “Canzoniere” hizo del soneto la forma más pura de expresión para los romances.

De España ya sabemos todos cómo y de la mano de quiénes arribó al nuevo mundo.

Fragmentos de

“La Vita Nuova”, de Dante Alighieri

III

Almas y corazones con dolor,

a quienes llega mi decir presente

(y cada cual responda lo que siente),

salud en su señor, que es el Amor.

Las estrellas tenían resplandor,

el más adamantino y más potente,

cuando adivinó el Amor súbitamente

en forma tal que me llenó de horror.

Parecíame alegre Amor llevando

mi corazón y el cuerpo de mi amada

cubierto con un lienzo y dormitando.

La despertó mi corazón sangrando,

dio como nutrición a mi adorada.

Después le vi marcharse sollozando.

XLI

Sobre la esfera que más alta gira

llega el suspiro que mi pecho lanza.

Pero una vez allí, de nuevo avanza

por más potencia que el amor inspira.

Y al llegar al lugar de donde aspira

ve a una dama ceñida de alabanza

y, por el vivo resplandor que alcanza,

El peregrino espíritu la mira.

Y la ve tal que no le entiendo cuando

háblame de ella –rara y sutilmente–

obedeciendo al corazón abierto.

Mas sé que de mi dama me está hablando,

pues recuerdo a Beatriz frecuentemente.

lo cual, amigas, tengo por muy cierto.

Fragmentos de “Canzoniere”,

de Francisco Petrarca

XVI

Se aleja el viejecito albo y canoso

del sitio en que su edad fue completada

y de su familita consternada,

que se queda sin padre y sin esposo;

desde allí, va llevando el flanco añoso,

ya de su vida en la postrer jornada,

con voluntad piadosa y esforzada,

quebrantado y con paso fatigoso;

llega a Roma, su anhelo realizando,

para mirar el rostro del que un día

también allá en el cielo ver espera:

así a veces, ¡ay triste!, voy buscando,

hasta donde es posible, oh dueña mía,

vuestra anhelada forma verdadera.

XX

Me suele avergonzar que no esté siendo

por mí vuestra belleza puesta en rima,

pues a ninguna más tuve en estima

desde que os vi por vez primera, entiendo.

Mas que excede a mis fuerzas estoy viendo

obra que no sabrá pulir mi lima:

y por ello el ingenio que se estima,

helado, al laborar se está sintiendo.

Abrí los labios, mas la voz no pudo

de mi pecho arrancar ningún acento,

¿pues qué voz ascender puede tan alto?

Me puse a escribir versos a menudo,

mas la pluma, la mano y el talento

fueron vencidos al primer asalto.

XXV

Amor lloraba, y yo con él gemía,

del cual mis pasos nunca andan lejanos,

viendo, por los efectos inhumanos,

que vuestra alma sus nudos deshacía.

Ahora que al buen camino Dios os guía,

con fervor alzo al cielo mis dos manos

y doy gracias al ver que los humanos

ruegos justos escucha, y gracia envía.

Y si tornando a la amorosa vida,

por alejaros del deseo hermoso,

foso o lomas halláis en el sendero,

es para demostrar que es espinoso,

y que es agreste y dura la subida

que conduce hacia el bien más verdadero.

LVI

Si el ciego afán que al corazón destruye

contando el tiempo no me ha confundido,

advierto, mientras hablo, cómo huye

el que a mí y al favor fue prometido.

¿Qué sombra cruel en malograr influye

la semilla del fruto apetecido?

¿Qué muro el paso hacia la espiga obstruye?

¿De qué fiera, en mi ovil, oigo el rugido?

¡Ay, triste!, no lo sé, mas se me alcanza

que, para más doliente hacer mi vida,

el amor me condujo a la esperanza.

Y a mi recuerdo lo leído viene,

que hasta el día de su última partida

Llamar feliz a un hombre no conviene.