Federico García Lorca llegó a Nueva York el 25 de junio de 1929 y marchó el 3 de marzo de 1930. En 1940, cuatro años después de su asesinato, vio la luz el poemario Poeta en Nueva York, una de las más desgarradoras imágenes de la ciudad y su gente que alguien haya escrito.
Nueva York está en las noticias del día debido a la pandemia del nuevo coronavirus. Si Estados Unidos ostentaba en estos primeros días de abril el triste liderazgo de contagios y muertes a nivel mundial, al interior del país la llamada Gran Manzana calificaba como el foco de mayor intensidad de la pandemia. Según datos de la Universidad John Hopkins la urbe, al final del lunes 6, registraba un acumulado de 72,181 casos confirmados y 3,485 muertes.
En las torrenciales metáforas de un Lorca lejano a los romances de sabor andaluz que levantaron su vigente popularidad, encuentran traducción al lenguaje poético las actuales estadísticas. Como en los siguientes versos: “Todos comprenden el dolor que se relaciona con la muerte, / pero el verdadero dolor no está presente en el espíritu. / No está en el aire ni en nuestra vida, / ni en estas terrazas llenas de humo. / El verdadero dolor que mantiene despiertas las cosas / es una pequeña quemadura infinita / en los ojos inocentes de los otros sistemas”.
Nueva York es alfa y omega de tantos círculos. Cima y sima a la vez, deslumbrante y enérgica por un lado, por otro descarnada y caótica. La cultura contemporánea no puede prescindir de ella; de sus teatros y salas de conciertos, de sus museos y galerías, de sus librerías y clubes de jazz, de sus rascacielos y parques, de sus fanfarrias y luminarias fosforescentes.
A unos se les metió en la sangre con la canción que repite su nombre dos veces, compuesta por John Kander y Fred Ebb, en las voces de Liza Minnelli y Frank Sinatra. A otros les viene más la intimidad de la balada New York City Serenade, de Bruces Springsteen, o los lugares comunes del pop que desliza Taylor Swift en Welcome to New York.
Yo prefiero a la Nueva York de Harlem y el Blue Note que al de la Quinta Avenida y la joyería Tiffany. Escucho de lejos las voces de momento calladas de la Metropolitan Ópera House y las orquestas de salsa de El Barrio –¿quién dijo que han de alzarse barreras entre una y otra cultura, como si lo auténticamente culto no fuera popular, o lo auténticamente popular no fuera culto?– y trato –no hoy, sino siempre– de ponerme a buen recaudo del oportunismo frívolo de quienes no entienden el alma de las ciudades.
Esa es también la Nueva York de los sin techo, de la alta tasa de criminalidad, de la corrupción policial, de las graves diferencias sociales. Donde el terrorismo atentó contra las Torres Gemelas. Dato de interés: los muertos de la pandemia ya superan a las víctimas de los avionazos del 11 de septiembre del 2001.
Una ciudad en cuyo mapa de último minuto destacan estas inscripciones: Madison Square Garden, cerrado hasta nuevo aviso. The Vessel-Hudson Yards, cerrado hasta nuevo aviso. Museo Metropolitano, cerrado hasta nuevo aviso. MoMA, cerrado hasta nuevo aviso. Columbia University, cerrada hasta nuevo aviso.
Nadie hace fila para entrar al emblemático Empire State. Los locales de la avenida Madison están tapiados a hierro y canto. Los accesos a los establecimientos de Louis Vuitton y Dolce & Gabbana exhiben blindajes dignos de una película de pavor ante la invasión de alienígenas.
“El silencio se vuelve ensordecedor, solo interrumpido por sirenas de ambulancias y el matutino canto de pájaros que reciben la primavera. Nueva York podría ser la escena de un filme postapocalíptico. En el balcón de un segundo piso por la escalera de incendios, un hombre prende un cigarrillo y mira hacia abajo. Donde hace días se veían pasar autos, peatones y hasta buses repletos de emocionados turistas, solo queda el negro asfalto. El hombre larga el humo y vuelve a entrar a su departamento resignado.
“La Gran Manzana ha sido desde hace décadas parte de un sueño colectivo, su encanto encierra a su arquitectura ecléctica y a sus vecinos que, cargados de histrionismo, son el condimento clave en la identidad de esta ciudad. Con la llegada del coronavirus, la vida cambió en cuestión de días”, así describe la ciudad de hace apenas unas horas Domitila Dellacha, corresponsal neoyorquina del diario argentino La Nación.
Los muy ricos se atrincheran, no es que teman a la enfermedad, sino a perder el privilegio de su riqueza. Una publicación británica refiere que el 1 % de los neoyorquinos –claro está, los riquísimos– está contratando guardias armados para protegerlos de un temido “apocalipsis zombie”, estacionando a expolicías fuera de sus propiedades de lujo en Manhattan y los Hamptons en preparación para un día del juicio final de coronavirus, donde los criminales vienen derribando sus puertas.
La fuentes de tal información son las agencias de investigación privadas líderes en Manhattan, Sage Intelligence y Beau Dietl & Associates, entusiastas por el auge de sus negocios, si el coronavirus se sale de control.
Sus clientes citan posibles señales de alerta: miles de policías se enferman, las tiendas se están quedando sin suministros básicos, millones de familias están perdiendo sus medios de vida y cientos de presos potencialmente violentos están siendo liberados de Rikers Island y otras cárceles, todo debido a la pandemia. Detectives privados y magnates hacen suya la divisa: sálvese quien pueda y tenga medios para salvarse, a pesar de no estar ellos mismos a salvo de un estornudo o las imprudencias sanitarias que ellos mismos puedan cometer.
Delirante ha sido por años la respuesta de Stuart Ross, un artista natural de Queens, quien, sin que nadie lo advirtiera, ha construido un búnker debajo de un restaurante de lujo temporalmente cerrado en Greenwich Village, al margen del coronavirus y del cual blasona en tiempos de pandemia. “He estado almacenando y construyendo herramientas de supervivencia allí y armas gigantes de atracción masiva durante casi una década. También tengo suministros médicos y de arte, una gran cantidad de desechos recuperados, todos los elementos esenciales para una vida de apocalipsis de calidad”, declaró Ross, a quien lo quiso escuchar.
¿Será posible y factible recomponer a Nueva York? ¿Seguirá siendo la misma, o en algo, aunque sea una milésima, cambiará? Regreso al Lorca de Poeta en Nueva York, al final de los poderosos versos del poema Grito hacia Roma, donde expresa una tímida pero esperanzadora confianza: “Porque queremos el pan nuestro de cada día / flor de aliso y perenne ternura desgranada / porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra / que da sus frutos para todos”.